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miércoles,
19 de
septiembre de
2007 |
Es posible llevar una vida normal
Aurora tiene 37 años y la epilepsia no le es ajena. Tanto su madre como una de sus hijas tienen la enfermedad. En la época en que a su madre se la diagnosticaron, la familia hacía todo lo posible por ocultar los síntomas. Hoy Aurora tiene una hija con el mismo diagnóstico y a diferencia de su historia familiar intenta comunicarle con franqueza lo que le sucede junto con una firme actitud para sobrellevar la situación.
“Los prejuicios que había en la época de mi madre cuando se llegaba hasta emparentar la patología con la locura todavía persisten. Trato de luchar día a día con ellos”, contó.
La hija de Aurora que posee epilepsia se llama Delfina, tiene ocho años y se la detectaron cuando tenía seis. Hasta ahora sólo padeció dos convulsiones, aunque sí tuvo otras manifestaciones: caídas por pérdida de tonicidad muscular en las piernas y desconexiones temporales. Además sufría de dolores de cabeza, razón por la cual tenía que faltar con frecuencia a clases, lo que hizo que se atrasara en la escuela. Otro inconveniente por el que pasaron fue la resistencia a la toma de la medicación.
Luego de un tiempo comenzó a aceptar los medicamentos. Y de esta manera consiguió una libreta escolar excelente. Hoy debe tomar nueve pastillas por día en tres tomas diarias.
“Aspiro a que mi hija sea feliz. Los contratiempos no van a venir de la enfermedad sino de la vida misma. Su capacidad intelectual está intacta y puede hacer una vida normal. El último electroencefalograma fue normal y si consigue mantener esa regularidad podría reducir la medicación”, contó esperanzada.
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