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 viernes, 30 de diciembre de 2005  
EDITORIAL
Basura: cuidemos los contenedores

Cuando el problema de los residuos domiciliarios parecía haber

encontrado en la ciudad una respuesta ideal en los "containers" de plástico,la destrucción de éstos a manos de los vándalos o bien como consecuenciade la negligencia socialmente instalada genera preocupación. Lassoluciones no son sencillas porque el mal posee hondas raíces culturales.


No es novedad que Rosario atraviesa una etapa de expansión plena y que muchas de las dificultades que históricamente la aquejaron han comenzado a encontrar impensada solución. Uno de los problemas más difíciles de erradicar para la ciudad ha sido el de los residuos domiciliarios: sin embargo, a partir de la ingeniosa receta de los contenedores se pudo percibir una mejoría notoria y el método más eficaz de demostrar el éxito conseguido es el notable grado de consenso que éstos han despertado en la población. Por esa razón resulta particularmente lamentable la información que se publicó en la edición de ayer de La Capital de que los tan útiles “containers” se han convertido en víctimas predilectas del accionar de los vándalos o la negligencia colectiva de los rosarinos.

   Los números deben ser evaluados como penosos: más de un centenar y medio de los grandes recipientes de plástico con ruedas han sido destruidos por causa del fuego en los últimos seis meses. ¿Las razones? Cigarrillos que se arrojan aún encendidos en su interior, pirotecnia —plaga social en auge, fomentada incluso desde el mismo municipio— y puro e incomprensible vandalismo, marca registrada de la mediocridad y el resentimiento.

   Tristemente, las soluciones para el problema no se avizoran fácilmente porque los males descriptos poseen raíces profundas: se trata de cuestiones vinculadas con la esfera de lo cultural. Tal característica queda claramente reflejada en un dato llamativo: el incendio de contenedores afecta por igual a cada una de las zonas de la urbe donde han sido instalados. Es decir que no se puede relacionar lo que sucede con versiones clasistas: más o menos pudientes, todos los barrios se ven afectados de manera similar.

   La realidad comentada preocupa porque el proyecto es cubrir la totalidad de la extensión urbana con “containers” y su destrucción constante —se reciben denuncias todos los días— demora, a partir de la reposición inmediatamente reclamada por los vecinos, el esquema de instalación planeado.

   En algunos casos, se trata de imperdonables descuidos: un cigarrillo encendido que se tira dentro del contenedor provoca la combustión, muchas veces, de los materiales en él depositados y el plástico de que están hechos, a pesar de ser de alta densidad, termina por encenderse. Pero quienes encienden petardos y los echan en su interior cometen un acto delictivo: atentan contra el patrimonio de todos.

   La construcción de una conciencia de la necesidad de cuidar lo que pertenece a la comunidad será, sin dudas, tarea ardua, pero ineludible si se pretende recuperar el nivel de vida perdido. El desafío planteado por la crisis no es sólo material, sino primordialmente educativo. Los contenedores en llamas constituyen una triste prueba.
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