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 sábado, 24 de diciembre de 2005  
[Primera persona] Paula Sibilia
Resistir un mundo feliz
La autora de "El hombre postorgánico" dice que la sociedad industrial está siendo desplazada por un modelo que integra el hombre y la técnica en función del mercado

Fernando Toloza / La Capital

En un horizonte de digitalización universal, la era del hombre industrial da muestras de estar llegando a su fin. Un nuevo modelo, que pretende que el cuerpo es obsoleto, asoma con un imperativo diferente: lograr una total compatibilidad entre el hombre y la técnica, con una actualización tecnológica permanente, que busca sus destinatarios ya no entre ciudadanos sino entre consumidores que puedan adquirir dispositivos en el mercado. "El hombre postorgánico", el libro de la investigadora Paula Sibilia, publicado por Fondo de Cultura Económica, aborda con mirada crítica las bases filosóficas de ese pasaje de un modelo de hombre determinado por la sociedad industrial a otro signado por la idea de que el cuerpo humano es pura información.

Sibilia se licenció en Antropología y Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y desde hace diez años vive en Brasil, donde continuó sus estudios en la Universidad Federal Fluminense y en la Federal de Río de Janeiro. "El hombre postorgánico" se publicó originalmente en portugués en 2002. Ahora Sibilia lo tradujo al castellano y lo actualizó. De paso por Argentina, para la presentación porteña del libro, habló con Señales.

-¿Cuál fue el punto de partida de "El hombre postorgánico"?

-Este libro es una versión de la disertación de una maestría que hice en Brasil. Lo terminé en 2002 en Río de Janeiro pero el punto de partida es anterior porque yo trabajaba estos temas en la Universidad de Buenos Aires, con Christian Ferrer, que tiene una cátedra en la carrera de Comunicación que se llama Informática y Sociedad, pero que tal vez debería llamarse Filosofía de la Técnica porque trabaja sobre el análisis de la técnica en su contexto social y cultural, sobre todo con énfasis en lo contemporáneo pero contrastado con la modernidad y otros momentos históricos. Yo venía trabajando en estos temas desde hace casi veinte años y los retomé en la maestría, y en el medio trabajé mucho en periodismo de tecnología (Internet, computadoras, novedades tecnológicas). Por lo cual me encontré con mucho material informativo y esa inquietud filosófica. Se mezclaron esas dos vertientes.

-¿Hubo cosas que quedaron viejas en el análisis entre la edición brasileña y la argentina?

-Creo que no, pero no soy la mejor persona para juzgarlo (risas). Si el análisis está bien hecho, no quedaría viejo porque me refiero a un momento histórico que es el contemporáneo y me parece que todavía no envejeció. Es más, muchas tendencias que estaban anunciadas se confirmaron, se subrayaron aún más con el auge de la genética, las neurociencias y la teleinformática. La retórica de la genética, del cuerpo como información, está cada vez más popularizada e impregna el sentido común. Esa forma de entender la vida y al cuerpo humano como un código genético o información que circula por los circuitos cerebrales, de usar metáforas digitales y ya no mecánicas, es algo que no envejeció.

-En el libro marcás una fuerte ligazón entre tecnología informática y la nueva biología...

-Esa alianza se está profundizando, cada vez más la medicina enraizada en la biología molecular requiere el uso de dispositivos informáticos (scanners, webcams); tanto el diagnóstico como el tratamiento requieren dispositivos informáticos para leer el cuerpo humano.

-Por el panorama que describís los avances tecnocientíficos van en contra del modelo de ser humano que hasta hace poco funcionaba.

-A veces parece que tengo una nostalgia por ese modelo, pero es una estrategia discursiva para desmitificar una vez más la idea de progreso. Muchos avances científicos son valiosos, en medicina y en teleinformática, pero lo que yo quería señalar era que toda esa parafernalia técnica con la cual convivimos y que está en el paisaje contemporáneo no es neutra, responde a los intereses de un determinado proyecto histórico, éste de la sociedad en la que vivimos ahora, que es distinto al de década atrás, de la sociedad industrial. Obviamente hay continuidades entre uno y otro, pero a mí me interesa resaltar las diferencias para entender mejor lo que está pasando. Con el cambio de proyecto, cambia la idea de sujeto que protagoniza esos dos mundos. No sería ya más aquel hombre moderno (el hombre psicológico, el hombre sentimental, el hombre máquina) sino que estaríamos transformándonos en otro tipo de sujeto. Es algo que está sucediendo ahora y es difícil fotografiar.

