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 sábado, 19 de marzo de 2005  
Ingenio y ganas para lograr la integración en las aulas
Por la falta de recursos públicos, una escuela apela a las obras sociales para atender a los dificultades de los alumnos

Marcela Isaías / La Capital

En 1994, en la conferencia mundial sobre educación de necesidades especiales realizada en Salamanca, fue adoptado el principio de "educación inclusiva". En pocas palabras, el concepto se refiere a que "todas las escuelas deben acoger a todos los niños independientemente de sus condiciones personales, culturales o sociales; niños discapacitados y bien dotados, niños de la calle, de minorías étnicas, lingüísticas o culturales, de zonas desfavorecidas o marginales".

Pero también significa que para que esto sea posible de alcanzar las escuelas tendrán que modificar "sustancialmente su estructura, funcionamiento y propuesta pedagógica" para dar respuesta a esta diversidad de necesidades educativas de todos.

Esta claro que este es quizás uno de los retos más importantes que enfrentan los sistemas educativos y los docentes en la actualidad. Porque, tal como señalan los expertos internacionales, "el logro de estos objetivos requiere cambios profundos en las concepciones, actitudes y prácticas educativas para lograr que todos los alumnos y alumnas, sin ningún tipo de discriminación, tengan las mismas oportunidades de aprendizaje, desarrollen plenamente sus capacidades y participen en igualdad de condiciones en las situaciones educativas".

Lo real es que, más allá de los acuerdos sobre qué se entiende por educación inclusiva, estos cambios son lentos en las aulas. El desconocimiento, los prejuicios y la discriminación todavía conservan un lugar de peso.

Sin embargo, en medio de este panorama y con todas las dificultades que implican los cambios profundos, las experiencias educativas que intentan torcer el rumbo se abren camino.

Una de ellas es la iniciada en el 2001 en la Escuela Nº 72 Juan B. Justo, de la mano de Agustín, un nene con síndrome de Down, que luego de recorrer innumerables salitas consiguió un lugar en este colegio.

Tal como relata un grupo de maestras, con la llegada de Agustín las preguntas crecieron y también la necesidad de empezar a diseñar una escuela que no fuera uniforme. El primer paso lo debieron dar ellas para asegurar que la integración que figura en cientos de bibliografías fuera posible.

Es que, como señalan, "si el docente integra a los niños con dificultades, los chicos también lo harán".


Ingenio y recursos
Hoy, Agustín no es el único. Son varios los nenes con distintas capacidades o necesidades educativas que asisten a esta escuela de barrio Malvinas.

El paso natural en estas situaciones es el contacto entre escuela común y especial, pero cuando esto no puede garantizarse -por distintos motivos- surge la necesidad de agudizar el ingenio y los recursos.

Al menos así lo entendió un grupo de maestras de esta escuela que aceptó la llegada de dos maestras integradoras pagadas por una obra social, y cuyo trabajo principal es acompañar a estos niños con dificultades para garantizar su aprendizaje.

Desde el 2003 Patricia Mandrussan y Jésica Bácera trabajan en la Escuela Nº 72; y, si bien ellas están contratadas para asistir a tres alumnos, extienden su tarea a un grupo mayor: "Nadie -entienden- puede quedar afuera, porque se trata de pensar en un proyecto educativo de inclusión y no en unos problemas aislados".

Es por eso que maestras integradoras y comunes destacan una y otra vez que no se trata con esta experiencia -que une el medio público con la instancia privada- de competir con la escuela especial "sino de cubrir una demanda puntual que ésta no alcanza a hacer".

Esta historia es por cierto valiosa porque abre a los padres y docentes una posibilidad no siempre conocida y que es la de pedir esta cobertura de profesionales como maestras integradoras, psicopedagogos o psicólogos a las obras sociales (ver aparte).

La experiencia muestra diferentes caras de trabajo. Entre éstas, el cambio que debieron dar las maestras tanto en su forma de evaluar como en las adaptaciones a las formas de enseñar los contenidos programados. Y también la apertura de los directivos para ir creciendo.

El proyecto de trabajo de integración de la escuela de Vélez Sarsfield 436 es aún incipiente. Igualmente, las docentes apelan al entusiasmo y al contagio que generan los logros de los alumnos para seguir empujando al resto de sus compañeras.

"Es verdad, esto implica más trabajo, pero no más que cualquier otro que se presente en la clase", dice Adriana Di Lauro, una de las docentes. Y agrega que si todavía muchos "colegas no se suman es por falta de conocimiento o interés".

Pero sobre todo como señalan las maestras, Ana María Bisoni y Marcela Poy, se rescatan "la alegría que sienten los chicos cuando descubren que pueden aprender".
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"Es posible la integración", dicen las maestras de la Escuela de Vélez Sarsfield al 400.

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