Año CXXXVII Nº 48417
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Salud 09/06
Autos 09/06
Turismo 06/06
Mujer 06/06
Economía 06/06
Señales 06/06


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 13 de junio de 2004

Nota de tapa
Una excursión al techo del mundo con sabor a revancha
El 14 de mayo un grupo de montañistas alcanzó la cumbre del Dhaulagiri, el quinto pico del Himalaya, en tributo a los argentinos que lo escalaron, sin hacer cumbre, en 1954.

Marcelo Castaños / La Capital

Sábado 15 de mayo. Dos y media de la mañana. Damián Redmond buscó casi a tientas un punto de sustentación. Aferrado con una mano como podía a una vieja soga que había quedado de un ascenso anterior, iba tanteando con la piqueta un espacio en la roca que le permitiera progresar. Todo le jugaba en contra. Estaba a más de 7.400 metros de altura, en una pared de 50 grados, en medio de un viento de nieve que reducía la visibilidad prácticamente a nada, y al lado un precipicio de dos mil metros. Pero eso no era lo peor. De pronto, la soga se terminó y quedó sin el mínimo de seguridad que todo escalador necesita para sentirse al menos psicológicamente protegido. Y no podía parar. Arriba estaban sus dos compañeros, Víctor Herrera y Xavi Arias, varados por falta de luz, ya casi sin fuerzas para poder seguir, con los primeros síntomas de congelamiento y gritándole que de él dependían sus vidas. Redmond pensó que no tenía que pensar. Se dijo que el precipicio no existía, que la falta de soga era una ilusión, que no estaba desprotegido, que todo lo que tenía que hacer era no equivocarse. Sus compañeros venían de hacer cumbre, y la noche se les había venido encima. Tenían que volver juntos. Tres mil metros más abajo, los estaban velando.

Redmond, Herrera y Arias vivieron para contarlo. Y sus compañeros de aventura también. Pero el Dhaulagiri (8.157 metros) es uno de los picos del Himalaya que se queda con muchos de los que lo desafían. Y de eso dan testimonio los cadáveres congelados, algunos con años de muerte, con los que se toparon.

Fue entre abril y mayo, cuando un contingente de argentinos, catalanes y lugareños rindió homenaje a la primera expedición argentina al cerro, que no llegó a hacer cima por sólo cien metros, y que de haberlo hecho hubiese convertido al país en el cuarto en pisar un "8 mil", como les llaman a los picos con más de esa altura.

La hazaña de este nuevo grupo recorrió el mundo, fue noticia en todos los rincones de la Argentina y fue seguida con interés desde Rosario, donde no sólo hay un paradójico furor por el montañismo, sino porque Redmond tiene alguna vinculación con la ciudad: forma parte del staff de Acampartrek, un emprendimiento de turismo de aventura local.

Y si algo les queda a estos andinistas de la experiencia vivida, es la certeza de que el desafío es, tanto o más que físico, psicológico. Así como el espacio infinito minimiza a quien lo atraviesa y la profundidad del océano genera una sensación de aislamiento y divorcio del mundo, en la montaña el hombre se vuelve infinitesimal. Allí se pone en juego la vida y la supervivencia, y surge lo mejor y lo peor de cada uno, se exacerban sensaciones y sentimientos, y el conjunto se vuelve un complicado uno.


LOS PREPARATIVOS
Redmond y Herrera formaron parte, junto con Miguel Lotfi, Horacio Cunietti y Fabián Iribas, de la expedición "Argentinos al Himalaya: Dhaulagiri 2004". La expedición se hizo en forma conjunta con una delegación catalana conformada por Joaquín Molins (su organizador), Xavi Arias, José Antonio Pujante, y Agustín Torrens. A ellos se sumaron cuatro vascos y dos habitantes de la etnia sherpa, que habita el pueblo de Makalu: Pemba y Mimba.

