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 miércoles, 17 de septiembre de 2003

Editorial
Optar por la paz

Son muchos los analistas internacionales que creen que la decisión de expulsar a Yasser Arafat de los territorios autónomos de Palestina puede conducir a un agravamiento de la violencia ya desatada de modo exacerbado entre israelíes y palestinos. La medida anunciada por el gobierno de Ariel Sharon no ha hecho más que devolver el eje del ancestral conflicto a acuerdos anteriores que se pensaban definitivamente superados. Es que el espíritu que debía prevalecer, esto es de considerar que la paz debe ser el resultado de la voluntad de dos partes y no de la imposición de una sobre la otra, parece hoy desaparecido.

La situación interna de Israel ha empeorado en los últimos tiempos debido a la creciente espiral de violencia terrorista. Los feroces actos cometidos por organizaciones armadas del fundamentalismo islámico han convertido las calles de cualquier ciudad de Israel en temerosos paisajes donde se expone la vida en cada instante. Y esa tranquilidad perdida que reclaman los ciudadanos, está poniendo al gobierno en un severo aprieto.

Estados Unidos, la ONU y los principales líderes europeos han expresado su oposición a la decisión israelí, nación que hasta ve en la desaparición física del líder palestino una vía valedera aún a riesgo de que la región acabe inmersa en una anarquía imprevisible. Por ahora, esas endurecidas y temibles posiciones más la insistencia de no ceder a su derecho a autodefenderse no han hecho más que devolver a Arafat un alto perfil en la escena internacional y entre los palestinos.

Quienes siguen alentado una posición pacifista pese a las acusaciones al líder palestino de apañar los ataques suicidas, temen que el fin del proceso de paz pueda conducir a un desastre sin retorno. La política de responder cada ataque con represalias aumenta el resentimiento y el dolor entre la maltratada población palestina. Asimismo, muchas potencias consideran que a medida que el proceso se deteriora, es cada vez es más difícil decir quién es víctima y quién victimario. Hoy las armas de destrucción masiva siguen siendo la gran amenaza. Y el megaterrorismo está en condiciones de desatar el horror a tal escala en cualquiera de los teatros ultraviolentos del planeta. Por eso, eliminar la opción de la paz puede resultar un verdadero suicidio.

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