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 miércoles, 03 de septiembre de 2003

Editorial
Cifras para un debate

Los argentinos, de acuerdo con una pauta muy difícil de modificar, suelen vivir con la vista obsesivamente fija en la coyuntura. Habituados a la perennidad de la crisis, su relación con el pasado y su capacidad de analizarlo para discernir su significado parecen estar directamente relacionadas con una dificultad objetiva en señalar el rumbo que su país necesita. Un reciente informe elaborado por la Organización Nacional del Trabajo (OIT) y el Ministerio de Trabajo de la Nación reveló que el salario medio es hoy un 60% más bajo que en 1970. La cifra resulta lo suficientemente contundente como para generar inquietantes preguntas e iniciar un necesario debate.

A fin de aclarar más el porcentaje anterior, ayuda pensar que para disfrutar del mismo poder adquisitivo que en el año de inicio del estudio, 1970, el salario medio del presente -550 pesos- debería ser de $1.375.

Dentro del amplio y detallado panorama del estudio existen ciertas grandes líneas clave: 1)hasta 1975 los salarios reales crecieron, al compás de la evolución general de la economía; 2)con el –Rodrigazo" (1975) y la dictadura militar se produce una notoria caída; 3)con la restauración democrática se registra una recuperación, que se diluye en 1985 con el Plan Austral; 4)desde allí, todo sigue en picada hasta el desastre hiperinflacionario; 5)la convertibilidad dispara una mejoría, pero a partir del tequilazo (1995) y la recesión posterior todo cambia negativamente; 6)la devaluación de 2002 reduce los sueldos en una cuarta parte.

Como se ve, existen dos clases de factores que precipitan el descenso: los modelos abiertamente retrógrados y los grandes golpes económicos. Entre ambos elementos, estos últimos treinta y dos años marcan el desastre de los trabajadores asalariados argentinos, con todos los aspectos negativos que de ello se desprende.

En la gran curva temporal que recorre el informe puede verse que el punto de inflexión lo marca el inicio de esa decadencia, registrado con el quiebre del patético gobierno de Isabel Perón y la pauta antinacional y antiigualitaria establecida por el Proceso, siniestra combinación de autoritarismo político y liberalismo económico. A partir de allí, los arranques de cada ciclo presidencial marcan instantes de reconstrucción posteriormente desvirtuados por el fracaso de los planes elegidos, vinculados con la alquimia monetaria y financiera y el ajuste permanente.

El momento actual es de lento resurgimiento después de la debacle, pero no será sencillo prolongar esta pauta hacia el futuro. El aprendizaje, más allá de quiénes fueron responsables de tan tremendo deterioro, debe hacerlo el propio pueblo de la Nación, que cuenta en sus manos con las herramientas necesarias -democracia mediante- para devolverle al país su grandeza perdida.

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