
|
| jueves,
23 de
agosto de
2007 |
Un amante irresistible
Ricardo Luque / La Capital
Aprendí a escuchar a Nacho recién cuando mi hijo empezó a ir a la escuela. Antes lo oía a lo lejos, en ese sopor insoportable que envuelve las mañanas que siguen a las noches largas. Su voz se arrastraba hasta mi habitación desde la cocina, donde mi vieja mantenía encendida la radio desde mucho antes de que el día valiera la pena ser vivido. No sé qué hacía en la cocina además de escuchar a Nacho, nunca me levanté a averiguarlo, aunque la duda me carcomía las entrañas. Hoy, después que ella me despertó con la voz quebrada para avisarme que Nacho había muerto, sé la verdad. Sé que se levantaba temprano, sin hacer ruido, para no despertar al viejo que aprovechaba los últimos minutos de la noche acurrucado en un rincón de la cama. Sé que, moviéndose con el sigilo de un gato siamés, caminaba hasta la cocina, donde en silencio tomaba unos mates amargos antes de que la familia despertara. No lo hacía sola. La acompañaba Nacho. Que, como siempre quiso, se había convertido en su amante secreto. En el suyo y en el de todas las amas de casa que, antes de entregarse a la rutina, se permitían escapar, aunque más no sea por unos pocos minutos, al mundo de fantasías al que Nacho las invitaba a pasar cada mañana desde la radio. Fantasías non sanctas, claro, qué otras fantasías seducen a una mujer. Ninguna. Y Nacho lo sabía mejor que nadie. Hablaba en voz
baja, cómplice, como si
susurrara una declaración de amor. O mejor, una propuesta indecente. Que eran su debilidad.
enviar nota por e-mail
|
|
|