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 sábado, 22 de octubre de 2005  
Elecciones 2005
La "encuestomanía" y los pronosticadores de la actividad política

Robert Starke (Analista político y consultor)

Los sondeos electorales son como un perfume: uno puede sentirles el aroma, pero no beberlos. Esta lúcida definición del ex primer ministro israelí Shimon Peres nos ayuda a pensar en la dimensión que están tomando las encuestas en la arena política argentina.

Actualmente se advierte el creciente protagonismo de los estudios de opinión dentro de los contenidos mediáticos de las distintas campañas electorales.

No sólo los guarismos -que tienen su propia lógica y rigurosidad científica- significan un tema en sí mismo dentro de la contienda, sino que sus autores (los encuestadores) nos convertimos en referentes de opinión y sabiduría; en una suerte de meteorólogos pronosticadores del tiempo, pero en la actividad política.

Los encuestadores conformamos parte de la exclusiva red de profesionales continuamente consultados por los medios a lo hora de intentar saber qué va a pasar en los comicios. Como si con la publicación de los números no bastara, se genera un colorido debate que busca hacer más atrayente una campaña aburrida y monotemática. Un debate en el cual los políticos dejaron de ser los únicos protagonistas.


Sensación térmica
Es verdad que los números hablan por sí solos, pero no es menos cierto que se vuelven más o menos creíbles según quién los avale. Hay que decir que somos los encuestadores quienes pronosticamos, a través de los números, la sensación térmica de la campaña.

Vivimos una campaña encuestada, donde las propuestas pasan a un segundo plano. Este problema no es de exclusivo patrimonio de los políticos y su modo de hacer proselitismo, sino que los medios de comunicación son un actor indiscutible en este proceso.

Desde su lógica comercial, los medios, a través de la constante publicación de encuestas, intentan agregarles suspenso y expectativa a las poco atrayentes campañas electorales que no logran captar el interés de un público cansado de mensajes maquillados.

Así, las predicciones adquieren relevancia en cuanto proveen contenido a la opinión pública y permiten llenar el vacío de propuestas concretas de los candidatos. A su vez, parte del éxito mediático de las encuestas guarda relación con el mundo lúdico e imaginario que todos llevamos dentro. En otras palabras, la futurología es la gran vedette que todos quieren contratar (periodistas, políticos y ciudadanos).

Para evitar malentendidos, cabe aclarar que estas líneas no buscan menoscabar la importancia de los estudios de opinión ni su papel a la hora de la toma de decisiones políticas. Sin embargo, en los últimos tiempos el rasgo noticioso de los mismos es indudable. Las cifras, su valoración, la imagen de tal o cual candidato pesa más que los logros de su gestión o las políticas públicas que éste pudo llevar a cabo.

Todos los días, a la hora de informarnos sobre la marcha de la política argentina, nutrimos nuestro conocimiento a través de los números que las diferentes encuestas reflejan. Este comportamiento nos convierte en simples adoradores de formas y no de contenidos.

Cabe entonces preguntarse por la utilidad de las encuestas. Está claro que son herramientas políticas que sirven para delinear estrategias de campaña, brindando datos a partir de los cuales se moldea el discurso y las acciones comunicacionales a desarrollar para los diferentes públicos.

Ahora bien, desde esta perspectiva ¿no corremos el riesgo de que las encuestas se conviertan en una estrategia en sí misma? ¿La mera publicación de un número favorable no será un movimiento táctico en busca de captar más votos? ¿Los medios de comunicación no esconden su subjetividad a través de la publicación de números objetivos? ¿Cuánto influye en el electorado saber quien está ganando y quién está perdiendo?

Los políticos deben tener en cuenta que la sociedad argentina esta entrenada en diferenciar las propuestas del márketing político y las estrategias publicitarias.

En este sentido, el término encuestomanía, propuesto en estas líneas al sólo efecto de describir el contexto político argentino, abona la creencia política de que cualquier cuestión álgida puede abordarse a través de una encuesta.

Resulta evidente, entonces, que el uso y abuso de las estudios de opinión puede, a corto o largo plazos, agregarle peso a la enorme mochila de descrédito que la clase política vernácula carga en sus espaldas. Los riesgos de caer en esta situación no son pocos.

En la comunicación del siglo XXI, donde la información abunda pero no penetra, las formas pesan más que los contenidos. Por esta razón, se me ocurre, quizás debamos hacer un esfuerzo para intentar volcar esta realidad y volver, de a poco, a privilegiar los contenidos. Sobre todo, si se trata de cómo la política puede contribuir a mejorar nuestras vidas.


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