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 miércoles, 21 de marzo de 2007  
Saira, con orgullo y corazón abierto
Un esforzado pueblo agrícola cordobés de 900 habitantes ubicado a 180 km de Rosario

Walter Gasparetti / La Capital

Saira.— Quizás como una simbología asociada al cielo, a la tierra y a lo divino, una estructura piramidal blanca en un espacio parquizado, con un cartel con el nombre del pueblo recibe a quienes visitan a esta localidad en el sudeste cordobés, a unos 180 kilómetros de Rosario.

Los pobladores definen a este pueblo rural en donde predominan los sembrados de soja como seguro, tranquilo, de gente solidaria y dispuesta a dar una mano. Una localidad donde el saludo se retribuye con una amplia sonrisa a flor de labios.

Se trata también de un lugar cargado de anécdotas. El actual intendente, Roberto Arroyo, supo viajar a dedo para hacer trámites en Córdoba apenas se hizo cargo de la Municipalidad, luego de que el Ford Sierra de la Intendencia se prendiera fuego camino a Marcos Juárez.

Con la mejora de los aportes de la coparticipación, Arroyo —que no tiene un vehículo particular— compró un Ford Escort, modelo 98, para moverse por las calles del pueblo y hacer viajes a la capital mediterránea para cumplimentar trámites administrativos.

“Tenemos un gran desafío: lograr que la gente quiera más a su pueblo, porque en 30 años hemos perdido más de la mitad de los habitantes (de 2.500 a 900). Si bien el éxodo se ha frenado un poco, el compromiso es crear oportunidades para los jóvenes”, explicó Arroyo.

Es que en Saira no abundan las fuentes de trabajo: hay una empresa que fabrica muebles, otra que se dedica al armado de galpones, un taller metalúrgico que hace plataformas y otra firma que elabora pantallas para veladores. “Una de las cuestiones que lamento de Saira es que no se hacen muchas inversiones”, opinó el intendente.

En efecto, en el lugar tampoco sobresalen las construcciones y los empresarios alegan que a la hora de efectuar inversiones inmobiliarias se opta por Marcos Juárez, ciudad cabecera del departamento que dista algo más de 30 kilómetros. Otrora, Saira fue también un importante polo tambero y había, al menos, cuatro fábricas de quesos.

No obstante, se nota un esfuerzo municipal por concretar obras públicas, como el mejorado de calles con cordón cuneta y el embellecimiento de espacios verdes con la colocación de juegos para chicos. Hace poco pusieron hamacas y otros elementos de divertimento en un espacio parquizado cerca del ferrocarril.

La Municipalidad también está a cargo de un geriátrico en donde hay cerca de veinte abuelos y un centro de salud para la atención primaria. Saira también posee un Concejo con siete ediles que trabajan ad-honórem por el futuro del pueblo.

La educación se imparte en tres establecimientos escolares: uno primario, otro secundario y un tercero que es un jardín de infantes. Unión Central es el club que aglomera las actividades deportivas, como por ejemplo bochas, y cada tanto es sede de algún encuentro deportivo de esa disciplina.

Empresario inventor. Adolfo Paoloni es uno de los industriales más comprometidos con la comunidad. Hace tres años retomó la fabricación de mesas de pino con una decena de empleados luego de verse afectado por la crisis de 2.000 que provocó el cierre de la empresa anterior.

Paoloni se abocó incluso a la fabricación de las máquinas que hoy emplea para la producción de muebles, como cepilladoras y fresadoras, entre otras. En su oportunidad llegó a vender a las grandes cadenas de supermercados. “Prácticamente no nos hacen falta vendedores. Tenemos buenos precios y nos vienen a comprar”, confió.

Los pobladores dicen que Saira es un pueblo en el que vale la pena vivir, pero se quejan por la falta de servicios. Pusieron como ejemplo que en el radio urbano no hay señal para las comunicaciones con los teléfonos celulares y que para hablar deben ir hasta la ruta 65, la vía que los une con el resto del país.

Resulta curioso que a partir de un comentario publicado en el portal Pueblo a Pueblo, donde personas que emigraron describen a la localidad con una alta carga de nostalgia, se hayan vertido, con posterioridad, decenas de opiniones de otros pobladores que también se sienten orgullosos de su gente.

“Cinco letras y treinta manzanas moldearon a mi pueblo, creando un nuevo puntito en el mapa del sudeste cordobés. Abre sus puertas la pirámide, saludando con su blanca sonrisa a los que ingresan al generoso espacio de las calles, opuesto al tráfico que las recorren”, escribieron Teresa Isabel Gimbatti y Stella Maris Ambrogio.

Un trabajo de los alumnos del Consejo de Administración de la Cooperativa Escolar de la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano es en la actualidad el aporte más importante sobre la historia de Saira. El pueblo nació en 1911 cuando una cuadrilla comandada por Juan Díaz terminó el tendido ferroviario.

Los alumnos contaron que la primera denominación del poblado fue Espinillo, luego Estación Saira o Pueblo Verón. “Hoy sólo pasan cargueros, pero el tren, como casi todos los pueblos, marcó una etapa de progreso”, expresaron.

“Por ese entonces había un rancho solo, cuyo propietario era Juanico y estaba rodeado de estancias como Magallanes, Los Molles, Iberia, La Fortuna, Don Devoto y Los Manantiales”, recopilaron los chicos.

Y contaron que recién en 1970 tuvieron teléfono y luz. “Antes de este año nos comunicábamos cuando había urgencias a través de una radio que poseía la policía. Con la creación de la Cooperativa de Obras y Servicios se instaló el teléfono”, explicaron.

Hace unos años, el esfuerzo de un consorcio caminero de Bouquet y el gobierno de la provincia, hizo que se extienda la ruta 65 hasta Saira, en el límite de la provincia de Córdoba, obra que hoy permite una rápida salida de los sairenses rumbo a Rosario, Santa Fe y Buenos Aires, entre otros puntos geográficos.


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Saira es un pueblo donde predominan los cultivos de soja.

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