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 sábado, 19 de marzo de 2005  
¿Tenía razón Bush?

Miguel Angel Bastenier

En las últimas semanas, importantes medios de la prensa norteamericana han publicado una batería de artículos con un solo leit motiv: el presidente Bush pudo tener razón. La fórmula solía adoptar el modo interrogativo, pero siempre para decirles a los europeos contrarios a la aventura iraquí que se habían pasado de listos, y que acontecimientos como las elecciones en Irak, la probable tregua formal entre palestinos e israelíes, el anuncio sirio de retirada de Líbano y varios auspicios más constituían un esbozo de primavera democrática en el mundo árabe. Por ello, a los dos años, que se cumplen el domingo, de la intervención anglosajona en Irak, es conveniente hacerse esa pregunta.

La primera impresión, tan extendida, de que todo era una fuga hacia adelante para castigar a Sadam Hussein, inventándose terribles armas en Irak, ignorando a la ONU y hablando a la ligera de democracia en Oriente Medio, acertaba en que inventaba, ignoraba y hablaba, pero erraba al creer que no había un plan de acción para el futuro. La idea era liquidar o reducir a la impotencia, una por una, a las fuerzas adversarias -Irak, Siria, Irán- para despejar el camino a una paz favorable a Israel y consolidar, así, la dominación norteamericana en la zona.

¿Hay un despunte de democracia en Oriente Medio?, o ¿qué se quiere decir cuando se habla de democracia?, o ¿a qué fin servirían regímenes más o menos representativos en esa parte del mundo? Hoy parece imposible responder a esas cuestiones. Pero no es menos cierto que algo se mueve en el mundo árabe, aunque viene a hacerlo de la forma en que se agitan las aguas de un estanque al que se ha arrojado un pedrusco de regular tamaño. El sentido de esa agitación es lo que está por dilucidar.

Lo de si Bush tenía o no razón, por tanto, no se tiene que evaluar en función esotérica de lo que no se sabe, de lo que queda ad calendas, sino a la manera de quien lee una cuenta de resultados. Lo que se ha hecho y sus consecuencias. Hasta ahora.

El mundo es hoy más peligroso que antes de la guerra de Irak, porque se ha abierto el país a la acción del terrorismo de Al Qaeda y porque el mundo árabe-islámico, por mucho que vote, odia a Occidente un poco más que ayer, pero menos que mañana. Y si, además, ese mundo se democratiza, ¿quién ha dicho que ello aquietaría las reivindicaciones de gran parte de sus masas? Aun al contrario, hay excelentes probabilidades de que el resultado fuera peor para Israel, Estados Unidos y adláteres, puesto que la relativa libertad de elegir daría un papel mucho más relevante al integrismo, chiíta o sunita, sírvase usted mismo, en gran parte de ese vasto universo del islam. Peor aún, la reivindicación generalizada de que los árabes sufren extremo mal trato a manos de Occidente obtendría la redoblada fuerza de las urnas, y podría quedar en el peor lugar imaginable esa pía jaculatoria de que las democracias no se hacen la guerra, porque hay que partir de la base de que, si son democracias, tampoco se anexionan territorios. Contrariamente a esa versión geopolítica ultralight, son hoy las dictaduras árabes las que sofocan la ira de las masas contra Israel y Estados Unidos.

Si, entonces, tener razón se mide por la adecuación entre objetivos y resultados, parece algo prematura la conclusión de que Bush sí la tenía. ¿Quería el presidente norteamericano un gobierno chiíta en Bagdad, que un día pueda tener las mejores relaciones con Teherán? ¿Quería provocar en Irak una insurrección de características, en gran medida terroristas, que puede llevar al país a una auténtica guerra civil? ¿Quería o creía que su fuerza expedicionaria fuera a sufrir un goteo permanente de bajas, que ya pasa de los 1.500 muertos, sin el más mínimo signo de mitigación inminente? ¿Quería tener que reducir a Siria, no ya sin prisas y cuando conviniera, sino con una cierta urgencia, para cegar una frontera por la que fluye -como se cree en Washington- la ayuda a la insurrección? ¿Quería arruinar definitivamente la imagen de Estados Unidos en el mundo árabe y gran parte del islámico? Hay, con todo, una posibilidad de darle la vuelta a esta espesa tortilla. Una paz en Palestina que devuelva tierra y derechos a sus pobladores de los últimos 2.000 años. Si así fuera, entonces sí que Bush habría tenido toda la razón.
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