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 viernes, 30 de diciembre de 2005  
Por qué leer el diario en la escuela

¿Por qué y para qué leer el diario en la escuela? Son unas de las primeras preguntas que se hacen maestros y profesores cuando deciden incorporar la prensa escrita en la enseñanza. Las razones pueden ser una o cien. Seguro aparecerá entonces la idea de conocer el diario como medio de comunicación, valorarlo como una herramienta para comprender más sobre el mundo, además de pensarlo como un instrumento para producir nuevos textos.

Y quizás, para los más asiduos lectores, compartir un hábito propio de quién día a día quiere saber qué pasa en su ciudad, su país y el mundo. Discutir ideas, animarse a plantear nuevos interrogantes y por qué no alcanzar soluciones a problemas cotidianos también son algunas de las “consecuencias” de ser lectores de diarios.

Pero si se quieren agrupar razones que explican por qué el diario puede ser un instrumento de lectura valioso para la educación, aparecen en los objetivos del Programa “El diario en el aula” algunas consideradas clave.

1) La lectura. La investigadora argentina Emilia Ferreiro dice que una persona alfabetizada “es quien puede circular por la cultura escrita como si fuera por su casa”. En esta idea de alfabetización entran en consideración distintos materiales de lectura —libros, revistas, periódicos— y nuevas y viejas tecnologías. La tarea de la escuela es por cierto favorecer los espacios de lectura que atiendan a esta idea de alfabetización.

2) El oficio docente. Pero, claro está, que pasar del dicho al hecho —hablar de lectura y formar lectores— no es nada sencillo. La escritora Graciela Bialet, también responsable del Plan de Lectura de la provincia de Córdoba, define a la docencia como “una profesión de lectores y la alfabetización su razón social y laboral. El docente —dice— es un profesional de las palabras: las enseña, las socializa, las hace circular. Si se reconoce no lector, asumir su déficit será su primer paso para resolverlo”. La concepción de lectura que promueve la escritora es la que encuentra su correlato en lo que Paulo Freire pensaba de la educación: educar y dar de leer son “un acto de amor, de valor, de coraje y de entrega”.

Quien ejerce estos actos —entiende Bialet— “es quien está atento a las necesidades del otro, a los momentos oportunos para acercar un libro a quien quiere leer aunque aún no lo sepa”. La reflexión es perfectamente comparable al trabajo con la lectura del diario, entre otros recursos. Invita a preguntarse entonces: ¿Cuentan las escuelas con un plan integral de lectura? ¿Incluyen al diario? ¿Todos los alumnos acceden a la lectura de periódicos? ¿Los docentes leen el diario?

3) La escritura. Leer y escribir son dos acciones propias del trabajo que tiene que favorecer la escuela. También aquí juega un sentido amplio de escritura y no sólo aquella que entiende el acto de escribir como el de enumerar letras o sílabas. Esto es, con todos los recursos y lenguajes disponibles, para aprender a construir una idea y transmitirla, también para manejar los códigos propios del periodismo y la diversidad de géneros que presentan los textos en un medio gráfico.

4) El acceso a los medios de comunicación. Está claro que la pluralidad de medios de comunicación es la garantía de pluralidad de opiniones. La afirmación lejos de ser una verdad de Perogrullo, pasa a ser esencial en la afirmación del derecho a estar bien informados, en un marco democrático. Y en esta tarea cobran singular importancia el compromiso que se asuma desde la profesión docente y periodística. Sin dudas, la libertad de prensa y expresión es un tema complejo, que merece un lugar en la escuela. Para esta meta, la lectura de muchos diarios es el primer paso.

5) La escuela y los chicos. Son dos razones estrechamente vinculadas cuando se piensa por qué incorporar el diario a la enseñanza. Y cuando se trata de pensar qué aglutina a una y a otros aparecen en escena las revistas escolares. Las publicaciones hechas en talleres de periodismo, en las aulas o en las bibliotecas significan la ocasión que tienen los más pequeños y los jóvenes para poner su propia voz sobre el medio en el que viven.

Pero además, la idea de pensar el periódico del aula tiene antecedentes innovadores en pedagogos e intelectuales que lo concibieron como un instrumento liberador del pensamiento.

Entre ellos el pedagogo francés Cèlestine Freinet (1896-1966) que introdujo la imprenta en la escuela. Freinet sostenía que la enseñanza encontraba sentido cuando el niño recorría el medio, lo observaba, pero también pensaba en su transformación. Hablar con ellos de esas vivencias era el primer paso para la comunicación o difusión de las reflexiones que surgían de esas clases. Impulsó entonces el texto libre (más ligado al trabajo propio del aula); el diario escolar, que circulaba por las casas de los alumnos y se compartía con las familias, y la correspondencia interescolar, un medio que permitía intercambiar ideas con otras escuelas.

Si hay un punto a resaltar en este trabajo innovador del educador francés es que su experiencia pedagógica fue desarrollada entre los más desfavorecidos. Es que para el pedagogo la idea de comunicar era concebida como la posibilidad de renovación de la enseñanza.

También el maestro polaco Janusz Korczak le dio un lugar de privilegio a los periódicos escolares. Los definía como un recurso válido para establecer vinculaciones efectivas entre los niños y adultos y las instituciones y la sociedad en general. Korczak —que fue asesinado por los nazis en 1942 junto a 200 niños judíos de sus asilos— creó en 1921 “La gaceta escolar”, una prensa producida por niños y jóvenes, que recogía sus inquietudes y problemas. Otras tareas similares imprimieron su particular visión de la participación de los chicos como escritores y lectores. Una de las más destacada fue “La pequeña revista” que funcionó como un verdadero diario profesional, realizado por chicos que tenían entre 6 y 18 años y conformaban una red de más de dos mil corresponsales que alcanzaban a toda Polonia.

También en el territorio santafesino son valiosas las experiencias en torno a la utilización de la prensa en la escuela. Este uso no fue un hecho desconocido para las hermanas Olga y Leticia Cossettini, que encararon una experiencia pedagógica única entre 1935 y 1950 en la Escuela Carrasco de barrio Alberdi. Algo parecido había ocurrido con “la maestra caracol”, aquella que se trasladaba con su escuela por el monte del norte santafesino, para enseñar a los hijos de los peones de los obrajes.

“La maestra caracol” era Angela Peralta Pino, una educadora rural que se daba tiempo para leer a sus alumnos recortes de las noticias de los sucesos que ocurrían en el país, y que a ella le llegaban en su correspondencia particular.

En cada una de estas experiencias se hizo prevalecer el carácter democratizador que tiene —debe tener— la institución escolar. Esto no es otra cosa que poner al alcance de todos los niños las mismas posibilidades, marcar la diferencia con el contexto en el que viven —favorable o no— para generar mejores aprendizajes.
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