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 miércoles, 07 de noviembre de 2007  
Reflexiones
El último paisaje natural de Rosario

Por Emilio R. Maisonnave (*)

La mirada paisajística se construye considerando distancias, primeros y segundos planos, superposiciones, perspectivas, colores, etcétera. De los cinco sentidos humanos, los arquitectos nos especializamos en la sensibilidad y la profundización de la mirada, descubriendo las posibilidades de las perspectivas urbanas y del paisaje natural.

Casi todos los paisajes llevan hoy la marca del hombre, sólo una minoría se mantiene en reserva, por la planificación de mantenerlos originales. El crecimiento demográfico y la maquinaria del desarrollo amenazan con eliminar toda otra forma de vida que no sea la de probetas, laboratorios, industrias y computadoras. La expansión urbana se hace a expensas de tierras agrícolas, boscosas, recreativas. Las rutas cortan campos de labranza, edificios altos sitian parques, torres ensombrecen casas bajas vecinas y los habitantes urbanos recorren distancias cada vez mayores para gozar del aire y el verde. ¿Cuál es entonces el elemento natural de mayor valor paisajístico de nuestra ciudad?: el río Paraná y sus islas. Hoy, resulta imperioso iniciar un debate público sobre ambos, generando indispensables consensos: ¿qué valores consideramos positivos de los procesos de urbanización? ¿Es positiva la extensión ilimitada de nuestra ciudad, que se contradice con los deseos del habitante urbano de conectarse cada vez más con la naturaleza, alejando inevitablemente ese objeto del deseo? ¿Esa "ruralidad" orgánica que tenemos con tamaña nitidez y soberbia presencia sobre 20 kilómetros. de costa rosarina, dejaremos que se pierda en una superposición octogonal de tejas, ladrillos, cemento? ¿Cambiaremos ese color verde naturaleza, sauce, ceibo, que suaviza tensiones, por construcciones con colores blancos medianeras, grises cemento, rojos tejas, plateadas u oxidadas chapas metálicas?

La calma de las islas, el suave movimiento del follaje por el viento, el susurro de las aguas y el movimiento eterno de las corrientes y las pequeñas olas del Paraná, el surcar ocasional de un barco que irrumpe en el paisaje enriqueciéndolo ocasionalmente, ofrece otra escala infinitamente mayor a la urbana, una perspectiva globalizadora de la situación, otra quietud en contraposición al vértigo urbano diario. El agua aparece como la ondulante relación entre ciudad y naturaleza verde. Esta imagen fascinante resume nuestro criterio, sensibilizar al ciudadano hacia las miradas lejanas, las miradas contrastantes, las imágenes sensibles de nuestro entorno. Es una terapia para esta época de vertiginoso ritmo.

Hoy revalorizamos al campo para apropiarnos de sus miradas, sus tiempos, sus espacios, su cultura, aprovechando la tecnología de las comunicaciones. ¿Quedará algo del campo, esa meta ansiada pero seguramente en ese momento muy alejada o destruida por falta de previsión y preservación? ¿Quienes escapamos buscando otro paisaje, tendremos la capacidad de no dejar perder ese único paisaje del horizonte isleño que nos permite esa mirada lejana? Es de recordar que, como contraposición al vértigo urbano, surge hoy la "slow-life", la "slow-city", esa búsqueda de la menor velocidad del modelo de vida rural. La recuperación de las "raíces" del ser humano, de las tradiciones culturales de la vida rural, de su relación con la naturaleza. El puente permite hoy un mayor flujo entre Rosario, Victoria y toda la Mesopotamia. ¿Será un acceso fácil para conservar o destruir ese medio ambiente, ese campo-islas que tanto admiramos desde esta costa? ¿Podremos salvar estos necesarios humedales?

Lewis Munford señala en su libro "El mito de la máquina": "...si el hombre hubiera habitado desde sus orígenes un mundo tan ciegamente uniforme como cualquier barrio de departamentos de hoy, tan inexpresivo como una playa de estacionamiento, tan exento de vida como una fábrica automatizada, es dudoso que su experiencia hubiese sido lo bastante variada como para retener imágenes, moldear el lenguaje o adquirir ideas".

¿Si la cultura es acumulación del conocimiento, si las sociedades desarrolladas o del primer mundo ya han preservado desde hace décadas su paisaje rural, nosotros seguiremos perdiendo esos valores que todos entendemos son importantes para hoy y mañana? ¿Cuál es el paisaje que valoran hoy los turistas que visitan Rosario? ¿Perderemos esa plusvalía urbana sin pensarlo antes? Conocemos que el costo del desarrollo tiene desequilibrios profundos entre crecimiento económico y el resguardo del medio ambiente, debemos encontrar los caminos para armonizar ambas visiones.

Recordemos que el Pago de los Arroyos tuvo su plaza fundacional 25 de Mayo de una hectárea con el capitán Montenegro en 1750. El ingeniero Grondona previó para el Rosario de los Arroyos las plazas Sarmiento y Belgrano de una, dos o tres hectáreas hacia 1850. Y la conciencia de ciudad siguió con el intendente Lamas en 1900, al planificar con debida anticipación su parque Independencia de 50 hectáreas. Nuestra noción de metrópolis planificó en los 1960/80 los parques regionales Sud y Norte del Gran Rosario: el parque Regional Sud sobre el arroyo Saladillo (150 ha.), compartido con la vecina ciudad de Villa Gobernador Gálvez y el parque de los Constituyentes sobre el arroyo Ludueña (250 ha.). El área de la represa Ludueña al oeste completa hoy tres espacios verdes en los tres ejes cardinales (N-S-O) del crecimiento histórico de la región metropolitana.

El proceso de planificación urbana encarado desde 1983, con la recuperación de la costa y el uso y disfrute público de grandes extensiones de tierra pública, debe completarse preservando la fachada paisajística natural que nos exhiben las islas.

Recordando Valparaíso, ciudad con fuerte valoración de su histórico paisaje, hoy la conciencia medioambiental nos sugiere consensuar para preservar y planificar el cuarto pulmón verde que completará los cuatro puntos cardinales, el parque regional del Alto Delta al Este. Podemos comenzar con las primeras islas frente a nuestra ciudad, entre el riacho Paranacito y el canal de navegación.

La Capital Federal tuvo que rellenar a alto costo parte del río de la Plata, ahora una reserva ecológica valorada y defendida por los habitantes porteños. Frente a Rosario ya existe nuestro admirado parque regional Alto Delta, sólo debemos institucionalizarlo y defenderlo. El cambio climático nos exige pensar en el futuro. El resguardo del clima y del medio ambiente es un ejemplo de un "bien público global", que nos cabe promover y resguardar. Previamente reconocido, luego de un consenso global, en nuestro caso regional, ejecutado por las instituciones y poderes públicos de las regiones de Rosario y Victoria, hoy felizmente reunidas gracias al puente Rosario-Victoria, compartido por las provincias de Entre Ríos y Santa Fe, dentro del programa de la Región Centro, bajo la tutela de los poderes nacionales, para acentuar la calidad del eje bioceánico Porto Alegre-Rosario-Valparaíso. Los hermanos entrerrianos, ejemplo de conciencia medioambiental, sabrán compartir estas reflexiones. Elaboremos en conjunto un tratado de conservación medioambiental sobre el parque regional Alto Delta. Superados los coyunturales tiempos electorales municipales y provinciales asumamos y resolvamos los tiempos de la planificación urbanística, la preservación paisajística y la conservación del medio ambiente.

(*) Arquitecto


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