Omar Bravo
La primera impresión es la de un inmenso muro. Tiene unos setenta metros de frente y una alzada de sólo a siete pisos. Una muralla, que -como la canción- para Antonio Erman González divide lo que fue de lo que será. Sea porque la política se judicializó o porque está en marcha el esperado mani pulite criollo, el edificio de los Tribunales federales porteños de Comodoro Py 2002 es un escenario emblemático, temido. Pero al menos ayer el contador riojano pudo irse por sus propios medios después de responder preguntas del juez Jorge Urso durante casi cinco horas en la causa sobre la venta ilegal de armas. Casi todos los pronósticos le anticipaban a Erman una vecindad forzosa con su coprovinciano Emir Yoma en la sede de Gendarmería Nacional. "Demostré que es una acusación sin fundamentos", dijo agitado al salir, mientras procuraba educar a la patria movilera que lo sepultó bajo un alud de micrófonos, cámaras, celulares y grabadores. "Estoy conforme, tranquilo", decía Erman perdido en el vendaval mediático. Quería irse volando del lugar pero la prensa tenía otros planes. Quien supo ser vicepresidente del Banco Central, ministro de Economía, Salud, Defensa y Trabajo del ex presidente Carlos Menem, además de embajador en Italia y diputado nacional del último triunfo del PJ en la Capital Federal, empezó a respirar tranquilo cerca de las cuatro de la tarde. Aunque algunos aseguraban que no por mucho tiempo, su abogado defensor Fernando Archimbal cobraba todas las apuestas en contra. El miedo escénico, ese pavor fatal de los futbolistas identificado por la claridad conceptual de Jorge Valdano, había arrancado para Erman ayer a las 10.35, cuando al bajar del auto que lo trajo a Tribunales vio el enjambre de periodistas, fotógrafos y camarógrafos que buscaban su rostro moreno. Después, de impecable traje oscuro y tratando de templar su voz de locutor apeló al clásico: "Tengo la conciencia tranquila". Rápido, junto a Archimbal y escoltado por los movileros, subió los quince escalones. En en hall lució algo confundido hasta que el ascensor lo llevó al cuarto piso, donde lo esperaban la barba candado de Urso y el jopo sesentista del fiscal Carlos Stornelli. A las 11 empezó a responder el centenar de preguntas que un solitario empleado judicial registraba e incorporaba al expediente. "No puede ser organizador de algo que no existe", fueron los primeros estiletazos defensivos de Archimbal durante un ingreso ligeramente menos caótico que la salida. De todas formas Erman debió pasar el largo trago amargo de responder sobre conocimiento, relación, circunstancias y apellidos que le agitaban el fantasma más temido, perder la libertad: Palleros, Sarlenga y Emir Yoma, huésped involuntario de Gendarmería. Ya la noche del jueves no había empezado bien para Erman. Frente a su domicilio de Barrio Norte varios móviles de radio y TV habían sido atraídos por el rumor de que el juez penal económico Julio Speroni lo mandaría a detener como respuesta a un pedido de postergación de la indagatoria que pasado mañana debe dar ante ese magistrado (causa de contrabando de pólvora). La muralla que divide lo que fue de lo que será debe haberle recordado ayer a Erman las múltiples funciones de gobierno que le asignó su paisano Carlos Menem, de quien hoy está distanciado. Pero la compleja causa tal vez vuelva a juntar los caminos. El propio Menem deberá transitar en julio las mismas escalinatas, hall y ascensores, como ayer su antiguo ministro todoterreno. Probablemente entonces, ya invierno, Comodoro Py 2002 sea el escenario helado donde el menemismo protagonice su acto final. Y, como el amor de ayer, pueda desaparecer.
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