La idea comenzó ocho meses antes, cuando Redmond y Molins (que además de colegas son cuñados y compadres) leyeron un libro sobre la legendaria expedición Presidente Perón al Himalaya, que en 1954 alcanzó los 8.050 metros del Dhaulagiri. Allí surgió la iniciativa, y comenzaron a buscar auspiciantes.

La ayuda no pasaba de ser en indumentaria, materiales y comida, y en verdad, se necesitaban fondos líquidos para hacer el viaje. Hasta que el financiamiento llegó de la Fundación Privada Etnología, Exploración y Cultura, que preside el mismo Molins.

La exploración en total costó unos 120 mil dólares, pero el equipo argentino no demandó más de 90 mil, ya que se había procurado su propio equipo y pasajes.


EVITANDO A LA GUERRILLA
El grupo llegó el 15 de mayo al campo base. Habían quedado atrás la imponente Kuala Lumpur, la caótica Kathmandú y las localidades de Pochara y Jomson, a las que habían llegado en ómnibus y avión respectivamente.

Normalmente el ascenso se hace por Cali Gandaki y demanda un trekking que en condiciones normales no tiene por qué llevar más de once días. Pero desde hace tiempo esa ruta está ocupada por la guerrilla maoísta del Nepal. Por eso debieron tomar otra ruta y llegar a Jomson, donde es fuerte el ejército nepalí que responde al rey Gyanendra (hermano y sucesor del asesinado Birendra). El trekking, entonces debió combinar caminatas con escaladas y rappeles de distinta dificultad.

Al campo base, ubicado a 4.650 metros sobre el nivel del mar, llegaron después de atravesar tres campos de aproximación y dos collados: el de Pampa Paz, a 5.200 metros, y el de los Franceses, a 5.300 metros.


EL RITUAL SHERPA
Todo estaba preparado para empezar, pero tuvieron que esperar hasta el domingo 18. Es que sólo los domingos se realiza un ritual sherpa, indispensable para que los lugareños se dispongan para el ascenso. En esa ceremonia, un lama pide a la montaña que permita el ingreso de los visitantes e implora por la seguridad del grupo.

Sin comulgar con las creencias tibetanas, los argentinos sintieron como propia la ceremonia, que les brindó seguridad. "Toda bendición o cualquier buen augurio te hace sentir como protegido, y más cuando estás tan solo y en un lugar así", recordaría más tarde Redmond.

A partir del día siguiente, empezó una aventura de exactamente un mes, con ascensos y descensos obligados, progresos sobre paredes de hielo, pasos de nieve llenos de grietas, rampas y travesías, intentos frustrados de alcanzar objetivos, vueltas atrás, carpas sobre los hielos, huidas de las tormentas y carpas cubiertas por la nieve.

Montaron tres campamentos, uno a 5.800 metros sobre el nivel del mar (en un punto al que no pudieron llegar en el primer intento), otro a 6.200 y el tercero a 7.300 metros de altura. Desde ese último intentarían, cuando las condiciones fueran favorables, el asalto a la cumbre.

A medida que iban ascendiendo, el equipo se iba achicando. El desgaste físico y psicológico, el trabajo en altura, las demoras por el mal tiempo hicieron desistir a algunos miembros de la expedición. Incluso, los sherpas que habían ascendido con ellos debieron abandonarlos tras sendas descomposturas.

Al final se avanzaba con nieve hasta la cintura y entre grietas que había que evitar. Iban adelgazando, perdiendo fuerzas, y lo que pensaban que harían en un día les demandaba cuatro. Se dividieron en dos grupos, uno que llevaba la delantera y el otro que iba ocupando los lugares que dejaba libre el primero.

Tenían que hacer campamentos intermedios porque la geografía y el clima les impedían llegar a los niveles predeterminados.


