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 domingo, 05 de septiembre de 2004

El guapo de Ludueña
¿Te acordás hermano?... de Antonio Inveninato
El ex centrojás de Central en los 50 era un generoso distribuidor de suelazos y tiene la pinta de un personaje de una imperdible novela del Gordo Soriano

Miguel Pisano / La Capital

Tiene los ojos más tristes que celestes. Un metro 80 largo, la pinta intacta de jugador en ese inconfundible andar con chuequeras y el rebenque de la vida marcado en cada arruga, el Gringo Inveninato se tambalea en la puerta de su pequeña casa del Fisherton pobre, como un viejo boxeador que resiste hasta el último round. El frente pintado de blanco grisáceo en los 70, un televisor que invade hasta el living más necesitado con el peligroso discurso de la derecha sobre la inseguridad y un viejo pullover marroncito que le hace más caso al almanaque que a la temperatura, Antonio Inveninato cierra la puerta de calle sin escuchar los berrinches del locutor de Crónica ni de su casa y parte en cámara lenta hacia a la estación de servicios donde trabajó 15 años y se sumerge en el mágico mundo del fútbol, como una postal de una película del neorrealismo italiano.

Nacido el 1º de mayo del 29 en una casona de Santa Fe y Valparaíso, hijo de los italianos Antonia y Salvador, un peón que laburó toda la vida en el ferrocarril, el Gringo comenzó a jugar en las viejas canchas de los clubes Valparaíso, Mercadito Social Lux, Policial y Sportivo Rosario, en Urquiza y Pascual Rosas, cuando más que un barrio era un pueblo de quintas y vías apenas matizadas con casitas blancas con tejidos, gallinero y árboles en el fondo, partido al medio por los imperdibles barrigones, esos encantadores fierros del ferrocarril que cercaban los terrenos como una barrera para practicar tiros libres. "Jugábamos todo el día a las cabezas entre los árboles, tanto en invierno como en verano", revela el Gringo el secreto de los grandes cabeceadores de antaño.

Antonio llegó a los 13 años a la quinta de Central, donde jugaba con el Pepe Minni, que era un año más chico, y el Tato Mur, que era uno más grande, el día que los delegados canallas Huete y Denier lo fueron a buscar al barrio. Y después jugó en aquel equipo que formaba con Bottazzi; Virgilio y Blanco; Minni, Inveninato y Zof; el Gallego Pérez, Santos, el Tato Mur, el Torito Aguirre y Marracino o el Cartero Portaluppi.

"Yo los cagaba a patadas a todos. Le pegaba hasta a mi vieja", grafica el Gringo, con la incomparable elocuencia de los últimos. "No pasaban porque les daba y me tenían miedo. Cuando aparecía se miraban y hablaban entre ellos. Y siempre jugaba sin canilleras", abunda Antonio. "Mi viejo me iba a ver y no quería que jugara porque me peleaba, pero yo le decía que se fuera a casa porque si no me iba", cuenta como un chico.

El Gringo jugaba en la cuarta común cuando debutó en la primera en el clásico en la vieja cancha de Rosario Central, contra aquel gran equipo de Newell's Old Boys donde jugaba Benavídez. "Yo jugaba en la cuarta ordinaria y me llevaron a jugar en primera división", se ufana Antonio Inveninato.

"Con el que nos pegamos con todo fue con Hobberg, que era más alto, cuando él jugaba en Córdoba, y después vino a jugar para nosotros", historia Antonio.

Y su mejor recuerdo es un borroso partido que le ganaron al poderoso River en la vieja cancha de Central, en uno de los flashes que encienden la caprichosa memoria del Gringo, que juega a las escondidas como las hojas en el otoño.

Inveninato estuvo en Central hasta el 56, cuando pasó a Colón y luego jugó en Newberton de Cruz Alta y en Cañada de Gómez, antes de subirse al taxi, laburar de pintor en los talleres del ferrocarril del Cruce Alberdi con el Mono Gartich, ser árbitro de la Rosarina durante ocho años y trabajar nueve años de playero en la estación de servicios de Córdoba y Wilde.

Eso sí, cuando dirigía no dejaba pegar a nadie, en contraposición con su fama de duro de cuando jugaba. "Si me hacías chiches, te cortaba las patas", se autorretrata un Gringo Inveninato auténtico. Perdón, el guapo de Ludueña.

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"Si me hacías chiches, te cortaba las patas", resume Inveninato su fama de "pegador" en aquellos años mozos.

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