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 domingo, 03 de agosto de 2003

Interiores: La mañana del amor

Jorge Besso

El amor tiene su amanecer y por lo general su atardecer, y quizás muchas veces este ritmo se repita y puede que el amor se renueve en esta reiteración, pero también es cierto que después del atardecer de la pasión muchas otras veces se viene la noche. La noche al amor, claro está, no es lo mismo que el amor en la noche, sobre todo que en la noche del primer encuentro, si es que fue de noche, aunque de todas maneras con seguridad hubo una primera noche, a la que hubo de sucederle la mañana correspondiente.

Como se sabe la mañana luego del primer encuentro sexual conforma un espacio y un tiempo muy especial, ya que en ese despertar se van a conjugar imágenes, sabores, olores y los recuerdos de la noche del encuentro. Es posible que el despertar sea borrado con la vuelta de la pasión, pero aún así, más tarde o más temprano habrá que despertar y ahí uno se encuentra con el otro. Y al otro, que también es uno, le pasa lo mismo, es decir se encuentra con el otro. Entre ambos el amor. O bien el horror, donde uno o ambos piensan o barruntan como huir, en el caso de estar jugando de visitante, o cómo expulsar eso que está ahí en caso de jugar de local. Y esto por que el otro, sin la película y la pátina del amor, aunque más no sea en su versión mínima, se transforma en un cuerpo y el humano en esas situaciones se convierte en un fóbico, que si está en su terreno siente la invasión de ese cuerpo, y si está en terreno del otro puede que experimente el acoso. También puede que todo ocurra en terreno neutral, lo que en el fondo no cambia mucho las cosas, pues en ese amanecer, si la noche fue buena o acaso perfecta, ambos despertarán en ese estado y querrán que el tiempo no pase nunca.

Por el contrario si la noche puso al descubierto las imperfecciones, tanto propias como ajenas, el tiempo no pasará nunca y no habrá espacio donde esconderse hasta que llegue la liberación de la despedida. El mes pasado en el diario "La vanguardia" de Barcelona se publicó un reportaje al sociólogo francés Jean-Claude Kaufman, que por lo que parece es un investigador del amor, es decir de una suerte de sociología del amor. Muy acertadamente el diario titula el reportaje "El amor no nace en la cama, sino en la mañana siguiente del primer encuentro sexual".

Es que el investigador encuestaba gente que había atravesado esa primera mañana, donde el amor empieza a construir sus bases o bien se desmorona como el famoso castillo de naipes. En la batería de casos hay franceses e ingleses que han pasado por ese despertar, con (como era de esperar) resultados variados.

Está el caso, por ejemplo, de Juliette que en la mañana siguiente descubre que su proyecto de novio usaba calzoncillos marca carrefour, lo que le hizo comprender que entre ambos no había nada sólido. Una verdadera lástima que tanto el sociólogo, como Juliette, en su identificación recíproca, cegados por el gusto más bien comunardo del francesito, no advirtieran ni en esa mañana, ni en el análisis posterior, que carrefour, que en francés quiere decir aproximadamente "cruce de caminos", tal vez representara una señal en todo caso promisoria, para que a partir del calzoncillo no siguieran dos rutas, sino un sólo camino: el del amor.

Agatha, otra francesita transada con un inglés, se mostró mucho más comprensiva al descubrir que su futuro novio tenía el baño sucio, la toalla ídem y la ducha descompuesta, todo lo cual configuraba una señal inequívoca de que John, que bien podría haberse llamado de otra manera, no era demasiado afecto al baño. Con toda probabilidad porque ella misma no tenía demasiada onda con el baño, pues la anécdota me hizo recordar una propaganda de hace muchos años en París, de un desodorante cuyo eslogan rezaba: "Elimine el tedioso baño semanal".

La ciencia, que tiene una velocidad insuperable en la construcción de técnicas cada vez más sofisticadas para casi todas las cosas, muchas veces es más bien lenta para la comprensión de cosas en las que la vida le saca mucha ventaja. Hombres y mujeres, de diferente clase, pasta y calaña, saben desde hace tiempo la importancia de esa mañana inefable y decisiva, ya que tanto unos como otros sueñan con tener un botón eyector del otro, cuando el amor se fue con la música a otra parte. Con todo el reportaje tiene algo muy interesante ya que califica a la pareja incipiente, a la pareja en su comienzo, a la pareja que de ocasional puede pasar a permanente o no, de un modo bastante espectacular como "dos universos desconocidos colisionando".

Los tres términos son claves: universos desconocidos y colisionando. Es una descripción muy clara y contundente del encuentro amoroso que puede hacer de dicho encuentro un choque, del cual se vuelve, más o menos golpeado, al refugio del universo desconocido de cada cual. Muy por el contrario, en el amor los universos desconocidos se diluyen, la colisión se transforma en encuentro, sexo y amor van de la mano y de lo que sea, los cuerpos y las almas respectivas se lubrican de forma tal, que los amantes pasan a habitar el milagro de no estar solos.

Claro está que la existencia debe hacer posible el milagro opuesto y por tanto contradictorio: el milagro de estar solo. Estar solo suele resultar difícil pues se impregna de desolación y desasosiego, con lo que el amor y la búsqueda del amor se transforma en un remedio ante el pánico de la soledad, con el consiguiente riesgo de ser un remedio que enferme cuando hay más aferramiento que relación. Con todo, como dice A. Green: "Es preferible una aproximación compartida que una certidumbre solitaria". Que la máxima aspiración sea una aproximación no es poca cosa, ya que es una advertencia frente al riesgo de que el amor devenga en un aplastamiento del otro, es decir un amor que no vaya más allá de sus raíces narcisísticas.

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