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 domingo, 05 de junio de 2005  
[Nota de tapa] La democracia débil
De la renovación a la vieja política
En "La Argentina en emergencia permanente", que publica Edhasa, Hugo Quiroga desmenuza el país de las dos última décadas y los avatares de las instituciones y el poder político

Hugo Quiroga

El estilo de gobierno de Kirchner es una renovada demostración de que la política es un saber arquitectónico, que el poder es algo que se construye. Tengamos en cuenta que accedió al gobierno con el 22% de los sufragios, sabiendo que su tarea primera y fundamental no era otra que el restablecimiento pleno de la autoridad presidencial, sin lo cual no podía organizar su propia capacidad de gobierno. El resultado fue la instauración de una democracia basada en la opinión pública, a tono con los cambios de época. La duda era saber si esto era suficiente como para construir un poder consistente y, al mismo tiempo, autónomo del partido justicialista. En el escenario de fragmentación del régimen de partidos, se realzó la propuesta de la "transversalidad". Decía el jefe de Gabinete, Alberto Fernández: "Estamos en un momento decisivo para impulsar un proyecto político que mire hacia la gente y que se sostenga en las ideas comunes, más allá de los partidos".

La opción de Kirchner fue clara desde el primer momento. En lugar de constituir un gobierno de coalición, dada su baja legitimidad electoral, se inclinó por formar un gabinete representativo del espacio electoral que lo llevó al triunfo y por recostarse en la propia fuerza que le da el ejercicio de la autoridad presidencial. Con un estilo marcado por las decisiones rápidas y reservadas anunció el comienzo de una era de renovación política y de mejora en la calidad de las instituciones democráticas, que dejaría atrás la era menemista de corrupción política y de grandes negociados con los intereses corporativos. El poder que se construye desde ese discurso se despliega en una red de relaciones simbólicas que va acompañado de firmes decisiones políticas y como todo poder produce efectos y se reviste de símbolos y gestos que se encaminan a la obtención de determinados bienes, que generan amplias aceptaciones subjetivas. El poder político tiene siempre un componente subjetivo, de personalización, su realidad no se reduce a la coacción y a la ley. Las decisiones inesperadas que conquistaron adhesiones se tomaron en el campo de la política, la ética y los derechos humanos, abriendo un horizonte de esperanza en un amplio sector que restauró la confianza social en el liderazgo presidencial y en las posibilidades de cambio.

Además habría que preguntarse hasta dónde aquella construcción de poder institucionaliza la política y, de esta manera, saber cuál es el espacio que se le otorga a la esfera deliberativa. La desinstitucionalización de la política también se vincula a los gobiernos personales que no favorecen ni refuerzan las estructuras partidarias y el rol del parlamento. Es decir, bajo un gobierno de la opinión pública, cuando hay una excesiva personalización del poder, en un contexto donde surgen nuevas formas de representación, se pone en entredicho la institucionalización de la política y se reduce, a la vez, el campo de actuación del parlamento. (...)

Del hundimiento que sufrió el sistema de representación en el momento más severo de censura de la política surgieron significativas modificaciones al mapa partidario, que se han puesto de manifiesto en los comicios electorales de 2003. Los niveles de desaprobación han transformado profundamente las expresiones del sistema de fuerzas políticas. A la fragmentación del peronismo se une la declinación del radicalismo, la debilidad de los terceros partidos en formación, y el surgimiento de diversas coaliciones de carácter electoral de centro-derecha y centro-izquierda, que atraviesan los partidos mayoritarios (por ejemplo, en Buenos Aires, en Santa Fe, en Catamarca). Fuerzas de menor tamaño como el partido socialista muestran cierta fortaleza y parecen haber pasado por la prueba de la construcción de estructuras estables.

Aún de manera invertebrada se conforma una geografía partidaria novedosa, producto del proceso de impugnación de la política, en la cual podría asomar el perfil de un partido predominante con el justicialismo. Más allá de la fragmentación y de la falta de liderazgo partidario, los dirigentes del peronismo han podido, a diferencia del radicalismo, retener a la mayoría de sus votantes y han aceptado participar en los últimos comicios sin cobertura partidaria, adaptándose de esta manera a un paisaje político diferente, que en determinados lugares no les era favorable. Sin lista propia, integrando coaliciones, el peronismo obtuvo la mayoría de las bancas en la ciudad de Buenos Aires, en las elecciones de agosto de 2003.

Desde la conformación del Frepaso la mayoría de los analistas pensaron, dado su rendimiento electoral, que se asistía al derrumbe del clásico sistema bipartidista radical-justicialista que dominó la política argentina desde mediados del siglo XX. Sin embargo, con la disgregación de los partidos mayoritarios lo que ahora resulta comprometido no es el sistema bipartidista sino el régimen de partidos. El cambio más visible es la dispersión y la multiplicación en el sistema de fuerzas políticas. Así como asoma el perfil de un partido predominante, hay también evidencias de un esquema bipolar, sin grandes partidos enfrentados, representado en dos coaliciones, de centro-izquierda y centro-derecha. Estas coaliciones son todavía precarias y están expuestas a su disolución, hasta ahora tienen un carácter electoral. (...)

