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 sábado, 24 de diciembre de 2005  
[Literatura de Rosario]
"Huésped" y otros poemas
Tres textos de "Atril", el libro que ganó la última edición del Concurso "Felipe Aldana"

Querido Langston

Esta lágrima,
con su postura de ave, se alcanfora
al amor dócil del párpado.
No quedó trago espeso ni latido
no sé por qué lloré,
no lo recuerdo.
Deberá ser el sueño postergado
a salvo de su hedor,
querido Langston.
Ella no siente como el cauce ciego
de cualquier llanto recesivo
Ha podido pacer, recuperarse
lamiendo la doméstica pestaña
a la vera de un rostro innecesario
Qué habilidad de un sentimiento esquivo
Y sea lo que sea,
qué rocío del alto día en blanco
No se puede ofrecer a estos resabios delicados,
la recurrencia del recuerdo
esta conciencia encandilada
la larva de un pensamiento
No le es dado rodar ni desprenderse...
los pies le paliarán seguramente,
la gravedad que a mí me ata
voy a ser su apacible circunstancia.
Hay ojos, como adviertes, como dices,
ya lúbricos atajos del cansancio
como de perros
o como de ancianos.

Huésped

A Rocío

El perro pasa,
íntegro,
todo huésped.
Respira,
huésped de respirar.
No le duele,
pero
si le doliera
sería,
huésped de su dolor.
Lamiendo sin intención,
curaría, o moriría,
sin el segundo de alterar
la historia.
Y la Historia,
como un velo mórbido,
sorbería sus pelos,
quedando en perro
o yendo
a flor.
En cambio en mí,
la flor sería
un pasado inconsolable desgreñando los pétalos,
la doliente voluntad del pelo,
una obsesión de perro.
La historia,
salvaría su urdimbre
como piel de torero.
Y manchas de mí,
y huecos,
y cicatrices.

Querido Lewis

a María Eugenia

La lágrima
cayó dentro de la flor, en la trama de la tela.
No sé qué tiene esta pequeña suerte
que quisiera extinguirme en la corola
casual, que se franquea.
Creer en la aventura de las flores
de las telas.
Van a lavarse, y vuelven
al cortejo de brazos y de piernas
azul de aparecer el gris
se queda,
y condescienden,
porque las plantamos
en nuestra rara tierra.
Pero son íntimas y ajenas.
Pasan vidas con pieles dehiscentes

aspersión del envés
aguas umbrías
en sus anímicas
aldeas.
-Con un pobre poder, destino cosas-
me las pongo,
y me llevan.
Pero sé que deambulo en la mortaja
involuntaria
de su benevolencia.
Porque cubren y encubren y
apacientan
la diseminación de mis moléculas.


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