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 lunes, 24 de noviembre de 2003

Un muchacho murió cuando el final de un cumpleaños derivó en una balacera

Un cumpleaños que se festejó en la zona ribereña de Villa Gobernador Gálvez terminó convirtiendo a ese caserío instalado en la barranca frente al río Paraná en un virtual campo de tiro: en un incesante retumbar de disparos que duró cerca de media hora, un changarín de 33 años murió y tres personas resultaron heridas. Uno de los heridos fue un tío de la víctima que, al pasar por el lugar en camioneta, terminó con una herida de bala en la mano y logró escapar a pie, justo cuando los atacantes transformaban su vehículo en un montón de hierros en llamas. La policía detuvo a dos hombres a los que les secuestraron un pistolón, aunque anoche ignoraba cuál fue la razón que desencadenó el furioso derroche de balas.

  Los primeros disparos comenzaron a sonar a eso de las 7.10 en la barriada que se alza al sureste del frigorífico Swift, en el barrio Pueblo Nuevo. Es un sector de viviendas humildes que tienen sus frentes hacia el río, con empinadas callecitas que bajan por la barranca hasta la costa y que está habitada en mayor medida por familias de pescadores. Allí, en una casa de Lavalle y bajada Paraná, se festejó la noche del sábado un cumpleaños al que asistió Héctor Acuña, un changarín de 33 años, acompañado por un primo y otros amigos.

  Según lo que pudo reconstruir la policía, durante el festejo circuló abundante alcohol hasta que algún roce encendió la chispa que llevó a una banda de jóvenes a enfrentarse a tiros con Acuña y sus acompañantes. La policía no sabe exactamente cuántas armas ni de qué calibre se usaron, pero sostiene con certeza que fueron más de tres.

Una pelea y a los tiros

  “A las 6 de la mañana un grupo bastante alcoholizado empezó a generar inconvenientes y se originó una pelea. No está bien establecido entre quienes, pero de acuerdo a algunos testimonios los que dispararon fueron los dos detenidos”, dijo el jefe interino de la Brigada de Homicidios, Daniel Corbellini.

  En la balacera Acuña, que estaba desarmado, resultó herido en el costado izquierdo del pecho y falleció antes de llegar al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez. Cuando el changarín todavía se desangraba en el piso y la gresca seguía en plena ebullición, pasó por el lugar un tío del muchacho, Alberto Almada, de 52 años, al mando de su camioneta Ford F-100 roja. El hombre alcanzó a reconocer a su sobrino en quien agonizaba en la calle cuando también él se convirtió en blanco de los disparos. Entonces se armó un revuelo de corridas y tiros mientras Acuña seguía tirado en el suelo, aún con vida.

  En un ademán que hizo instintivamente con las manos para atajar los proyectiles, Almada recibió un tiro en la mano derecha que le causó una fractura expuesta. Pudo escapar corriendo del lugar, pero su camioneta no se salvó de la furia de sus adversarios. Le prendieron fuego allí mismo, reduciendo la cabina del vehículo a restos carbonizados. Más tarde quedó demorado en la comisaría 25ª porque los investigadores de Homicidios y de esa seccional pretendían establecer si usó algún arma para defenderse.

  Los detenidos por el homicidio son un hombre de apellido Quiroz al que le dicen Pelado y Cristian Imperiale, de 26 años, más conocido como Gorromeo.

  Aunque en el vecindario nadie se atreve a romper el silencio por miedo a venganzas, algunos dijeron conocer a los detenidos por sus andanzas y su prontuario. Imperiale, de hecho, estaba bajo régimen de libertad condicional por un robo a mano armada.

  “Se revolucionó toda la costanera”, describió Corbellini, quien les secuestró a los dos detenidos un pistolón presuntamente usado en la balacera. En el desbande también resultó lesionado uno de los imputados, Imperiale, a quien el roce de una perdigonada le provocó un raspón por el que buscó asistencia en el Hospital Gamen de Villa Gobernador Gálvez. También su madre, Ramona Correa, de 50 años, fue herida en una pierna con un perdigón.

  Al mediodía de ayer, mientras la policía realizaba allanamientos para dar con las otras armas usadas en la gresca, los familiares de Acuña estaban desconsolados y no encontraban una explicación a lo ocurrido porque, según ellos, no existía ningún resentimiento entre Acuña y los acusados. “No eran ni amigos ni enemigos”, dijo Vilma, una hermana de 39 años.

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Los atacantes le prendieron fuego a una camioneta.

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