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 miércoles, 23 de mayo de 2007  
Oliveros, paraíso junto al Carcarañá
n n El turismo y las tareas agropecuarias les dan al pueblo una característica muy particular

Marcelo Abram / La Capital

Oliveros.— Con un bello paisaje natural sobre la costa del río Carcarañá, lugar elegido desde hace tiempo para casas de fin de semana y emprendimientos turísticos, además de una importante superficie rural propia de la Pampa Húmeda, esta localidad ubicada a 47 kilómetros al norte de Rosario, en el departamento Iriondo, combina en sus 17 mil hectáreas el placer del miniturismo y la producción agropecuaria como pocas veces sucede en otros lugares de la provincia.

Si bien hay antecedentes poblacionales desde 1887, se reconoce el 17 de marzo de 1908 como el día en que Felisa Rodríguez de Oliveros fundó el pueblo, casi dos años después de que un grupo de vecinos pidiera la creación de una comuna propia, independizándose jurídicamente de Serodino, al igual que Pueblo Andino.

Sin embargo, no se debe dejar de mencionar el impulso fundacional —que no llegó a oficializarse— hecho por Carlos Donato, un inmigrante italiano considerado como el primer poblador, quien junto con su familia instaló un almacén de ramos generales en la esquina de Buenos Aires y Sarmiento, y que en 1909 fue designado jefe comunal.

En aquel entonces, antes de quedar oficializada la fundación, esta zona se reconocía con el nombre de Carcarañá Abajo, como la denominaban algunos navegantes.

Según antecedentes históricos, desde 1890 se registró una importante afluencia de colonos, en su mayoría italianos, que abrieron los primeros surcos de estas fértiles tierras.

La familia Oliveros donó los terrenos para la plaza pública, la primera escuela, la iglesia y el Juzgado de Paz, en razón de que poseía por entonces una estancia de 750 hectáreas, cuyo casco estaba donde hoy se erige la estación experimental del Inta. Las sucesivas ventas y loteos de esos predios dieron origen al actual ejido urbano.

Entre 1935 y 1945 se produjeron varios hechos que determinaron el crecimiento de Oliveros. Juan Torres, oriundo de Rosario, que sentía gran atracción por el paisaje zonal, compró lotes e instaló una inmobiliaria en su ciudad para comercializarlos.

Las facilidades crediticias que Torres daba a los compradores resultaron fundamentales para que muchos optaran por el pueblo. En 1937 el Estado nacional adquirió 445 hectáreas, que destinó a la hoy estación experimental del Inta. Hecho que junto a la creación de la colonia psiquiátrica marcaron un gran crecimiento.

Industria sin chimeneas.
Pero sin lugar a dudas, las costas del Carcarañá han sido el lugar elegido para el desarrollo de esa importante industria sin chimeneas, el turismo.

Casas de fin de semana, campings, balnearios, y una serie de complejos de cabañas con múltiples servicios, convierten a Oliveros en una opción válida a la hora de vacacionar.

Dada la cantidad de turistas que llegan a Oliveros, muchos emprendimientos mejoraron su red de servicios para responder a la gran demanda, que si bien ha sido un rasgo característico del pueblo, se incrementó estos años.

Más que un puente.
No son pocos los oliverenses que recuerdan con cierta nostalgia el viejo Puente de las Carretas, que se cayó después de una inundación y que unía a Oliveros con la zona del Rincón de Grondona, en el distrito Timbúes, un sector de más de 7.500 hectáreas de tierras fértiles, ideales para la labranza.

El agua se llevó algo más que un puente, porque lo que también arrastró fue el esfuerzo comunitario de muchos colonos que trabajaron en pos del progreso de la zona.

Iniciada la década de 1930, la colonia agrícola ubicada en ese sector a ambas márgenes del Carcarañá había crecido ostensiblemente, llegando a tener más de un centenar de colonos y el consiguiente desarrollo económico para la región.

No tardaron en oírse las voces de reclamo de los vecinos para que se construyera un paso permanente sobre el río que facilitara la realización de múltiples actividades. Fue así que en 1933 se levantó el puente permitiendo el paso de numerosos medios de transporte que le dieron una nueva dinámica al sector.

Esta obra estuvo precedida por un enorme esfuerzo comunitario, ya que se formó una comisión que la integraban hasta comerciantes rosarinos y que organizó colectas para recaudar fondos para financiar parte de la obra.

En 1934, con la presencia del gobernador Luciano Molina, se inauguró el Puente de la Carretas, nombre que heredó de la estructura que existía más al sur y que fue usada por el general José de San Martín y sus granaderos tras combatir en San Lorenzo para marchar hacia el norte.

Sin embargo, la extraordinaria crecida del río Carcarañá de 1979 hizo que el 3 de marzo cediera la pesada estructura y que el agua se llevara en su furia no sólo restos de hierro y madera, sino el fruto del esfuerzo y los sueños de muchos habitantes.

Gerardo Garello, en su trabajo “Oliveros: historia, hombres y paisaje”, relata que el último en cruzarlo fue Miguel Rivas, un vecino que vivía en la zona de los montes de Celulosa y que milagrosamente salvó su vida porque el puente se cayó detrás de él.

Luego de este suceso, muchas fueron las gestiones y varios los expedientes intentando —en vano— que desde algún ámbito del Estado se lograra reconstruir ese paso tan necesario y de incalculable valor histórico y sentimental. Sin embargo, hasta el momento nada se ha hecho y el Puente de la Carretas es sólo un recuerdo.
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A orillas del Carcarañá y a 47 kilómetros de Rosario, el pueblo de Oliveros es una opción para visitar.

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