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 domingo, 04 de junio de 2006  
[Lecturas]
Las palabras de la tribu

Irina Garbatzky

Ensayo. Tres décads de poesía argentina. 1976-2006, de Jorge Fondebrider (comp.). Libros del Rojas, Buenos Aires, 2006, 270 páginas, $ 25.

La conmemoración del golpe de estado de 1976 impuso una determinación temporal precisa: treinta años es el recorte cronológico que define a una generación, y obliga a reflexionar sobre los movimientos y las corrientes artísticas, sociales e ideológicas que cohabitaron este espacio desde entonces. "Tres décadas de poesía argentina 1976-2006" reúne un conjunto de ensayos que se orienta en este sentido: indagar acerca de cuáles han sido los modelos, los objetivos y los fenómenos sociales que recorrieron la poesía argentina en estas tres décadas de convulsión política y profunda mutación cultural.

"El motivo excluyente que reúne a todos los textos en este volumen", señala su editor Jorge Fondebrider, "es el de haber sido todos artículos escritos por poetas". De este modo, el libro propone un panorama heterogéneo, sustentado por aquellas voces que sostienen proyectos en torno a la poesía, no sólo literarios sino también críticos, periodísticos y editoriales.

Martín Gambarotta, en uno de los artículos, sostiene que para pensar la poesía actual es necesario concebir la idea de que "puede llegar a haber textos que tengan la cualidad de ser la voz de una tribu". La idea de la tribu podría funcionar como metáfora del modo de relación de los poetas después de la dictadura, fundamentalmente en las estrategias de rearticulación y creación de nuevos espacios. Si bien un recorrido por la poesía de los últimos treinta años no podría omitir la influencia de poetas de los 60, como Alejandra Pizarnik o Francisco Madariaga, quienes reformularon en su escritura los dictados del surrealismo, el acercamiento de la poesía a la política y al habla cotidiana en Juan Gelman o Juana Bignozzi, y el objetivismo de Alberto Girri, hacia fines de los 70 y principios de los 80, y fundamentalmente con el restablecimiento de la democracia, comienzan los primeros intentos de una serie de cambios en las prácticas sociales y modelos de vinculación de los poetas, en cuanto a los modos de acción, publicación, reunión y circulación en el ámbito de la literatura.

La difusión de revistas, festivales, editoriales independientes y lecturas se consolidó como el campo de recepción de las nuevas producciones. El surgimiento de publicaciones como Ultimo Reino, Xul, La danza del ratón y Diario de Poesía, entre otras, generó un circuito de difusión y crítica de poesía argentina, latinoamericana y extranjera.

Varias de estas revistas derivaron en proyectos editoriales, que procuraron rescatar a poetas exiliados o desconocidos. Osvaldo Aguirre señala que es dentro de esta rearticulación del campo poético en donde se recuperaron y releyeron autores cuya obra fue desapercibida en el momento de su primera publicación, como la de Juan L. Ortiz o Leónidas Lamborghini, como así también se revalorizó a poetas imposibles de ser insertos en una genealogía, como Joaquín Gianuzzi o Arnaldo Calveyra.

La apertura de la poesía hacia otros ámbitos culturales mediante la proliferación de pequeñas editoriales y ediciones de bajo costo, no sólo en Buenos Aires sino en diferentes lugares del país, hicieron surgir en los 90 proyectos como los de Tsé Tsé, Siesta, del Diego, Vox o Eloísa Cartonera, que dieron lugar a la confección de mixturas entre poesía y diseño, poesía y edición, acercando el género a distintas voces y soportes. La habilidad para el auto-diseño y la edición dieron en lo que Ana Mazzoni y Damián Selci llaman "cualquierización de la poesía": un sinfín inabordable de publicaciones de bajo costo.

Si bien casi todos los autores señalan que las programáticas de escritura más relevantes han sido aquellas de herencia objetivista o neobarroca, Edgardo Dobry afirma que es necesario matizar las oposiciones, y considerar que los nexos entre ambas corrientes son bien interesantes, sobre todo si se observa que en ambos la intención se orienta en dar a la poesía la textura de una narración.

Los debates no deciden sobre si hablar de "poesía actual", "poesía posmoderna" o "poesía de los noventa". Más allá de las nomenclaturas, D. G. Helder y Martín Prieto señalan que los de los noventa son "poetas de la sincronía": se distinguen por su capacidad de aprehender el espíritu del momento, sin necesidad de abrevar en la biblioteca de la literatura universal. De este modo, la referencia permanente a los objetos del mundo del presente los acercaría de un modo más veloz y liviano al "insight metafísico" que los que alcanza el poeta de pretensiones metafísicas.

Tamara Kamenszain agrega que este carácter perecedero de la poética de los noventa traduce la revelación de una "realidad afanada (...) ellos parecen recortar, de esa narrativa usurpada en la que viven inmersos, un pedazo que llaman poema". En el plagio y el disfraz, los poetas de los 90 fuerzan la lengua, introduciendo marcas del habla cotidiana que no son sólo coloquialismos, sino apariciones de lo real. De este modo, "la extraña dama de la poesía actual", según Rodolfo Edwards, otorga mayor crédito a la presencia física que a la palabra escrita. La espectacularidad, el recurso a las performances y al uso de la voz, según el autor, son el síntoma de la nueva centuria.
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