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 miércoles, 03 de mayo de 2006  
Recuerdos de la inundación

Hace 20 años, más precisamente el 24 de abril de 1986, Empalme Graneros vivía una de las tantas inundaciones que lo afectaron a lo largo de los años. En ese entonces yo tenía 7 años y recuerdo como si fuera hoy todo lo sucedido, todo lo que paso aquella madrugada, cuando el agua proveniente desde Circunvalación por el campo, acechaba nuestros hogares. En plena madrugada, sentimos cómo Claudio Marinich, amigo de mi hermano Gabriel, se trepaba por el tapial del jardín para avisar por la ventana del dormitorio de mis padres que el agua venía con mucha fuerza por calle avenida Génova. Mi mamá se levantó muy asustada, intentando despertar a mi papá y a mi hermano que dormían como troncos. Ellos persuadían a mi madre con las frases típicas de "quedate tranquila", "no pasa nada", "el agua no va a llegar". Pero mi vieja no se quedó conforme, y empezó a juntar con mucho cuidado las copas, la vajilla y otros elementos para ponerlos en fuentones y comenzar a llevarlos arriba, hacia la terraza. Era plena madrugada y ver a mi mamá tan asustada me hizo levantar para ayudarla, no quería que se sintiera tan sola. Mi perro y mi gato estaban intranquilos, algo presentían, hasta que mi mamá decidió salir afuera para ver qué pasaba, ya que los vecinos correteaban por las veredas. Apenas salió fueron con otras vecinas hasta la esquina de Génova, y ahí pudieron ver cómo la gente venía desde el lado de Provincias Unidas mojados hasta la cintura. Vino corriendo y por fin logró levantar a mi papá y a mi hermano. Cuando mi viejo salió afuera pudo ver el agua en la vereda, y entrando en la casa de doña María Pucheta, la modista del barrio. La desesperación era inminente, apenas terminaron de sacar los muebles de la habitación de mi hermano, que era más baja que el resto de la casa, entró el agua proveniente del pasillo, ya que todas las rejillas comenzaron a rebalsar. Fue ahí donde mi mamá le grito a mi hermano: "­Llevá las cosas importantes a la terraza!", y lo primero que agarró mi hermano fue a nuestro perro Osito y nuestro gatito Mingui. Atrás le siguió mi vieja llevando la escritura de la casa y nuestras fotos. ­Eran nuestros más preciados bienes! Así comenzaron a subir los muebles de a poco, poniéndolos sobre sillas, arriba de las mesas, pensando que el agua no iba a subir tanto, pero subió. Recuerdo que cuando mi hermano me llevaba hacia arriba el agua ya la tenía en mis rodillas y siguió subiendo hasta alcanzar 1,50 metro dentro de mi casa. La mañana nacía y nos vimos arriba de nuestro techo, rodeados por el agua. Mi papá y mi mamá se angustiaban porque no sabían nada de nuestros abuelos, que vivían a pocas cuadras, pero que no podíamos ayudar por encontrarnos aislados. También recuerdo cómo comenzaron a pasar las piragüas y canoas para sacar a la gente de sus hogares. Así vi pasar a Juan Pablo, un compañero de 2º grado que se iba con su mamá hacia un lugar seguro, lástima que al llegar a la esquina de Génova la correntada dio vuelta la canoa llevándose por desgracia a su hermanita recién nacida. Son cosas que jamás voy a olvidar, pero tampoco voy a olvidar la buena voluntad de la gente, de cómo nos unimos con nuestros vecinos, de cómo vecinas mías cantaban para alegrarnos las noches, del día que los hermanos Sergio y Jorge Garrido llegaron hasta casa en canoa repartiendo agua mineral y alimentos, de la solidaridad, del respeto, del compañerismo. Hoy a 20 años de aquellos trágicos días, simplemente quiero dar las gracias a todas esas personas que estuvieron ahí cuando las necesitábamos, dar las gracias a don Foresto, a don Polichisso, a don Ortolani y a todas las personas que trabajaron para crear Numaín (Nunca Más Inundaciones), dar las gracias a los gobernantes de turnos que nos apoyaron e hicieron nuestro sueño realidad, contar con una represa que nos proteja de las inundaciones. Lo único que espero es que todas las promesas que nos hicieron se cumplan y que se terminen de realizar las obras sobre el arroyo Ludueña, y además que cuando se nombre el barrio Empalme Graneros la gente no sólo piense en el barrio de delincuentes, sino que piensen que en dicho barrio sigue viviendo gente honesta, trabajadora, que hace años lucha por mantener y valorar su identidad y su pasado cultural.

Verónica Mabel Birri

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