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| lunes,
24 de
septiembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—“¡Qué lo parió, Mendieta, que indiferente había resultado cierta gente!”.
—¿Está recordando al Negro Fontanarrosa, Inocencio?
—No, es el comienzo de una carta que me manda la señora Lidia y sigue diciendo: “Creo que esto es lo que diría Inodoro si pudiera leer la carta de lectores publicada en este diario el día viernes 21”.
—Algo leí al respecto, siga.
—“Fíjese que la familia de Fontanarrosa, en un gesto plausible y seguramente de acuerdo con los pensamientos del Negro, decidió no aceptar ofrendas florales y que aquellas personas que quisieran homenajearlo hicieran una donación para el Hospital de Niños Zona Norte. Teniendo en cuenta la cantidad de amigos que poseía, imaginaron que esta actitud iba a devenir en un beneficio para muchos niños que reciben atención en dicho nosocomio”.
—Por supuesto, todo el mundo se acercó para acompañarlo a su última morada y además hubo mucha gente que hizo declaraciones públicas, lamentando su partida y considerándose amiga íntima del Negro; por lo tanto, todo hacía pensar que muchas personas colaborarían.
—Sigue diciendo la lectora: “Bueno, nada de eso pasó. Si hubieran aceptado flores, que hubieran servido, en mi opinión, sólo a las ganancias de los que comercian con dicho producto, entonces seguramente muchos se hubieran puesto de acuerdo para comprarlas, ¿pero por el afecto hacia el Negro o por el formalismo? ¡La gente no es lo que parece! Para figurar todos están primeros, pero si se trata de un gesto altruista, de esos que se realizan en silencio y que nadie ve, entonces se borran”.
—Bueno, pero no siempre y no todos.
—Termina la señora diciendo: “Lo que no sospechó toda esta gente es que, pasado el tiempo, alguien iba a escribir una carta agradeciendo a la familia el gesto de haber pensado en el hospital y a la vez informarle que nadie había aportado nada. Felicito al señor Ricardo Adolfo Imhoff, por dar a conocer esta situación. Si estas cosas se guardan y se callan dejamos que no haya lugar para el arrepentimiento y la conducta adecuada. Los que se consideren “verdaderos amigos del Negro”, todavía están a tiempo: el Hospital de Niños Zona Norte existe, está en Arroyito y por mínima que sea la ofrenda va a ser bienvenida. Todos aquellos que compartieron momentos y se rieron con sus chistes geniales y se honraron con su presencia, hagan de su recuerdo un acto positivo y colaboren con algo que pertenece al pueblo como pertenecía el Negro. Muchas gracias por escucharme”.
—Pues ojalá, que con esta otra carta se despierten muchas conciencias dormidas y de esta forma se cumpla con la voluntad de la familia. ¿Por qué no abrir una cuenta bancaria en homenaje a Fontanarrosa y hacer allí los depósitos a nombre del Hospital?
—Y que desde el cielo el Negro pueda decir: “¡Fíjese, Mendieta, fíjese Inodoro, ese niño está sonriendo gracias a nosotros!”.
—Ojalá que eso ocurra.
Candi II
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