-Pero no es un abandono total.

-Ese modelo del hombre moderno que estamos superando tiene muchos aspectos negativos: lo más fácil de criticar es que el humanismo clásico no contemplaba a la mujer, o su idea del hombre blanco y europeo. Entonces el cambio es bienvenido. Sin embargo, hay otros aspectos de ese paradigma de hombre que estaríamos dejando de lado y que tal vez no sean tan descartables, y quizás se están sustituyendo por algo que tal vez no sea mejor. Es algo que tiene ser pensado y discutido.

-Lo que parecen compartir los dos modelos es dejar afuera a la mayoría de la población, la que vive en la pobreza, que estaba lejos de lo industrial y también lo está de la digitalización.

-Todas estas novedades rimbombantes tecnocientíficas no están destinadas a toda la población, a los ciudadanos de todos los países del mundo, sino que se dirigen a los consumidores. Los dispositivos están disponibles y apuntan a targets , segmentos de mercado específico que puedan comprarlos. Hay muchos ex ciudadanos que no entran en la categoría de consumidores. En la definición moderna, la ciencia y el progreso, al menos idealmente, estaban destinados a mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos, del mundo y la humanidad. Los avances de hoy están dirigidos sólo a ciertos consumidores.

-En tu análisis hablás de dos modelos científicos, el prometeico y el fáustico. Si se piensa en Prometeo o en Fausto los dos terminan mal, uno con el hígado comido por un buitre y el otro condenado por vender su alma al diablo. ¿Tu mirada a la historia de la ciencia es pesimista?

-(Risas) Es complicado responder esto porque hay una polémica clásica entre los apocalípticos e integrados, sobre el pesimismo y el optimismo, tanto en los medios de comunicación como en la tecnología. Tal vez sea una oposición no muy productiva, quizás sería mejor observar las cosas desde otro punto de vista y pensar más bien que el cuadro es realmente complicado. Ser optimista en el sentido de ingenuidad no vale la pena, y es cada vez más difícil entender y cuestionar y cambiar lo que está sucediendo. Mi énfasis, y por eso pienso que no soy pesimista, está en el cuestionamiento y en el cambio. Creo que se puede mejorar, y los autores en los que me baso (Foucault, Deleuze, y yendo más atrás Nietzsche) piensan el mundo que les ha tocado vivir con una preocupación por la situación y con una fuerte voluntad de cambio y un fuerte amor por la vida; diría que el fin es mejorar las condiciones de la gente y por eso no me siento pesimista.

-Foucault, según una cita del libro, habla de cómo las ciencias sociales pueden aceitar los mecanismos del poder. ¿Un libro que critica las tendencias actuales tiene que ser un libro paranoico, en el sentido de que su saber puede ser usado por el poder y entonces inutilizarse?

-Creo que sí, pero eso no debería inhibirnos para seguir adelante e inventar nuevas armas, como diría Deleuze. Si adherimos a la definición de cómo funcionan los mecanismos de poder, que se reciclan y fagocitan todo lo que se le opone... Quiero decir, esta definición de poder, más compleja que la que consiste en reprimir y forzar, reconoce que la resistencia forma parte del poder, es decir que no es una relación de arriba-abajo sino que es una red.

-Sin resistencia no habría poder...

-Claro, requiere la resistencia porque de lo contrario no es relación de poder. Si aceptamos esta definición de poder, aceptamos que la resistencia va a influir en el mecanismo de poder, y éste va a actualizarse constantemente para doblegar esa resistencia. La resistencia también tiene que actualizarse para poder zafarse del poder y doblegarlo. Si suponemos que mi libro es una situación de resistencia, y el poder lo fagocita y lo desvitaliza, eso no indica que no debía haberlo hecho, sino que tengo que hacer otro, mejor.

-¿Vivimos en el "mundo feliz" de Aldous Huxley?

-El libro de Huxley fue premonitorio en muchos sentidos, sobre todo en prever el papel que tendría más adelante la genética, aunque no pudo prever el avance de las telecomunicaciones. En "Un mundo feliz", como en otras contrautopías del siglo XX, estaba muy presente la idea de la fábrica y del trabajo obrero, y ahora el mundo contemporáneo no necesita enormes continentes de esclavos, disciplinados, para trabajar en fábricas; al contrario, lo que necesita son consumidores, subjetividades ávidas, dispuestas a "ser felices".


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"Hoy se necesitan consumidores, subjetividades ávidas".

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