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 miércoles, 08 de junio de 2005  
Un caso cerrado solamente en los Tribunales

Hernán Lascano / La Capital

En muchas oportunidades y por diferentes casos, los periodistas de la sección Policiales dejamos claro no convalidar esa especie de manía sancionatoria que predomina en buena parte de la sociedad, que identifica la idea de justicia realizada sólo con el castigo y que reconoce mayor probidad a un veredicto, sin importar sus fundamentos, en tanto más dureza conlleve.

Esa tendencia que pone su acento en el reproche duro como remedio de la inseguridad y las conductas ilícitas, que tiene su atavismo más dramático en la cruzada de Juan Carlos Blumberg, encuentra en ese ardor punitivo un refugio momentáneo. Luego de ese desahogo algo resulta obvio: el problema, como la fiebre, solamente se erradica si se ataca lo que lo causa. O si por lo menos se da a leer que impera la vocación de hacer justicia.

Esa aclaración es necesaria. Ahora, ¿cómo establecer una relación racional entre la cuestión de no sancionar de cualquier forma con la de validar que hay conductas que deben tener reproche? Ese es un desafío difícil que no es, cómo lo quisieran muchos, de dominio exclusivamente jurídico. Es un reto general donde se conjugan planteos subjetivos, de actores plurales y con intereses diversos. Es, en definitiva, algo bien político.

El fallo que ayer confirmó el falta de mérito al ex subsecretario de Seguridad Pública, Alejandro Rossi, es un mensaje cargado de sentido político. En Tribunales aspirarán a que se lo reconozca apenas como un pronunciamiento técnico. Pero es inevitable, y no una tragedia por ello, que sea mucho más que eso.

No se trata de seguir hablando de Rossi, de qué hizo o qué no hizo. Sino del sistema, de sus enfoques, sus implícitos y sus efectos. El lunes el fiscal de Cámara Guillermo Camporini desistió de la acusación contra el funcionario. Según su dictamen las pruebas no alcanzan para acusarlo -el fiscal de primera instancia que quedó descolocado por el texto de su superior está convencido de lo contrario- del delito de amenazas por encañonar a un taxista al lado del puente Rosario-Victoria.

En esto el fiscal superior siguió el criterio del juez de Instrucción Carlos Carbone, que al dictarle falta de mérito a Rossi había planteado que sin víctima no había delito. Ocurre que Sergio Amaya, el taxista, negó a su turno haber sido amenazado. Chapurreando como un tartamudo dijo por LT8 que no había visto arma, que tal vez había existido pero que no estaba seguro. El ex funcionario sostuvo que aquel día bajó armado porque sintió que su vida estuvo en peligro. Pero que no apuntó ni intimidó. La Justicia dio valor a estos dos testimonios.

No hizo lo propio, por simple inferencia, con el del gendarme Iván Méndez. El fue quien desarmó a Rossi, lo que le imponía el cumplimiento de su función como centinela. Dijo que intervino porque le apuntaba a la cabeza al taxista, al que hizo bajar del auto con las manos en alto. También se ocupó de documentar el episodio.

Este testimonio, de una persona que cumplía con su trabajo y que como un ciudadano responsable se presentó a la Justicia para decir lo que vio y lo que hizo, quedó devaluado y públicamente ridiculizado. ¿Qué mensaje recibe la sociedad que asiste al caso? Que el que se comporta como se debe recibirá humillación, tendrá problemas y destrato institucional.

Del carácter absurdo y balbuceante del discurso del taxista no se dijo nada. El que sostuvo Rossi le valió la falta de mérito. De Iván Méndez señalaron que tenía "Alzheimer al revés" y en la Justicia lo colocaron en un lugar casi de farsante. Curiosa paradoja: los miembros del Poder Judicial valoran la comparecencia de testigos, pero le dan a Méndez un trato que parece la forma más convincente de ahuyentarlos. No fue el público ni los medios: fueron varios jueces los que, extraoficialmente, le dijeron a este diario que era lamentable el lugar al que el Poder Judicial confinaba al gendarme en este caso.


Quedar en evidencia
Algo fundamental, ahora que el caso judicial del arma va al cierre, es qué suerte correrán los policías jerárquicos que intervinieron en el caso y omitieron hacer figurar en el acta que Rossi estaba armado y que un gendarme lo desarmó. Estos oficiales quedan tambaleando por dos cosas: porque eso sí fue escrito en un mensaje de Gendarmería y porque el propio ex funcionario reconoció que era cierto. Se sabe que las actas policiales producen milagros: en ellas elementos ausentes en la realidad suelen aparecer, o desaparecer si están presentes, según las conveniencias. Es lo que se llama falsedad ideológica y encubrimiento.

Lo más llamativo es lo más reiterado: como en otras ocasiones, pero nunca como en ésta, el Poder Judicial y algún abogado lamentaron "la mediatización" del caso. Es un argumento desconcertante. Los medios, que por supuesto tienen intereses y se mueven de una forma tan poco neutral como jueces y letrados, no irrumpen en la comunidad desde otra galaxia: son parte de ella. Los asuntos de los que se ocupan provienen de y reenvían a la sociedad. Lo inevitable es que en la sociedad moderna, y republicana, buena parte de los asuntos públicos se tratan por la prensa. Es imposible no sospechar, en tal aserto, de una cierta añoranza de catacumbas, de resolver en calma cosas que implican estrépito, de privar a la sociedad de una discusión que le concierne. Rossi no era el secretario de Seguridad de Tribunales, sino de todos los santafesinos.

Si no lo fueron ya, todos los protagonistas de esta historia serán olvidados. Pero persistirán mensajes institucionales cargados de elocuencia que respiran en el tratamiento de casos como éste. Es muy patente la sensación de menoscabo que vivió el gendarme: entró al Palacio de Justicia como testigo y salió como un mentiroso. Lo dejó en claro el juez. Como Méndez dio en una segunda declaración detalles que no había aportado en la primera, el magistrado en su resolución citó un poema de Antonio Machado. "¿Dijiste media verdad?/ Dirán que mientes dos veces/ si dices la otra mitad".

Eso no es un aserto científico, apenas tres versos de un poema. Es cierto que la poesía, como los chistes, a veces resuelven con mucha autoridad explicaciones complejas. Un ejemplo. "Se miente más de la cuenta/ por falta de fantasía: también la verdad se inventa".

También es de Antonio Machado. Y está en el mismo poema que citó el juez.
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