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 domingo, 13 de junio de 2004

[Lecturas] Nueva narrativa argentina
Amanecer de un día agitado
Novela. "El grito", de Florencia Abbate. Editorial Emecé, Buenos Aires

Leonel Giacometto

A la hora de intentar cierto entendimiento y lograr reunir a toda una extensa lista de escritores que nacieron a mediados y después de la década del 60 del siglo pasado, o simplemente como una estrategia editorial que pugna por formar, con cierta apresurada rapidez, una generación de escritores, se mezclan nombres y títulos que, quizás con el tiempo, nunca llegarán a, siquiera, rozarse. Dicha lista, hoy por hoy, resulta casi interminable y engloba a poetas, narradores, periodistas devenidos en escritores, cineastas y dramaturgos. A su manera, entre gente muy premiada y gente poco publicada; muy publicitada y poco transitada; muy leída e ilustres desconocidos, hay sí, al menos por ahora y quizás sea el único, un rasgo unificador que marca cierta diferencia con los escritores de los años 60 para atrás: hay una intención por "ser distinto", por resignificar los estilos, por refundir los lenguajes e intentar cierta nueva forma de escritura. Apresurado o no, el comentario no tiene que ver con el surgimiento de una generación de escritores sino con el hecho mismo de escribir. La escritura (su forma, su acción, y sus lenguajes) ya no es la misma. Y, quizás, viene a cuenta de tres fundamentales motivos: la PC, con el word y el "cortar", el "copiar", el "pegar", y la reducción de borradores; el cine, sobre todo con sus estructuras "no lineales"; y la incursión de los escritores en distintos géneros (teatro, narrativa, poesía, ensayo, guiones, entre otros). Aquí, entonces, teniendo en cuenta todo lo anterior, aparece el nombre de Florencia Abbate (Buenos Aires, 1976) y "El grito", su primera novela.

La idea de la novela es, en principio, seductora: cuatro historias narradas en primera persona (tres varones y una mujer) cruzadas, ligadas y mancomunadas en los sucesos ocurridos en el país a finales del año 2001. Cuatro capítulos con títulos y epígrafes sobre lo que irá a desarrollarse: "Warhol", "Luxemburgo" (por Rosa), "Marat-Sade", y "Nietzsche".

Así comienza "hablando" Federico, hijo de una ex guerrillera y de un padre empresario enriquecido con el menemismo, que "hace lo que puede" con el hastío de ser un niño rico y que, después de probar inútilmente diferentes carreras universitarias se queda con un texto: "El suicidio", del sociólogo francés Emile Durkheim, que adoptará, de alguna manera, como postura de vida. La segunda voz es la de Horacio, un ex montonero, que vivió exiliado en España y que, cuando volvió, se dedicó a fracasar en los intentos amorosos. Su última pareja lo abandona en los "días de diciembre" dejándole el departamento vacío. En la oscuridad, arrumbado, espera su próxima inyección de insulina con la que intenta controlar su diabetes mientras contrasta su presente con su pasado militante y su pasado sentimental. Quebrado, decide darles a unos niños cartoneros su colección de revistas partidarias de los años 70.

Peter aparece como la tercera voz. Es el hermano de Horacio y la pareja del padre de Federico. Escribe una extensa carta fechada el 30 de diciembre de 2001 a su hermano, a quien hubo traicionado en la época guerrillera del otro. La escribe después de un intento de suicidio debido a su intensa sensación de fracaso constante y a darse cuenta que la relación con su pareja, basada exclusivamente en el sadomasoquismo extremo, es un abismo insalvable. La última voz, es una voz escrita. Es un diario personal que abarca de setiembre de 2001 a enero de 2002. Son los escritos íntimos de Clara, una escultora que ha dejado de sacar formas de los materiales con los que trabaja frecuentemente para sostener la forma de su cuerpo, que se deshace por una leucemia y los efectos de la quimioterapia. Es, quizás, el relato más profundo y logrado de "El grito". Escrito a la fuerza, ya que a Clara el mundo de las palabras le parece repleto de mentiras y trampas, el diario íntimo termina por aunar a todos los personajes: Horacio, Federico y su hermano Agustín, el padre de ambos y su relación con Peter, hermano de Horacio, Clara con Mabel, la madre de Agustín, y Federico. Un gran final coral donde, directa o indirectamente, todos los personajes se unen casi por casualidad con mucho clima de "happy end" encubierto.

Con muchísimas reminiscencias, tanto literarias como artísticas, en "El grito" aparecen influencias, homenajes y "cruces" de estilo que dan la pauta de la sagacidad de la escritora por apropiarse (lícitamente; es decir, aquel término sin ninguna connotación peyorativa), refundir y resignificar para sí tanto lo "artístico" como lo "cotidiano" (la realidad y sus distintos niveles de percepción), dando como resultado una escritura cuidada y, sobre todo, intensamente pensada de antemano. Desde el mismísimo cuadro de Edward Munch, pasando por el estilo de Guillermo Arriaga (guionista de "Amores perros" y "21 gramos") o "de Ciudad de ángeles", de Robert Altman, hasta cierto aire de "Cicatrices", de Juan José Saer, aparecen en la novela, con una rara sensación de que todo continúa pero que al mismo tiempo algo se quebró para siempre.

Voces cruzadas, ligadas, personales. Cuatro voces y cuatro puntos de vista sobre la realidad, íntima y nacional (o global), que intentan, de alguna manera, reconstruirse en un presente devastado, en un país que cambió pero que, al mismo tiempo, sigue siendo el mismo.

"La realidad nos denigra. Todo es ilusión y humo. Una vida que no es vida, el presente que está en otra parte... Pero ahora me parece que las cosas tal vez puedan empezar a cambiar para mí. He comprendido la importancia que tienen los principios. Por fin lo veo claro". Así comienza a escribir Peter una exasperada carta a su hermano, en la que trata de convencerse de que no todo termina en el horror. Lástima que la realidad le pida paciencia.

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