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 sábado, 29 de julio de 2006  
Editorial:
El río, cada vez más cerca

El gran pintor rosarino Julio Vanzo solía contar una anécdota que define a la perfección cuál fue la naturaleza de la relación entre Rosario y el Paraná. Cuando el inolvidable poeta español Federico García Lorca visitó la ciudad, en vísperas de la Navidad de 1933, se paró frente a las rejas que por entonces cercaban el puerto y exclamó, entre divertido y consternado: "¿Tenéis un río? ¿Y por qué lo habéis encerrado?". El creador de "Yerma" y "Bodas de sangre", perceptivo al máximo, logró sintetizar en dos frases el destino que los rosarinos le habían dado al majestuoso Paraná que pasaba frente a ellos: mero vehículo de prosperidad -ruta de los cereales hacia Europa-, era ignorado como paisaje, como fuente de goce estético. Y así, la urbe creció virtualmente dándole la espalda. Pero aquellos, por fortuna, ya son tiempos pasados. Hoy Rosario está cada vez más cerca del Paraná.

La edición de ayer de este diario daba cuenta de un proyecto imponente que significará la concreción de un viejo sueño: la construcción de un gran sendero peatonal que unirá la Estación Fluvial con Arroyito. Cuando quede terminado, de los diecisiete kilómetros que componen en total la costa rosarina, un tercio se podrá unir caminando.

La transformación ha comenzado hace tiempo y los pasos materiales que la fueron plasmando denotan un decisivo vuelco conceptual: el río ya no es, para los rosarinos, lo que era, mera arteria comercial a través de la cual llegaba el progreso. El Paraná se ha tornado para los habitantes de la ciudad un compañero visual cotidiano, sinónimo preciso de una mejor calidad de vida.

El cinturón de obras que se viene ciñendo a la costa da cuenta de ese valioso cambio. La última de las etapas planeadas en el marco de la profunda renovación incluye la continuidad de la reconversión urbanística de la zona de Puerto Norte. En tres hectáreas que constituyen el terreno lindante de la antigua Maltería Safac se erigirán torres de departamentos, cocheras subterráneas, una plaza extendida y un nuevo balcón al río de casi doscientos metros de longitud. Si el Concejo Municipal lo avala, también se convertirán en realidad a mediano plazo tres módulos de viviendas en el parque Scalabrini Ortiz, además de cinco torres de edificios y un hotel situado en la esquina de Junín y Caseros.

A esta altura, ya no puede ser visto como novedad: la ciudad que podía ser se ha vuelto la ciudad que es y también, sin dudas, la ciudad que será. A partir de un impulso que se vislumbra como irresistible y que ninguna crisis parece poder interrumpir, Rosario se yergue como la estampa más halagüeña de la Argentina nueva. Ojalá que su crecimiento sea independiente de los vaivenes de la política.
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