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 martes, 10 de enero de 2006  
Sin libertad de prensa, no hay libertad

Jack Neoliel

El hecho es conocido. Y lamentable. El programa "Esto que pasa" que durante cinco años tuvo a su cargo José Pepe Eliaschev, se quedó sin aire. La directora de Radio Nacional, Mona Moncalvillo, telefónicamente le comunicó al periodista que su contrato no iba a ser renovado. ¿Motivos? Según el subdirector de Radio Nacional, Juan José Ross, manifestó que en el contrato estaba claro el vencimiento del mismo, 31 de diciembre de 2005. Para el periodista y para una legión de sus oyentes, el motivo fue otro: "Una reacción ante las críticas de algunos hechos del gobierno nacional".

Adepa recordó su posición respecto de aquellos medios de propiedad del Estado y administrados por el gobierno, que tienen la obligación de asegurar las distintas opiniones que expresan la diversidad social, cultural y política de los argentinos. "La uniformidad de pensamiento, decía Alfredo Palacios, sería la muerte del pensamiento".

La historia de la civilización occidental es la historia de la libertad, y sin ésta se desalienta la creatividad. El invalorable ejercicio de la soberanía por el pueblo constituye la base insoslayable de la democracia. Desde el fondo de la historia argentina se nos ha marcado el camino liberador. El general Bartolomé Mitre, en el año 1852, nos decía: "Soy de los que piensan que es preferible irse un poco más allá en materia de libertad, que quedarse más acá o irse un poco más allá en materia de autoridad o despotismo. Los males que puede ocasionar la libertad se remedian por ella misma. No sucede así a la autoridad, cuyos estragos cuesta mucho reparar y cuyos abusos labran la desgracia de los pueblos". Y hace muchos años, leí esta reflexión atribuida a Jefferson: "Entre un gobierno sin prensa libre y una prensa libre sin gobierno, me inclinaría por esta última alternativa".

La ciudadanía debe tener acceso permanente a la más amplia información. Sólo cuando puede conocer todas las opiniones sobre los temas que hacen al interés público, la democracia muestra su esplendor, traducido en la libertad garantizada por la Constitución de la República.

De Pío XII son estas palabras: "Allá donde no apareciese ninguna manifestación de la opinión pública, allí donde habría que verificar su real existencia, cualquiera sea la razón que explique su mutismo o su ausencia, habría que ver un vicio, una debilidad, una enfermedad de la vida social".

Es oportuno evocar el juramento de lealtad que los vascos del siglo XV presentaban a su rey: "Nos, que aisladamente valemos tanto como vos, y todos juntos más que vos, os juramos respeto y obediencia siempre que respetéis nuestros fueros y privilegios; si no, no".

Se menciona permanentemente el nuevo orden social de las comunicaciones, que no tiene otro anhelo que la información libre, y sobre todo, la no ingerencia de los gobiernos. Es convicción generalizada que no puede lograrse ningún mejoramiento de las comunicaciones sin la prevalencia indiscutida de la libertad y la ausencia absoluta del paternalismo.

Cuando la prensa vive libre, la calumnia es nula; cuando se encuentra comprimida, la calumnia es terrible. Triste suerte la del gobierno que nadie acusa en público, porque es acusado en secreto. Es un pensamiento de Abelardo López de Ayala, que encierra un mensaje digno de atesorarlo, como la mejor forma para no olvidarlo...

Es que el interés común es cuestión nacional. De ahí la necesidad y la obligatoriedad de la libre expresión del pensamiento. Sólo las formas no democráticas de gobierno no confían en las decisiones tomadas por la mayoría de los ciudadanos. Las decisiones las toma un solo hombre o un grupo relativamente pequeño de ellos. Y la democracia padece.

Como un homenaje a aquellos que a lo largo de la historia no vacilaron en darlo todo por lo que representa la prensa libre, vuelco aquí unas palabras del general Manuel Belgrano: "Sólo pueden oponerse a la libertad de prensa, los que gusten mandar despóticamente, y aunque se conozca, no se les puede decir; o los que sean tontos, que no conociendo los males del gobierno, no sufren los tormentos de los que los conocen, y no los pueden remediar por falta de autoridad; o los muy tímidos, que se asustan con el coro de la libertad, porque es una cosa nueva, que hasta ahora no han visto en su fuerza y no están fijos y seguros en los principios que la deben hacer tan amable y tan útil. Pero quitarnos las utilidades de la pluma y de la prensa porque de ellas se puedan abusar, es una contradicción notoria y un abuso imperdonable de la autoridad, y es querer mantener a la Nación en la ignorancia, origen de todos los males que sufrimos y el arma en que el tirano confía". Y el hombre que compartiera con él funciones en la Primera Junta de Gobierno, Mariano Moreno, en la Gazeta de Buenos Aires, escribía: "Es preferible excederse en los atributos de la libertad, que padecer los males que provoca su falta". Por algo eligió como lema de la Gazeta, la frase de Tácito: "Día feliz aquel en que el hombre pueda pensar lo que quiera y decir lo que piensa".

Hacemos votos porque nuestros hombres públicos, elevados a las instancias supremas del gobierno en virtud de la vigencia de la democracia, no lastimen a ésta, adoptando actitudes que la lesionan en su sagrada y soberana misión de cuna de la libertad, la justicia y la independencia. La vivencia plena de estos valores puede fortalecer el cuerpo social de la democracia. Y sólo la regresión totalitaria exige la cultura uniforme, el gesto uniforme, la humillación uniforme.
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