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 sábado, 27 de marzo de 2004

La más antigua expresión de los pueblos sudamericanos

Las Cuevas de las Manos, ubicadas en el noroeste de Santa Cruz a lo largo de un "farallón rocoso" de 600 metros sobre el nivel del río Pinturas, albergan pinturas en las que los antiguos habitantes de la zona dejaron estampadas sus imágenes y las de sus animales en diversos colores.

Entre los pliegues de los altos paredones de las cuevas permanecen las obras donde tehuelches y sus antecesores -hace unos nueve mil años- sellaron su arte y su testimonio de vida. Esas manos, guanacos y figuras geométricas estampados en la piedra de la cueva constituyen la más antigua expresión, que se tenga conocimiento, de los pueblos sudamericanos.

Se encuentran también testimonios de manos izquierdas de niños y de adultos en colores rojos, blancos, negros, verdes y ocres efectuados con pigmentos naturales del lugar.

La mayor congregación se encuentra en la cueva propiamente dicha, que tiene 24 metros de profundidad, 15 metros de ancho en la entrada y alrededor de 10 metros de altura hasta el comienzo de la visera. A ambos lados de la entrada, existen pequeños espacios a plena luz, aunque parcialmente protegidas por la proyección de las viseras. Los aleros están formados por salientes que protegen las pinturas del viento y del sol.

Los indígenas utilizaron todos los elementos naturales a su alcance para la realización de sus obras, moliendo en morteros las rocas del lugar transformándolas en polvos minerales de diferentes colores; hematitas para el rojo, limonitas para el amarillo, malaquitas y azuritas para azules y verdes, mezclándolas con líquidos como agua u orina o grasa de origen animal.

Emplearon también algunos pigmentos de origen vegetal, como el carbón molido para el negro y raíces trituradas para marrones y grises. Una vez preparadas las pinturas, éstas se aplicaban directamente con los dedos, con una espátula o con pincel hecho de hojas fibrosas deshilachadas, o con pelos de cerda de animales silvestres. La mayoría de estas pictografías aparecen en lugares recónditos y abrigados, a veces de muy difícil acceso debido a que su realización estaba estrechamente ligada a prácticas mágico-religiosas propiciatorias de la fertilidad, la reproducción, la caza o medicina ritual.


"Súplicas a la divinidad"
El historiador suizo Sigfried Giedion en su libro "El presente eterno: los comienzos del arte", señala que las imágenes múltiples de manos expresan siempre una súplica a los poderes invisibles y pedidos de protección. La mano puesta en relación con animales puede significar tanto una ambición de captura de la pieza deseada como una invocación pidiendo su fertilidad o el aumento numérico de los animales.

En los años 70, un grupo de arqueólogos dirigidos por Annette Aguerre, Carlos Gradín y Carlos Achero inició una serie de excavaciones y exploraciones en la zona. Cuando llegaron a 1,26 metros de profundidad, se toparon con un trozo de carbón vegetal que se encontraba en el fondo natural de la cueva. Utilizando el método de radiocarbono o carbono 14, se determinó que la antigüedad del hallazgo era de unos 9.300 años, con un margen de error de 90 años.

En la misma expedición, los científicos encontraron en el lugar también hachas de mano, azadas, perforadores, buriles, raspadores, puntas de lanza, al igual que cuchillos de piedra y otras herramientas.

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