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 domingo, 18 de abril de 2004

Una historia que insinúa un gran misterio

La sala de cien butacas, ubicada en el segundo piso del edificio de la productora Metrovisión, en el barrio de Chacarita, desbordaba de periodistas, invitados especiales y miembros del elenco de "El Deseo". Era todo bullicio, saludos y agradecimientos. Una Natalia Oreiro inspirada asumió sin problemas el rol de bastonera, y repartió indicaciones y afectos desde su butaca principal, en la primera fila.

Se apagaron las luces y empezaron a correr los 12 minutos de avance de lo que será "El Deseo". Un pueblo alejado de Buenos Aires, al que de pronto llega gente rara, con ganas de vivir una vida intensa. Todo cambiará para siempre.

En "El Deseo" asoma una virtud, que ojalá la confirmen los capítulos: no dominan las obviedades ni las convenciones televisivas, esas que suelen vaciar a las tiras de todo contenido artístico. No hay linealidad en los personajes, ni el temor a rebasar el discurso medio, ese que produce identificación en las grandes masas de televidentes. Las que deciden, finalmente, la suerte del proyecto.

Carmen (Oreiro) parece alcanzar una gran madurez en ese tono de chica lanzada, que se desentiende de la convención familiar burguesa, sin deshilacharse en el disparate, sin perder credibilidad. Tal vez ahí esté el aspecto más arriesgado de "El Deseo", antes que por el erotismo que dispare el cuerpo explícito de Natalia.

Que de todos modos está en juego, que se disfruta. Y que, por lo visto, tiene un tratamiento impecable.

Lo de los tres galanes de Natalia (Daniel Kusniecka, Claudio Quinteros y Mauricio Navarro) está por verse. Los que sí se insinúan como pilares de la historia, al menos por lo que se vio en los escasos 12 minutos exhibidos a la prensa, Alicia Brusso y Daniel Fanego, capaces de meter una pausa, de sostener una toma de 30 minutos sólo con una mirada.

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