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 jueves, 16 de noviembre de 2006  
Reflexiones
Victoria de los demócratas

Por Charles A. Kupchan / El País (Madrid)

Muchos estadounidenses y europeos respiran tremendamente aliviados ahora que los demócratas se han hecho con ambas cámaras del Congreso y que el presidente Bush ha echado a su secretario de Defensa, el halcón Donald Rumsfeld.

En Estados Unidos y en el extranjero están creciendo las expectativas de que el cambio de poder en Washington frene a la administración de Bush y reinstaure el centrismo, la moderación y el pragmatismo en la política exterior de EE.UU.

No cabe duda de que el presidente está mostrándose conciliador cuando habla de la necesidad de bipartidismo. Ahora que Rumsfeld se va, un Pentágono, que se había adueñado del timón de la política exterior de EE.UU., podría volver a su interés más tradicional en la defensa. Y una mayoría demócrata en el Capitolio lógicamente limitará el margen de maniobra de Bush. Pero esperar un cambio radical de postura en política exterior es ilusorio. Habrá más continuidad que cambio; todavía no hemos dejado atrás los excesos ideológicos de la era de Bush.

En la rueda de prensa del miércoles, Bush no cedió en su política sobre Irak y apoyó a su belicoso vicepresidente, Dick Cheney. Puede que esté en manos de los demócratas el garantizar un cambio de rumbo en política exterior, pero el control del Congreso no les otorga poder para hacerlo. La Constitución de EE.UU. confiere al presidente un amplio margen en cuestiones de guerra y paz. El Congreso puede intentar hacer mella desde los márgenes y obstruir a la Casa Blanca, pero no puede dictar la política.

Cuando el presidente Clinton perdió el Congreso en 1994, empezó a centrar mucho más su atención en la política exterior, ya que no le quedaba más remedio que concentrarse en el ámbito en el que tenía una relativa carta blanca. Aunque el Congreso es el que maneja los cuartos, los líderes demócratas saben que sería un suicidio político y moral intentar forzar una retirada de Irak recortando los fondos para los soldados estadounidenses allí destinados. Semejante acción también permitiría a los republicanos culpar a los demócratas del fracaso en Irak.

Aunque el Congreso ha estado bajo control republicano, la administración de Bush ha desestimado sus aportaciones en lo que respecta a la política en Irak, el tratamiento de los detenidos y casi todas las demás cuestiones de seguridad nacional. No hay la más mínima razón para creer que prestará más atención a una Cámara controlada por los demócratas. Por el contrario, es probable que la Casa Blanca se vuelva todavía más intransigente con las prerrogativas de la presidencia.

La capacidad de los demócratas para corregir el rumbo todavía se verá más limitada por el hecho de que carecen de un plan coherente para abordar los problemas acuciantes de la actualidad. Al partido le fue bien en las elecciones del martes de la semana pasada gracias al descontento del electorado con la guerra en Irak, y no porque los demócratas hayan desplegado un programa de alternativas convincente. De hecho, los demócratas están profundamente divididos sobre cuál es el mejor camino a seguir en Irak, y algunos defienden un calendario de retirada, otros aconsejan una partición, y otros apoyan a Bush. Reina una confusión similar con respecto a la política para Irán y Corea del Norte. Esa confusión hará que a Bush le resulte más sencillo ser más hábil que su oposición recién dotada de poder.

Aunque los demócratas sean incapaces de alterar el rumbo de la política exterior, muchos observadores prevén el resurgimiento de un centro bipartidista que ayudará a apartar a la Casa Blanca de la derecha dura. Ahora que es inevitable un gobierno dividido durante los próximos dos años, demócratas y republicanos se verán obligados a trabajar juntos para aprobar leyes, lo cual atemperará la polarización de los últimos seis años. A este respecto, también es probable que las expectativas se trunquen. Ahora que ya se han quitado de encima las elecciones legislativas, las campañas presidenciales de 2008 irán a todo tren. Los ataques calumniosos no harán más que intensificarse a medida que se caldea la pugna por la Casa Blanca.

Dadas las probabilidades de que los demócratas de la Cámara inicien gran cantidad de investigaciones oficiales sobre la gestión de la guerra en Irak por parte de la administración de Bush y sobre múltiples escándalos de corrupción, es fácil que el ambiente político pase de estar polarizado a estar envenenado. También es cierto que la distancia ideológica entre republicanos y demócratas se está acrecentando, y no al revés.

Los comicios de la semana pasada han quitado de en medio a muchos republicanos moderados, en cuyas circunscripciones centristas los votantes se pasaron al candidato demócrata. La delegación republicana del próximo Congreso, despojada de algunos de sus incondicionales centristas, estará más a la derecha. Mientras tanto, las elecciones afianzarán la posición del ala más liberal del Partido Demócrata. Algunos demócratas que pronto emprenderán su nuevo trabajo en el Capitolio son moderados. Pero los líderes del partido -desde Nancy Pelosi, la futura presidenta de la Cámara de Representantes, hasta los altos cargos destinados a dirigir los comités del Congreso- se verán arrastrados a la izquierda por sus circunscripciones. Promete haber pocos o ningún punto en común entre el liderazgo demócrata y su homólogo republicano.

No cabe demasiada esperanza, ni en espíritu ni en fondo, para el retorno de un centro bipartidista. En medio del enfrentamiento político que sobrevendrá cuando se inaugure el 110º Congreso el próximo mes de enero, es fácil que los demócratas puedan forzar cambios en la agenda nacional de la administración de Bush, que ya perdía fuelle mucho antes de estos comicios. Pero es mucho menos probable que el Congreso pueda modelar con precisión esas políticas exteriores que ayudaron a que el electorado se inclinara por los demócratas. En lo que respecta al arte de gobernar, el presidente Bush está destinado a seguir siendo quien tome las decisiones durante otros dos años.

(*) Catedrático de asuntos internacionales en la Universidad de Georgetown


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