HACIA LA CUMBRE
El 13 de junio esperaban que el primer grupo, ubicado en el campamento 3, hiciera la cima, pero el sherpa que tenía que acompañarlos sufrió mal de montaña y debió bajar. Pero Víctor Herrera quedó en el campamento 3, solo, con fuerzas. A él se le sumaron Redmond y Xavi Arias, los únicos tres que quedaban en carrera. A la mañana siguiente, Herrera y Arias salieron a las 4 de la mañana a hacer cumbre. "A esa altura ya no comés, apenas si dormís, y el desafío es extremo", asegura hoy Redmond, que en ese momento vio partir a sus compañeros. Era el único que tenía comunicación con el equipo de ataque y con el campamento base.

Pasaban las horas y no había comunicación. En la montaña, y sobre todo a esa altura, los horarios son muy rigurosos. Si no se hace cumbre entre las 12 y las 14, es mejor volver. Y fue a las 14 cuando Herrera y Arias se comunicaron Y dijeron que evaluaban si seguir o volver. Era un riesgo. Dos horas después, se volvieron a comunicar: ¡Habían hecho cumbre diez minutos antes!


AL RESCATE
Pero la aventura también les significaría un riesgo adicional. Después de ver cómo una mujer eslovena caía cien metros y salvaba su vida de milagro, los argentinos que habían llegado a la cumbre decidieron tomarse su tiempo para bajar.

Entonces los sorprendió la noche y el frío les comió las pilas de sus linternas, se quedaron sin luz y a las 21.30 llamaron a Redmond para que ascendiera y les señalara el camino.

"Me llevó desde las nueve y media hasta las doce de la noche tomar contacto con ellos, pero recién a las dos de la mañana pudimos juntarnos. Estaban a 7.700 metros de altura", recuerda el jefe de la expedición argentina. El andinista debió subir sin cuerdas de seguridad, sin seguro, agarrado con desesperación de una sogas viejas que para colmo se terminaron, y siguió progresando hasta que se juntó con sus compañeros. "Se les notaba el cansancio en las caras, llevaban casi 24 horas escalando, se sentaban y se dormían", recuerda Redmond. En ese momento tuvo una comunicación con el campamento base. Sería la última hasta la mañana, cuando prácticamente ya los daban por desaparecidos.

Con una cuerda que tenían los que habían logrado la cumbre y la luz que aportó el recién llegado, pudieron bajar hasta el campamento 3. Pero no consiguieron comunicarse con el resto de la delegación sino hasta las 8 de la mañana. "Cuando pude llamar, ya prácticamente nos estaban velando", exagera el jefe de la expedición.

El reencuentro fue dos días después, en el campamento base donde los abrazos se mezclaron con los reproches por haber desaparecido en la inmensidad de la montaña.


EL PESO PSICOLOGICO
Redmond se acuerda hoy del esfuerzo y del desgate físico pero sobre todo psicológico que significó el ascenso. "Nosotros habíamos hecho cumbre en el Aconcagua varias veces, y es nuestro trabajo. Pero tantos días de vivencias, de llevar cuerdas de diez kilos además de las mochilas de 25, el ir adelgazando y ver los gestos cansados de tus compañeros, el moverte más lento, la dificultad para respirar, todo empieza a jugar psicológicamente en contra", cuenta.

También los desmoralizaba el abandono de cada compañero, la incertidumbre que generaba ver que el que bajaba era quizás el que más expectativas había despertado, y la certeza de ir quedando solos.

"Se mezclan sentimientos, extrañás, no tenés nada que hacer ahí, pero ahí estás, mimetizado con el paisaje; te decís: ¿qué estoy haciendo acá, para qué vine?, te hacés un montón de preguntas, y las relaciones interpersonales se extreman", piensa en voz alta el montañista. Y admite que el miedo es un sentimiento permanente, aunque aclara: "Pero al mismo tiempo tenés el paisaje y la inmensidad, ves la redondez del mundo, y sin dudas valorás todas las cosas de la vida".

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Un contingente de argentinos, catalanes, vascos y nepaleses.

Notas Relacionadas
Por arriba de la nieve

El montañismo y su auge rosarino

Vidas atadas a la adrenalina

De regreso sin crucifijo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados