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 domingo, 12 de noviembre de 2006  
Jorge Dipré: "Soy una máquina de olvidar"
Vive en Resistencia, pero su origen santafesino es imborrable. Dirigió varias revistas literarias, publicó libros en colaboración con otros autores y ahora vuelve con un libro de poemas

Osvaldo Aguirre / La Capital

Jorge A. Dipré vive en Resistencia desde hace tres años, pero las marcas de su origen santafesino están presentes. Nacido en Ceres en 1960, desplegó una intensa actividad como escritor y agitador cultural en Venado Tuerto y en Rosario, ciudades donde residió. Entre otras aventuras editoriales, dirigió las revistas literarias Transparencia, La Turbamulta y La Luna de Tlön y, caso raro, publicó varios libros de escritura compartida con otros autores: "El Señor S" y "El Bodrio", con Jorge P. Yakoncick, y "13", con Oscar P. Baldomá. Ahora el sello cordobés Ediciones Recovecos acaba de publicar un nuevo volumen de poemas, "Merodea", que presentará la semana próxima en Rosario.

-Escribiste "Merodea" entre 1998 y 2000. ¿Cómo te relacionás con un texto que ya tiene su tiempo?

-En un reportaje reciente Martin Amis dice que "la historia se ha acelerado de manera vertiginosa. Ya no hay tiempo para detenerse y observar lo que ocurre, y por eso la poesía está muriendo. Todo va demasiado de prisa, no se puede parar". Entiendo a "Merodea" como una irrupción del tiempo que logré hacerme para parar y observar lo que ocurría, y dar cuenta de un mundo que estaba construyendo. Mi trabajo diario, que no tiene relación con la literatura, forma parte del vértigo que describe Amis, y estoy expuesto a muchas presiones, sin embargo trato por todos los medios de resistir a esa velocidad, algo que no siempre se logra, y el único modo que encuentro suele ser la contemplación. Cuando lo releí, resistió bastante bien, y ahora ese texto tiene otra función: actúa como lo perdido. Estamos hablando de un cuerpo textual que refiere oblicuamente a una ciudad en la que ya no estoy, escrito por una persona que ya no soy.

-¿Por eso comparás en el libro la relectura de los propios poemas con mirar viejas fotografías?

-No sé si a todos les pasa, pero si miro fotos de años atrás, me desconozco, hay como un pequeño desplazamiento entre la idea que uno tiene de sí y lo que aparece allí, congelado. Es como un extrañamiento. Con los viejos textos me pasa lo mismo. Tengo una particular relación con la memoria, o mejor, con el olvido: la memoria hace a la identidad, pero también el olvido. No se puede pensar sin olvidar, pero no se puede ser sin recordar. En mi caso, que soy una máquina de olvidar, debiera ser un genio, cosa bastante alejada de la realidad. Los viejos textos tienen algo de familiar, pero mucho de extraños. Esa distancia se la atribuyo al olvido. Ahí está todo aquello que he olvidado, incluso saberes muy concretos.

-¿Lograste escribir "el poema del advenimiento" que mencionás en "Merodea"?

-No lo sé. Espero que no. Aunque, me parece, determinarlo está en la órbita de la lectura. Y digo que espero que no porque hacerlo sería como haber encontrado a Dios, en otro orden. Si uno encuentra a Dios, ¿qué queda? ¿No está el mundo lleno de gente que ha encontrado la Verdad -con mayúscula- y pontificado en consecuencia? El advenimiento, o alguna manifestación de "lo que se viene", tiene que ver con la condición de visionario del artista, condición siempre involuntaria. Pasado, presente y futuro están en la obra, pero no pueden desentrañarse sin una práctica muy atenta de la lectura. Lo que la obra tenga de futuro, será visible cuando ya sea pasado, a menos que el lector sea otro visionario. ¿Por qué no?

-Demos un paso atrás en el tiempo. Editar la revista Transparencia, ¿fue un pecado de juventud o algo que reivindicás haber hecho?

