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 domingo, 24 de octubre de 2004

candi
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-El pesar, la angustia que se siente por la ausencia o la muerte de algo o de alguien es el mal de nuestros días, Inocencio. Es el tremendo demonio que asola (sin contemplación, sin remisión, despojado por su propia esencia de toda piedad) al ser humano de estos tiempos.

-¿Entonces hoy hablaremos de la soledad? Y en consecuencia deberíamos hablar del amor, porque es cierto aquello de..."en una esquina de la vida la soledad y el amor se encuentran, se miran a los ojos y desafiantes se disputan el trono en el espíritu del hombre".

-Linda frase ¿A quién le pertenece?

-A un tal Inocencio. Sí, Candi, ese es el eterno dilema del ser humano tan patética como sublimemente planteado por Shakespeare: "To be, or not to be: that is the question". Ser o no ser, amar o no amar, sucumbir en manos de la soledad o salir a luchar para no permitir que ésta devaste la naturaleza humana o destruya la verdad.

-¡La verdad!, !La Verdad! Retumban aún en el universo las palabras tremendas de Pilato: "¿Qué es la verdad?" ¿Qué es la verdad Inocencio?

-La verdad es el amor, pero cuando éste cae vencido por las huestes del egoísmo, el resentimiento y el odio entonces la consecuencia inmediata para el hombre es la soledad. Una soledad que, como tantas veces hemos dicho, no debe confundirse con estar solo porque es posible estar solo y aén no sentir soledad y, notablemente, es muy usual en nuestros días que un ser esté rodeado de personas y sentirse en el más tremendo de los aislamientos, advertir que un lóbrego sentimiento inunda el corazón y lo ahoga de a poco.

-De a poco hasta que el último latido retumba en la creación, desesperado, solo, desconsolado, sin que nadie se ocupe de revivirlo, excepto...

-¿Excepto qué?

-Que el ser descubra que aun en el más tenebroso de los desiertos, en el último y más profundo nivel del infierno la soledad sucumbe ante el amor. Porque es cierto, Inocencio, en una esquina de la vida el amor y la soledad se encuentran y se miran desafiantes, pero de pronto el amor se vuelve, mira al "yo" y le dice: "Si este monstruo ha de reinar aquí será sólo por tu desaire hacia mí, por permitir que me marche". Porque donde impera el amor la soledad ni siquiera es llamada a servir. Muere irremisiblemente.

-Pero... ¿Qué es el amor? ¿Cómo se logra que el amor impere?

-Hay unas palabras geniales de Arthur Miller: "¿Puede alguien recordar el amor? Es como querer conjugar el aroma de las rosas en un sótano. Podrías ver la rosa, pero el perfume, jamás. Y es esa la verdad de las cosas ¿no te parece? Su perfume". Yo diría que el amor en el ser humano (imperfecto) es un sentimiento, pero en la perfección de Dios es su propia esencia. Diría, a propósito de la frase de Miller, que el amor es el perfume de Dios. Si así lo queremos lo percibimos, exalta el espíritu, destierra la soledad.

-El amor es el perfume de Dios. Me gustó. Sabe Candi, a veces pienso que la soledad reina porque el "yo" permite que el amor duerma demasiado o bien ese "yo" no comprende cabalmente que cosa es el amor. Por ejemplo: los gobernantes están tan lejos de amar al pueblo y por eso existe una sociedad desolada; algunos enamorados confunden enamoramiento con amor y sobrevienen más tarde o más temprano los amantes angustiados; algunos padres confunden amor con complacencia y proliferan los hijos perdidos y muchos seres humanos suponen que el amor es un trueque y el efecto de tal confusión es al fin la pena.

-He dicho que en el hombre (imperfecto) el amor es un sentimiento, pero quiero culminar esta charla sosteniendo, Inocencio, que como el propósito de la existencia humana es la evolución espiritual, ese sentimiento a medida que se practica se va incorporando a la propia naturaleza del hombre. Es decir, aún cuando el espíritu humano no pueda ser esencialmente amor (atributo de Dios) puede y debe aspirar ese perfume de Dios para que se colmen, hasta donde es posible, los espacios del alma. En ese contexto espiritual podrá decirse: he recibido de la esencia el amor, he dado de ese mismo amor, he vencido a la soledad. Y es en ese contexto, y no en otro, en donde la sociedad y el propio individuo podrán alcanzar la paz tan necesitada.

Candi II
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