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 domingo, 29 de febrero de 2004

El hábito de producir letras
Barquero tiene varios textos inéditos. Entre ellos el libro de relatos "Cómo nace un delincuente". Aquí va un fragmento

Pero yo hablo así y, sin embargo, forcé mi vida quizás para que este final fuera el adecuado. Malos caminos y peores juntas. Le debo a la vida y ella se apura por la deuda. Tal vez en esa, mi consentida morosidad, resida su triunfo ante mí. Un triunfo, sí, porque quizás asistí, con mis experiencias, a la formación del delincuente que se instaló en mí, que fui.

Dicen los que dicen saber que todo comienza en la niñez.

La sensación más lejana que tengo de mi niñez, -y estoy hablando de un niño- es la de sentirme, constantemente, noche a noche, el latir insomne de esa arteria puesta en mi oreja y dispuesta ahí, apoyada en la almohada. La inquietud que sentía es de la misma intensidad y de distinta naturaleza de la que sentí después, cientos de veces, al recordarlo, al asociarlo. ¿Qué apresuraba mi sangre? ¿Qué desvelaba mis noches? ¿El día vivido? ¿La trama urdida para mañana? ¿Por qué no saltar de la cama y preguntar a los gritos, a mis padres, a alguien? Porque no, porque todo, desde siempre, fue igual: mis interiores, de la tonalidad que fuesen, me exigían un pudor antojadizo que impedía darme a conocer. Y fui amontonando, poco a poco, la clase de hallazgos que a esa edad supuse originales: el miedo, el recelo, el rechazo, la crueldad, la intolerancia, la competencia y, porqué no, cada uno de sus opuestos.

No existió pobreza extrema ni familia disgregada con hijos abandonados. Ni infancia o adolescencia malditas. Jamás puse en duda, siendo joven, mi moral y mí integridad; de esa forma engañosa, siempre me consideré un buen ejemplo. Viví, eso sí, a mi antojo y parecer, desenvuelto de las formas. Hubo una educación que se dice ejemplar, engendrada en colegio de curas; buenos y eméritos compañeros de doble apellido y sangre simple, y buenas lecturas heredadas, a muy corta edad, de la biblioteca de mi abuelo grande.

¿Y de qué manera llegué a lo que soy? ¿Porqué, en el reparto de sobremesa me adjudiqué ese pedazo de pastel y no otro? ¿Por qué en una semana, apenas, todo ha de consumarse? No me veo diferente a mis semejantes: tengo sentimientos, los sé expresar, puedo sostener una charla con cualquiera y hasta hacerla animada; puedo abrazar a mis nietas y ellas quererme; voy a un restorán y dejo propinas; me encanta la música clásica y también las cumbias, el folclore y el tango. ¿Soy diferente? Tengo amigos y todo. ¿Soy diferente? He escrito un par de poemas que mi mujer dice que son bárbaros, que riman una cosa de locos. Leo Borges y lo entiendo salvo "El Aleph" creo, pero en general lo entiendo. ¿Soy diferente?

"Sos diferente, nene; no te gusta ahorrar, mentís por mentir, sos fanático de los Redondos a tu edad, a tus nietas las sacás a pasear a un boliche de billares toda la tarde, tus charlas son animadas pero siempre terminan en proposiciones turbias, tenés amigos pero mejor no hablemos, los poemas te los he visto copiar de ese libro grueso que tenías para planchar los cheques; y eso al leer, has leído únicamente las veces que te tocó estar detenido".

-Sí, vieja.

Posiblemente un gen travieso, una voz, una imagen, o demasiados halagos a destiempo. Hoy pienso que me faltó leer a Freud tanto como a otros les sobró para sus males. Siempre fui el fuerte, el héroe, el valiente, el mañero, el hábil, el sonriente, el bien parecido, el líder, el muchacho sensible. Encima. Eso, en mis primeros años; después, ya mayorcito, fui sólo un trauma borrascoso. Y acierto si niego algunos comportamientos familiares que sólo dormirán en el sofá analítico que tantas veces esperó mi visita. Y si lo niego es porque tal vez me basten los recuerdos.

El primer recuerdo ordenado y completo a mi manera me viene del Camino de la Laguna, de ahí viene. Pero tendría, que obligarme, en este primer día, a hab1ar de mi padre.

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Las experiencias vividas en doce años de prisión se vuelcan en todas sus obras.

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