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 domingo, 17 de septiembre de 2006  
El cazador oculto
"Los tiempos cambian tan rápidamente"

Ricardo Luque / Escenario

Bob Dylan tenía razón. Los tiempos están cambiando. Y tan rápidamente que en un abrir y cerrar de ojos aquello que era ya dejó de serlo. Se transformó, tanto que cuesta reconocerlo, aunque haya sido familiar, cercano, o peor, largamente anhelado. Sí, como ese amor

que alguna vez supo ser un sueño imposible y que hoy, al tenerlo ahí, al alcance de la

mano, apenas despierta nostalgias, pero ningún deseo, más que el de salir corriendo. Y es así a menudo, a pesar de la voluntad, el empeño que se ponga en mantener vivo ese fuego, sagrado, que hubo un tiempo que encendía hogueras y, en este lánguido fin de invierno, apenas entibia los pies helados bajo las sábanas. Porque, hay que decirlo, hubo tiempo, que fue hermoso, en el que la fiesta del Festival Latinoamericano de Video era un escándalo. Un hervidero donde se cocinaban historias que rasgaban

vestiduras, trascendían fronteras, arrancaban corazones. Y hoy, mal que le pese al bueno de Horacio Ríos, quien pese a sus buenos oficios se quedó con las ganas de que el encuentro tuviera los ribetes épicos de años anteriores. "¡Que no decaiga!", lo alentó desde la barra su padre que, mientras preparaba la picada, sufría al ver como la reunión agonizaba, sin que nada ni nadie pudiera torcer su destino. Quizás hubiera habido esperanzas si Horacio hubiera escuchado el consejo de uno de sus colaboradores y, con el pelo verde y una nariz colorada, habría ensayado una imitación de Krosty, el payaso de "Los Simpson", con quien, desde que se casó, tiene un parecido notable. Pero no lo hizo. Le faltó coraje. Igual que a Kitty Cabruja, que con el flequillo peinado sobre la frente para disimular sus incipiente calvicie, bien podría haber arriesgado un "¿Qué gusto tiene la sal" y salvar la velada. Pero la empresa era titánica. El séptimo piso del Macro era un páramo donde valió la pena quedarse mientras Melina Rizzo, la inquietante promotora de Paladini, persistió parada en el medio del salón con ese largo vestido azul oscuro que, con un profundo tajo, insinuaba sus encantos. Después, ya no. Después, todo era tristeza y desolación. "Me voy a ver «Montecristo»", se resignó Cristina Bloj, quien siguiendo a pie juntillas el "Hombres: manual de la usuaria" que escribió su prima, Valeria Shapira, partió rauda y veloz. Con rumbo incierto.
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