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 sábado, 22 de septiembre de 2007  
Conductores clandestinos

Por Rafael Iglesia (*)
No existen demasiados argumentos técnicos para prohibir la polarización de los vidrios de un vehículo. Si se puede conducir con anteojos oscuros, lo mismo cuenta para los vidrios: a nadie se le ocurre prohibir el uso de este tipo de gafas (o prohibir el sol del oeste). Tampoco tienen mayor fundamento quienes afirman que estos cristales entorpecen la visión a través del vehículo, ya que con pasajeros detrás, esta transparencia sería incierta, por no hablar de los utilitarios con la cabina opaca que, de ser válida esta opinión, directamente no podrían circular.

No existe razón alguna para afirmar que el polarizado atente contra la seguridad de la circulación, de ser así, sería un requisito para obtener el seguro correspondiente. Prueba de ello es que esto sea la condición necesaria para todo coche que utilicen funcionarios y estrellas, con el objetivo de mantener la privacidad (y llamar la atención al mismo tiempo) evitando encandilarnos con su “luz propia”. Precisamente, en México se prohíbe el uso de los polarizados en los vehículos de la “gente común”, para poder distinguirlos de los móviles oficiales. Si realmente afectase la visibilidad, no circularían por las capitales más importantes del mundo coches de ministros ni limusinas con sus impenetrables vidrios.

Si bien hay que reconocer que aportan ventajas en cuanto a la climatización del vehículo y a la seguridad de los ocupantes. Creo que lo verdaderamente grave –para muchos- es tener que circular a cara cubierta. Aunque esto no sucede de igual manera en todos los ámbitos, se oculta ante lo diverso, la ciudad, y se exhibe en espacios cautivantes, entre iguales. Todo un tema.

Esto me recuerda a algo que contó Ben Edman, decano de los arquitectos suecos, durante su visita a Rosario, hace algunos años. Mostró un proyecto para una zona que había estado en guerra cuyo objetivo era ayudar a promover la convivencia entre los sobrevivientes. Su respuesta arquitectónica consistió en una gran explanada sobre un terreno escarpado. Contó que los árabes cuando se encuentran en la meseta se saludan diciendo ahora puedes mirarme a los ojos. En territorios donde el suelo es escarpado se camina mirando el piso para no caerse, pero en un suelo sin accidentes, como lo es la plana meseta, esto no es necesario, se puede levantar la cabeza y mirar a los ojos al semejante. Ese saludo “mirar a los ojos” indica que se está entre amigos, en un lugar seguro. En definitiva, la democracia es eso: poder mirarnos a los ojos, con los hombros caídos, sin temores, seguros. Si miramos el tema desde este lugar, evidentemente estas modalidades nos están diciendo algo.

Se podría hacer otro análisis y ver este auge del polarizado como una consecuencia del aumento del grado de exposición al que nos someten los avances tecnológicos. Las cámaras en los celulares permiten documentar todos nuestros movimientos. Ya en tiempos de la Revolución Francesa, Rousseau pensaba que cada vigilante era un camarada; más tarde, Jeremy Bentham (el creador del panóptico) opinó que cada camarada era un vigilante; hoy se puede decir que cada conciudadano es un paparazzi. Esto pone nuestra intimidad en peligro. A mayor pérdida de privacidad, mayor necesidad de encubrimiento, sobre todo si se está yendo de la cama al living. Situaciones estas que un hipocondríaco urbano –que cada vez florecen más- no dudaría en llamar “síndrome de intromisión autista”. Para lo cual los polarizados es el mejor paliativo ante las miradas indiscretas.

De todas formas, siempre que se esconde o se muestra algo en una sociedad es posible descubrir en eso un rasgo importante que la define. Cuando vemos a mujeres islámicas con el rostro cubierto por cuestiones religiosas sabemos en qué tipo de sociedad estamos y cuáles son sus valores. Al igual que cuando llegamos a una ciudad donde las propiedades no tienen rejas sabemos qué grados de equidad se ”manejan” en dicho lugar.

No son insignificantes estas pequeñas cosas: son señales de cómo se construye o destruye un modelo. Son indicios de nuevas relaciones entre los individuos, entre éstos y las cosas. Estamos ante la aparición de nuevas ecologías que comienzan a aparecer lenta, pero tenazmente, alterando las condiciones de la convivencia ciudadana que hasta ahora veníamos practicando.

Parece entonces que los vidrios oscuros no ocultan el verdadero problema, lo descubren. El polarizado sólo es el mensajero, no interrumpe la visión. Todo lo contrario: esta avistando los cambios que vienen.

(*) Arquitecto
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