-Me parece increíble que alguien me pregunte por lo que fue Transparencia. En caso de que fuera un pecado de juventud, he cometido muchos pecados, y de la mayoría no me arrepiento; sería como arrepentirse de haber tenido una novia que ya no es. Sobre Transparencia hoy puedo ejercer una mirada crítica. Si vamos a los contenidos que se generaron, no creo que tengan valor alguno, apenas el de la práctica. Nada muy diferente a todas las otras experiencias de búsqueda y expresión que se gestaron en los últimos años de la dictadura, pergeñadas por adolescentes que, como nosotros, apenas intuían lo que estaba pasando. Rescato, eso sí, el gesto, la actitud, esa vocación contestataria a todo, casi nihilista. El punto más caliente fue durante la guerra de Malvinas, a la que nos opusimos rabiosamente, en un resto de claridad frente al patrioterismo infantil. Pero también fuimos partícipes de muchas otras cosas que se generaron en la ciudad desde la autogestión. Fernando Peirone solía decirme: "te fuiste cuando era hora de cosechar". Venado se transformó en un lugar de hechos notables en el orden cultural autónomo, claro, para una ciudad dentro de todo relativamente chica. La contracara de esa etapa, emotivamente conflictiva pero también feliz, fue el acceso demasiado rápido a publicar. En eso no tuve la suerte de Hugo Gola, que perdió su portafolios con años de escritos.

-¿Cuándo y por qué te fuiste de Rosario?

-No me fui de Rosario; me vine a Resistencia. Fue en el 2003, en un momento difícil, laboralmente, donde no tuve muchas opciones para elegir, la empresa en la que trabajo se achicaba en su organización, y me enviaron al noreste a cubrir un cargo. Rechazarlo significaba casi salir a buscar trabajo. Significó un cambio muy importante para mí y mi familia. Mi amigo Jorge Yakoncick, en España, sentía el peso del exilio, y yo lo vivía casi de la misma manera aquí adentro. Me costó aceptarlo y volver a abrirme.

-¿Qué poetas te interesan hoy entre los nuevos? ¿Y entre los clásicos?

-En realidad no tengo un interés en particular. Casi no sé bien quiénes son los nuevos. Por otro lado, cada vez leo menos poesía. Siempre tuve tendencia a leer prosa antes que poesía, y con los años esa tendencia se agudiza. Tengo más interés en los nuevos narradores que en los nuevos poetas. Por otro lado, me considero un mal lector de poesía. No soy sistemático ni riguroso, si abro un libro lo abro al medio, y si logra entrarme, lo vivo como con frenesí, leo y releo los mismos textos, y quizá no lea el libro completo, o lo lea, pero voy a volver sobre uno o dos y al resto lo olvido. Así, he ido armando un itinerario no de libros sino de poemas, un itinerario que es como un hilo con muchos nudos, cuyo punto de inicio podemos situarlo en "El cuervo", de Poe. Leo poesía de amigos o conocidos, no importa tanto si son inéditos, prestigiosos, si sus obras están legitimadas, o brillan en la oscuridad. No sé por qué se da eso, pero es como si lo que escribe ese poeta me permitiera acceder a otra faceta de la persona con la que hablo, comparto una comida, una charla, un interés por un autor, un entusiasmo. Eso es importante para mí. Lo último que he leído que me ha sacudido fuerte es la obra completa de Aldo Oliva. Pero qué lugar le damos, ¿el de los nuevos, o el de los clásicos?

-Tal vez los dos lugares. ¿Qué estás escribiendo ahora? ¿Qué cambios señalarías en tu escritura respecto de los libros que publicaste en Rosario?

-Escribo poesía, prosa y también sigo experimentando, con búsquedas formales que no están en un lado ni en el otro. Estoy acostumbrándome a sostener los diversos proyectos de escritura más allá del entusiasmo inicial. Me cuesta horrores vencer mi pereza a la hora de romper con la página en blanco, pero, de a poco, lo voy logrando. Tampoco tengo mucho apuro, total voy a vivir como doscientos años... Respecto de cambios en la escritura: por ahora, escribo. Todavía no he pasado la zaranda para ver qué queda y qué distancia hay entre lo que hacía y lo que hago. Me parece que con "Merodea" hay un cambio. Quiero decir que hay todo un trabajo para hacer aparecer como simple lo complejo, para lograr una transparencia en los versos sin resignar otros registros, otros "duelos", incluso alguna discusión acerca del ser de la poesía.


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"Si miro fotos viejas me desconozco. Lo mismo me pasa con los textos", dice Dipré.

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