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| jueves,
25 de
octubre de
2007 |
Reflexiones
Mujeres y política
Sandra Bustamante (*)
Comenzamos el siglo XXI con un buen número de candidatas a convertirse en jefes de Estado de algunos de los países latinoamericanos. Si pensamos que en 1568, el jurista francés Jean Bodin no vacilaba en confinar a las mujeres a los márgenes de la vida civil, sosteniendo que era "preciso mantenerlas alejadas de todas las magistraturas, los lugares de mando, los juicios, las asambleas públicas y los consejos, para que se ocupen solamente de sus faenas mujeriles y domésticas", veremos que como decía la propaganda de Virginia Slims, hemos recorrido un largo camino.
En América latina podemos identificar varios escenarios de debate democrático y de incorporación de la mujer en ellos a lo largo de las últimas décadas. El primero de ellos está constituido por las cumbres de las Naciones Unidas, en las que las organizaciones de la sociedad civil contribuyeron a adoptar una agenda que vincula la lucha por la democracia con la lucha contra la pobreza, la violencia y por los derechos reproductivos.
Un segundo escenario de enorme importancia es el de la lucha por los derechos humanos. Las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, las mujeres mineras de Bolivia e innumerables asociaciones de familiares de detenidos y desaparecidos se convirtieron en la reserva moral de una sociedad amenazada por la pérdida de libertades. El tercer escenario aparece con la recuperación democrática y el surgimiento de los mecanismos para el adelanto de la mujer, que se han convertido en elementos estratégicos de los procesos que han impulsado reformas constitucionales o la adopción de leyes de cuotas, junto con otros cambios inspirados en la Plataforma de Acción de Beijing.
Otro ámbito de debate democrático tuvo lugar, sobre todo en la década de 1980, cuando la crisis de la deuda golpeó a la región y las mujeres —principalmente de los sectores populares— pusieron en marcha innumerables estrategias de supervivencia que dieron origen a nuevos liderazgos.
¿Cómo participamos las mujeres? ¿Tenemos posibilidades las mujeres de asumir los liderazgos? Platón afirmaba que los líderes tenían la obligación moral de ejercer sus liderazgos como gobernantes, porque "el mayor castigo para el hombre de bien, cuando se niega a gobernar a los demás, consiste en ser gobernado por otro hombre peor que él".
Max Weber estableció como fundamentos primarios de lo que llamó los tres tipos puros de dominación legítima la racionalidad, la tradición y el carisma. Más recientemente, los planteamientos de modos horizontales y participativos de ejercicio del liderazgo cuestionan los modelos jerárquicos y autoritarios, apuntando a que se involucren quienes son liderados y a la inclusión de la dimensión humana en los estilos de conducción, como claves para un mejor funcionamiento de las organizaciones y de las sociedades en general.
Paralelo a este debate, y subyacente al mismo concepto de liderazgo, la teorización sobre el poder deviene fundamental y ha estado permanentemente ligado a él. La noción de poder en su aspecto represivo y de dominación pura puede remontarse al pensamiento desarrollado por Maquiavelo que afirmaba que es preferible "ser temido a ser amado" e instaba a utilizar la fuerza además de las leyes. Desde esta perspectiva, para ejercer poder es necesario someter, subordinar, dominar, reprimir.
Foucault aporta un giro radical a este planteamiento cuando sostiene que el poder es aquello que "atraviesa y produce cosas, induce placer, forma conocimiento, produce discurso [...]. Es una red productiva que atraviesa el cuerpo social en su totalidad". Esta conceptualización abre la posibilidad de debatir el ejercicio de liderazgo como elemento clave para "hacer", producir, resolver y no ya sólo como factor de imposición de la propia voluntad sobre otras voluntades. Hannah Arendt, agrega otro elemento básico a este debate, la valorización del accionar común. "El poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y desaparece en el momento en que se dispersan".
Las mujeres nos incorporamos a todos los ámbitos de la vida social y en particular al político, desde donde se reconoce y se declama la búsqueda del poder como elemento clave para la superación de las exclusiones. Sin embargo: ¿qué ocurrió hasta ahora? ¿Es el temor a un mundo desconocido donde se manejan códigos diferentes cuando se ejercen roles de liderazgo? ¿Son los tratos ceremoniosos, la parafernalia que rodea al poder los que causan que las mujeres no socializadas en esas prácticas sino en otras más inherentes al mundo privado se sientan incómodas en el ejercicio del liderazgo y en consecuencia estén excluidas?
En realidad al aparecer nuevas formas de entender los liderazgos, como adaptaciones a la presencia de los excluidos, se han flexibilizado los espacios para permitir una mayor inclusión. El ejercicio del poder ha dejado de ser extraño a las mujeres. La pregunta es si las mujeres tenemos o no formas diferentes de ejercer liderazgo. Son líderes aquellas personas capaces de aunar voluntades y conductas en torno a objetivos, capaces de crear momentos, de lograr que sucedan cosas, de modificar el curso de los acontecimientos, y de asumir la responsabilidad por los resultados de lo que impulsan. Responsabilidad para hacer que las cosas pasen. Y responsabilidad por lo que resulte de lo hecho.
Kennedy relacionaba tres cuestiones: el coraje, la necesidad de acordar y los principios en el marco del poder público. Pero: ¿negociar y acordar son sinónimos de cobardía? ¿Los términos medios son posiciones cómodas o estratégicas? ¿Desafiar lo establecido implica coraje o poca inteligencia? En realidad, las decisiones adoptadas en base a los propios pensamientos y creencias hacen que los líderes sirvan mejor a los intereses comunes.
En el ámbito político se requiere desarrollar un estilo de aproximación a los problemas que sea capaz de contemplar toda esa complejidad e, indudablemente, estilos de liderazgo capaces de responder a esos desafíos. ¿Es posible que las mujeres introduzcan una ética diferente al mundo político? ¿Los liderazgos femeninos muestran habilidades que configuran una cultura política diferente, más consensual y dialogante, más pacífica y centrada en el ser humano?¿De qué se ocupan las mujeres que están en el poder? Las estadísticas dicen que los ejes de las políticas impulsadas por las mujeres son: problemas sociales y participación. La pobreza, la falta de educación, de salud, de vivienda. La participación es parte de las respuestas que podrían ser adecuadas.
Por otra parte, y como Arendt lo menciona, el poder se crea. Pero esa creación debe ser colectiva y solidaria, si se intentan cambios radicales para evitar que la democracia perezca como sistema de gobierno. Para que eso no ocurra, es importante reconocer el papel de las pasiones en la política, toda la dimensión afectiva que una mujer puede poner y que ayude como sostiene Chantal Mouffe en la formación de identidades colectivas. Atenuada la distinción ideológica, la noción de adversario se debilita y se instala la creencia que es posible alcanzar un acuerdo que incluya a todos los miembros de una sociedad y articule los intereses opuestos.
(*) Licenciada en Relaciones
Internacionales
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