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 domingo, 15 de febrero de 2004

Los justos son excepcionales

Tzvetan Todorov

De pronto los salvadores se ven, a diferencia de los héroes, como seres excepcionales. No les gusta que se los elogie; han hecho lo que han hecho porque era para ellos la cosa más natural del mundo. Lo sorprendente es que los demás no hayan hecho otro tanto. Ellos no tienen la sensación de haber hecho nada excepcional. En general rechazan la gloria hasta el punto de no querer figurar con sus verdaderos nombres en los libros que les son consagrados. Hay que decir que este rechazo del relato y de la gloria ha sido coronado por el éxito: cada país conoce y festeja a sus grandes héroes guerreros, responsables de muchas muertes, pero nadie levanta monumentos a la gloria de los salvadores.

La acción de los salvadores escapa tanto a la resignación como al odio. En efecto, para comprometerse en una actividad de salvación, no es suficiente tener rectitud moral, fidelidad y no aceptar ensuciarse las manos; si además uno piensa que no hay por qué cambiar el curso del mundo, entonces uno no se convierte en salvador. La resignación equivale, en fin de cuentas, a la indiferencia sobre la suerte de los demás. El salvador es un intervencionista, un activista, alguien que cree en los efectos de la voluntad pero por otro lado se niega a llevar ese combate imitando al enemigo en su odio. El salvador sabe que sus enemigos son seres humanos como él, ni santos ni monstruos; el que es bueno no ignora el mal: odia al sistema, no a los individuos.

Los salvadores no son una categoría abundantemente representada en el seno de ningún pueblo. Y sin embargo, no son seres excepcionales; ¿cómo explicar su rareza? ¿cuáles son los rasgos de carácter, las convicciones políticas o religiosas, los medios socioprofesionales que predisponen a esa actividad loable? Por regla general los salvadores no son conformistas, es decir, seres que regulan su conducta según la opinión de los vecinos o incluso según las leyes, son sobre todo personas que se ven como marginales y como espíritus renuentes a la obediencia. Sin embargo están lejos de rechazar toda ley; muy por el contrario, llevan en sí mismos el medio para distinguir el bien del mal: están provistos de una conciencia viva y actúan de acuerdo a ella.

Las historias de salvamento, por muy positivas que fueran, no son en efecto fuente de optimismo (precisamente porque demuestran que los seres capaces de cumplir esos actos son muy raros, casi tan raros como los grandes héroes y santos). Todos los sobrevivientes sufren esta incertidumbre: si las persecuciones se reanudaran mañana, a pesar de todas las manifestaciones oficiales de simpatía hacia las víctimas y de reprobación de los verdugos, los salvadores serían tan raros como la vez anterior, y los bravos vecinos que les saludan ahora todas las mañanas volverían de nuevo la vista. "Ante toda la gente con la que me encuentro, me pregunto: ¿me hubiera ayudado a marchar, éste? Interrogo a todos los que veo. Aquellos de quienes sé, a primera vista, que me hubieran ayudado a marchar son tan pocos", recuerda Charlotte Delbo, sobreviviente de Auschwitz.

Los Justos son, y seguirán siendo, excepcionales. Las virtudes cotidianas no son, sin embargo, raras, y todos, pasada una cierta edad, descubren el sentimiento moral en el fondo de sí mismos, pero son muy pocos aquellos que estarían listos a arriesgar sus vidas por salvar otra, o las de sus hijos para proteger las de los hijos y las hijas de un extraño.

(de "Frente al límite")

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