En este escenario de fragmentación del régimen de partidos, el juego político del gobierno nacional apareció organizado en torno a la opinión pública (que, como sabemos, se mide básicamente por las encuestas), y a la propuesta de transversalidad. Con esta iniciativa se apostó a la construcción de un espacio propio que proponía levantar un programa político por encima de las fuerzas partidarias, que congregara a dirigentes de procedencias ideológicas diferentes. El desafío de la política transversal, que refleja la crisis de las estructuras partidarias tradicionales, parece ser abandonado por el presidente Kirchner que muestra ahora un gesto conciliador con el partido peronista. Lo que pretendía ser una propuesta de renovación, comienza a ser dejada de lado para continuar con la política de siempre.

Luego de las elecciones del año 2003 quedaron como protagonistas quienes en el pasado inmediato habían participado de un sistema político que derivó en el derrumbe del régimen de representación y en la disgregación del sistema de partidos. Al final "se quedaron todos" convalidados por la legitimidad electoral. A pesar de que Kirchner proclama el reemplazo de la cultura menemista por otra distinta, en el marco de la renovación de la política, no se puede dejar de advertir que la mayoría de los funcionarios y legisladores provinciales y nacionales formaron parte de los gobiernos menemistas, y de la vieja política. Los hombres virtuosos del peronismo de hoy, son los mismos que Kirchner critica cuando alude a la nefasta actuación de los hombres públicos de la era menemista. Esta es una de las habilidades del peronismo, juzgar desde el presente a un pasado que el mismo construyó en función de gobierno sin hacerse cargo de esa historia, desligándola de sus estructuras y pensamiento actuales.

Hoy sabemos que la renovación política no se ha producido, que no hubo cambio de estilo ni una regeneración del sistema que se creía necesaria, sino más bien una prolongación en el tiempo de la vieja política. Tres ejemplos emblemáticos reafirman que no ha habido un cambio positivo en el sistema político: 1) la reforma política ha sido postergada; 2) el juicio por los sobornos en el senado parece haber quedado en el olvido, a pesar de las confesiones de Mario Pontaquarto, ex secretario parlamentario de la cámara alta, efectuadas en el mes de diciembre de 2003; 3) en la situación actual, la Corte Suprema no aparece como un poder completamente independiente del ejecutivo. Es la "Corte de la pesificación", ideológicamente opuesta a la anterior, cuyos miembros son jurídicamente competentes y probos. En la realidad argentina, según lo que hemos estudiado, el Poder Judicial parece estar al servicio del Poder Ejecutivo de turno, y en lugar de ser una estructura independiente que tiene entre otras funciones la de controlar los excesos del ejecutivo, es el Gobierno quien controla los jueces, los priva de su independencia y los convierte en funcionarios. Es lo que sostiene Alejandro Nieto: "Una organización atendida por funcionarios dependientes no es un Poder Judicial sino un servicio público, en este caso el de la Administración de Justicia".

Volviendo al tema que ha sido una de las líneas comunicantes de nuestro libro, pareciera que hoy es imposible concebir a la democracia sin poderes discrecionales, sin el reforzamiento del ejecutivo, sin disminuir el valor de la deliberación parlamentaria, sin que importantes actividades y decisiones queden fuera del control directo del Congreso. Veamos otros ejemplos: en noviembre de 2003 se prorrogó hasta fin del año 2004 la emergencia económica que otorgó al Poder Ejecutivo facultades propias del poder legislativo en materia económica, social y política; de los 200 mensajes que el Gobierno envió al Congreso hasta mediados de agosto de 2004, 105 correspondieron a medidas de emergencia y 95 a proyectos de ley; en la Ley de Presupuesto del año 2005 se aprobó una cláusula que confiere amplios poderes al jefe de gabinete para la reasignación de los recursos presupuestarios; a fines del año 2004 se prorrogó nuevamente la emergencia económica con vastos poderes para el ejecutivo que le permiten intervenir en el mercado financiero y en el cambiario, en las relaciones contractuales entre privados, en la renegociación de los contratos de las empresas de servicios públicos privatizados, entre otras cuestiones.

Como se puede apreciar, el Congreso delegó atribuciones que le son propias, declinó a ejercer una función de control y convirtió a Kirchner en uno de los presidentes con mayor concentración de poder, en un momento en que los indicadores económicos (por ejemplo, el extraordinario superávit fiscal) y la marcha global de la economía no justificaban la apelación a la emergencia. El problema es aún más grave porque los decretos de necesidad y urgencia y la delegación legislativa no cuentan todavía con una ley que regule sus alcances, tal como lo prevé la Constitución de 1994, razón por la cual transcurrieron diez años sin control parlamentario. El resultado fue la concentración del poder sin ninguna regulación ni control del Congreso. El decisionismo democrático ha alcanzado su plenitud.

Con menos espacio de participación del parlamento y con las fuerzas partidarias dispersas, hace su avance la democracia de opinión, en la que como dice Sartori la opinión pública es cada vez más video-dirigida y hetero-dirigida (dirigida por otro), es decir, que se forma por la televisión y las encuestas. En este paisaje, el Poder Ejecutivo está más preocupado por el control que ejerce la prensa (y, al mismo tiempo, por controlar lo que se dice en la prensa) y la opinión pública que el efectuado por el Congreso. Esta es la realidad de la democracia actual. Aún en este camino, la Argentina se ha estabilizado después del colapso de diciembre de 2001, ha superado los temblores políticos y sociales más conmovedores de su historia, y ha encontrado en el ministro de Economía, Roberto Lavagna, una figura que ha sabido sobresalir en las difíciles pruebas por las que debió atravesar. Es lo que fundamentalmente ha contribuido al renacimiento de las esperanzas.


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Kirchner supervisa el retiro de la Esma de retratos de ex dictadores.

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