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 sábado, 25 de agosto de 2007  
Viajeros del Tiempo

Guillermo Zinni / La Capital

Un río de sangre. Cuando hace algunos años el señor Mañay era subprefecto de nuestro puerto, en virtud de los numerosos hechos de sangre que se producían dentro de su jurisdicción y de los cuales se aducía como causa principal la de concurrir los obreros de la ribera al trabajo armados con sendos cuchillos y revólveres, dictó una orden del día prohibiendo en absoluto el uso de armas de fuego y de determinada clase de cuchillos que solamente los estibadores que los necesitasen podrían usar, esto es, sin punta y de reducidas dimensiones. Esta acertada disposición, apenas puesta en práctica dió óptimos frutos, pues el porcentaje de sucesos sangrientos en el puerto disminuyó de manera notable. Y esto debía de resultar así, si se considera que nuestro criollo no gusta de ventilar sus rivalidades a puñetazos, como los hijos de la rubia Albión, sino cuchillo en mano, a lo Moreira. Pero, andando el tiempo vinieron otros subprefectos más tolerantes o menos severos que el señor Mañay, y la disposición humanitaria dictada por éste cayó en desuso, siendo en la actualidad pura letra muerta. Está sucediendo entonces lo que era de presumir: que no pasa un día sin que en la jurisdicción de la subprefectura no haya por lo menos una pelea sangrienta en la que juega siempre rol principal el peligroso cuchillo. ¿Y qué razones existen para que los estibadores vayan al trabajo armados con tan descomunales facones o tremendos revólveres, como si fueran a librar una batalla campal en vez de la ruda pero pacífica faena que han de realizar? Porque hay que tener presente que cuando hace calor o frío y la damajuana de caña circula de mano en mano para apagar la sed o entrar en calor, los ánimos se soliviantan, las pasiones se excitan y por un “quítame allá esas pajas” salen los cuchillos a relucir, siendo el motivo más fútil causa suficiente para que la sangre corra como un río.

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