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jueves,
20 de
septiembre de
2007 |
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Charlas en el Café del bajo
—¡Qué infelicidad tan grande! ¡Qué vacío tan tremendo cuando al final de la vida, en los últimos momentos, se descubre que muchas cosas no tuvieron un significado bello y profundo, que todo no fue más que un vano y confundido ensayo de vivir. Qué pesar para el espíritu, para el corazón y la misma mente descubrir tarde la fatalidad del error. Pero que angustia tan tremenda que queda en el que parte y después en el que queda y alguna vez amó o aún ama, el no haber recordado que hay algo que se llama perdón. Mañana el judaísmo celebra el Día del Perdón, el Iom Kipur. Y ayer, al despertar, recordé lo que le dije a una amiga alguna vez cuando se enteró de que el padre de sus hijos, ese al que ella había amado con hermosa locura y que había sido trágicamente traicionada estaba por morir.
—Me acuerdo de ese momento que ayer mismo se transformó en especiales palabras, ¿quiere recordarlas?
—"La vida, amiga, es un instante,/ un bello palpitar del universo,/ una vocal en el eterno verso./ Es todo pasado, poco delante.
—"La vida, a veces, es ahora tardío,/ es palabra que no ha sido dicha./ Es culpa, angustia, es desdicha,/ no ver lo tuyo, sólo mirar lo mío.
—"Una vida así, al final del camino,/ sólo encuentra esa angustia,/ revelada en la mirada mustia/ que se posa en el pobre destino.
—"Sin mano para aliviar el mal,/ sin caricia para conceder,/ sin palabra que haga florecer;/ esa, amiga, no ha sido vida, al final.
—"Como dijo nuestro autor,/ la vida no es sólo palabras,/ es, sobre todo, que un corazón se abra/ para cerrar un dolor.
—"Por eso, amiga, antes de que caiga la tarde,/ deja que él sienta que amor siempre hubo;/ deja que parta en la paz que no tuvo,/ ¡perdónale! que el día se acaba y su alma arde.
—"Que su pecado fue por la vida vacía./ Mira, amiga, que mañana es Yom Kippur/ y el siente que todo fue un infeliz albur,/ que ahora es la tarde y la vida tardía.
—”Deja que el crepúsculo lo encuentre en la paz que no tuvo,/ que el universo sepa que, allí, amor siempre hubo”.
—¡Cuán difícil es perdonar! ¿Verdad, Candi?
—En especial perdonar de manera consciente y saber borrar del inconsciente el residuo de no perdón que suele quedar y que se manifiesta de diversos modos.
—Así es.
—La columna de hoy quisiera dedicarla a esas personas maravillosas, verdaderas luces, reflejos de Dios, almas inmensas, que aman tanto que todo lo perdonan. Algunos los llaman tontos, absurdos, pobres y hasta despiertan misericordia del mundo por ser tan estúpidos inocentes. No saben que los pobres son ellos, nosotros los verdaderos tontos que nos perdemos o nos perderemos, más tarde o más temprano, en la noche del error.
Candi II
([email protected])
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