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 viernes, 23 de diciembre de 2005  
Otra mirada sobre la diversidad. Para integrarse definitivamente a la escuela, un grupo de adolescentes guineanos recibe apoyo de un organismo pastoral que trabaja para la ONU
Refugiados: de Africa a las aulas rosarinas
Llegan de regiones convulsionadas por guerras internas, como polizones en los barcos. Ahora aseguran que la escuela les abre una oportunidad para pensar en otro futuro

Marcela Isaias / La Capital

La historia de David en la Argentina comienza en octubre de 2004, cuando el Vega Star llega a Puerto General San Martín. Es el barco que lo trajo como polizón junto a otros tres jóvenes desde Conakry, capital de Guinea (Africa). Basta pedirle que recuerde su viaje para que le cambie la cara: "Fueron 20 días atravesando el océano, la mitad sin agua y comida. Vinimos escondidos debajo de la hélice. Sólo porque hay un dios pudimos sobrevivir". Hoy David vive en Rosario, confía en que el estudio es lo que le permite proyectar un futuro diferente y abre un nuevo interrogante sobre cuánto y qué deben saber las escuelas para enseñar a los refugiados.

El joven africano tiene 18 años -a poco de cumplir los 19- y cuenta que las primeras noticias que tuvo en Africa de la Argentina fueron en la escuela y a través de la figura de Diego Maradona. Este año empezó a estudiar en una escuela nocturna primaria de Rosario, junto a Lamine, Camara y Abdoula, todos adolescentes y jóvenes que llegaron en el mismo buque. Aunque cada uno tiene un nivel de escolaridad distinto.

A diferencia de sus compañeros, el español de David es fluido. Domina el francés y la lengua de su etnia (sussus). Fueron justamente las terribles guerras y conflictos interminables en su país, los que le hicieron pensar en otra nación. Dieciséis grupos étnicos dividen a Guinea, los más numerosos son los fulanis, mandingas, malinkes y sussus.

Son esas terribles diferencias de razas, creencias e incomprensibles razones políticas que dividen a los guineanos como a tantas otras naciones africanas, las que impiden que los datos que hacen a la identidad de David se publiquen sin restricciones.

"Estaba decidido a venir. Se lo comuniqué a mi familia. Mi viaje no fue nada fácil, hay que pensar que hay un dios, que me ayudó. Pero para mí significó salvar mi vida. Cuando estoy solo canto una canción y pienso que tengo una historia para contar, que espero que alguna vez algún escritor quiera recoger, porque todavía no puedo creer lo que hice", recuerda David.

Con reparos, enseguida menciona los conflictos de su país de origen y también un deseo: reencontrarse con su familia, en la que además de sus padres cuentan una hermana y un hermano.

Para que el deseo de David se cumpla, pueda estudiar, trabajar y volver a diseñar un futuro -en éste o en otro lugar- lo ayuda el Departamento de Migraciones Rosario, Pastoral para la Movilidad Humana, una agencia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).


El trabajo de la inclusión
-¿Qué es lo primero que debe saber una escuela que recibe a un joven refugiado?

-Que a partir de estar amparado por la Convención del Estatuto del Refugiado, cuando peticiona refugio está protegido por todos los derechos constitucionalmente reconocidos, como transitar libremente por el país, asistir a la escuela, trabajar, acceder a la salud pública, etcétera. A veces las escuelas desconocen que estos refugiados pueden asistir a la educación y cómo incluirlos en ellas.

La respuesta es del secretario de la agencia de la Acnur en Rosario, Leandro Zaccari. Su trabajo principal consiste entonces en ayudar a estos jóvenes a ser incluidos en los ámbitos de circulación social, donde también entra la escuela.

Para que el tránsito de los refugiados por las aulas sea posible, en la sede del Departamento de Migraciones de la Pastoral Rosario -ubicado en Buenos Aires 1563- se realiza una nivelación y un acompañamiento en la escolarización de estos jóvenes. Esto es saber qué nivel de escolaridad tienen, buscarles una escuela que los reciba -el contacto se hace a través del Ministerio de Educación de Santa Fe- y acompañarlos en sus estudios.

Para esta tarea cuentan con una maestra que trabaja dos veces a la semana con el grupo de refugiados que están en las aulas. "Por lo general el nivel de escolaridad con el que han llegado es muy variado -señala Leandro Zaccari-, incluso muchos no están alfabetizados, y en algunos casos (los mínimos) ni siquiera hablan una de las dos lenguas comunes en Africa, el inglés o el francés, sino que mantienen un idioma más bien tribal".

Si bien los registros de la dependencia del Acnur en Rosario indican que entre 1999 y el 2001 sólo dos personas pidieron refugio, en el 2004, la cifra alcanzó a 30. La mitad de ellos pidió quedarse en la ciudad. En tanto que la cifra crece si se la proyecta a nivel nacional: son unas 2500 las personas que han pedido esta protección o ya son refugiados.


En el aula
En la escuela en la que este año David recibió su medalla de finalización de la primaria, aseguran que su integración ha sido muy buena. En especial ayuda su personalidad -extrovertida y decidida- y hablar bastante el español.

Los profesores acuerdan en destacar sobre todo "la voluntad que ponen para aprender y el gran esfuerzo por entender las clases" de los cuatro jóvenes que asisten a este establecimiento.

Y los compañeros de David valoran el intercambio de información sobre las costumbres y cultura de cada país, haber organizado salidas juntos, compartir gustos musicales (hip hop) y descubrir que son más las cosas en común que las diferencias.

El año que David lleva viviendo en Rosario ha sido más que suficiente como para advertir cómo ya ha incorporado señales propias de la cultura local. Cada tanto se mezclan en su charla palabras como "cana" o "quilombo"; dice que le gusta el mate, que en cada lugar al que lo invitan lo hacen con asado, que está aprendiendo a jugar al básquet (ya practica el fútbol) y que "las rosarinas son las más lindas".

Pero también suma la anécdota de cómo los rosarinos entienden "la integración": "Al poco tiempo que llegué a la Argentina, me llevaron a la cancha de Rosario Central y enseguida me hicieron canalla".

David hoy tiene una única meta: estudiar. "Quiero seguir algo relacionado con la tecnología, la informática o la contabilidad. Para eso me esfuerzo mucho estudiando. Aquí hay mucho por aprender y lo quiero aprovechar", dice mientras agradece una y otra vez la ayuda que recibe del Departamento de Migraciones.

Tan fuerte es esta convicción que le abre la escuela, que en los últimos días de clase escribió en una hoja de su carpeta: "Me gusta estudiar por mi futuro y el de mi familia. Es lo más importante de todo, porque con él llega todo. Estudiar es una buena idea".
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David tiene 18 años. Llegó escondido en un barco en octubre de 2004. Sabía de la Argentina por la escuela y Maradona.

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