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 miércoles, 10 de agosto de 2005  
Editorial:
Irán y la sombra nuclear

Pocos días atrás, el 6 de agosto, el mundo entero recordaba un hecho al que muchos califican con pleno fundamento como el más trágico de la historia de la humanidad. El estallido de la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima en esa fecha del año 1945 fue una atrocidad sin nombre, pese a todos los argumentos que se esgrimieron a posteriori con el vil objetivo de justificarlo. Sin embargo, pareciera que el odio continúa siendo más fuerte que la razón: el reciente desafío lanzado por el flamante gobierno iraní, que reanudó su plan nuclear, se erige como una señal de nítido peligro -casi un alerta rojo-. Si a ello se le suma la creciente amenaza que representa el terrorismo fundamentalista y el claro riesgo que representa la política belicista de Corea del Norte, se debe llegar a la conclusión de que pese al fin de la Guerra Fría el mundo dista de haberse librado de la ominosa amenaza nuclear.

El reciente triunfo electoral del ultraconservador tradicionalista Mahmoud Ahmadinajad parece haber tirado aún más de la ya tensa cuerda iraní: pese a que se afirme que el destino que se le dará al uranio enriquecido es la generación de energía con fines pacíficos, las inmensas reservas petrolíferas y gasíferas del país islámico inspiran cuanto menos profundas sospechas en relación con el verdadero propósito de la conversión del mineral. Muchos suponen que la guerra contra su vecino Irak -una añeja animadversión separa a ambos Estados- es el argumento real de la obra. La afirmación del flamante presidente, realizada ayer, de que tiene nuevas iniciativas para superar el punto muerto no ha logrado despejar las suspicacias.

El ministro alemán de Relaciones Exteriores no dejó dudas en cuanto a la evaluación de los acontecimientos que su nación realiza: "Irán debería tener en cuenta que ha dado un paso en la dirección equivocada", advirtió, antes de concluir con que "la situación es muy seria y puede tener consecuencias desastrosas". El canciller francés Philippe Douste-Blazy afirmó por su parte que la reanudación de la actividad nuclear iraní es "una clara violación" de las disposiciones del Organismo Internacional de Energía Atómica (Oiea) y que da comienzo a una "grave crisis".

Palabras significativas y de notorio peso en la boca de funcionarios que representan los intereses de dos de las principales potencias del Viejo Continente y que no se caracterizan por su alineación automática con las posiciones estadounidenses. Pueden leerse, acaso, como una dura advertencia y un paso previo diplomático a la ejecución de acciones mucho más directas.

El horror de Hiroshima y Nagasaki debería obrar como disuasivo. Pero cuando como en este caso los puentes del diálogo se rompen y la desconfianza mutua se convierte en el telón de fondo excluyente, el peligro es que lo peor deje de ser sólo una hipótesis para transformarse en dramática realidad. Es hora de actuar con firmeza.
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