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 domingo, 19 de agosto de 2007  
Interiores: codicia

Al menos en forma explícita, la codicia no forma parte de un listado fundamental en el extenso y denso pensamiento religioso cuando enumera los siete pecados capitales que todo buen cristiano debiera tener en cuenta para no caer en alguno de ellos.

   Como se sabe las caídas son más que frecuentes, razón por la cual los cristianos no sólo pecan sino que además reinciden día y noche. Es cierto que la codicia tiene un sentido muy próximo al de la avaricia que es el pecado que figura dentro de los célebres siete, motivo de una película también célebre. Pero aun siendo vecinos no son lo mismo aunque para la Academia de la Lengua la diferencia es más bien mínima, ya que dice de la avaricia que se trata de un afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas, mientras que con respecto a la codicia sentencia secamente: afán excesivo de riquezas. En ambos casos se recurre a la palabra afán lo que viene a sonar y vincular ambos conceptos con el lunfardo afanar, que en muchas ocasiones suele ser el verbo fundamental que conjugan tanto los codiciosos como los avaros.

   Que el afán en la avaricia sea desordenado y en la codicia excesivo plasma una diferencia que habrá que ponerla en la cuenta de los académicos, ya que no está demasiado claro por qué en la avaricia hay desorden, mientras que el exceso es común a los dos pecados. Ahora bien, el puente entre ambos pecados está en el apego por la riqueza. En el caso de la avaricia el deseo de riqueza tiene como sentido fundamental el placer por atesorarla; por su parte la codicia se despliega como un afán excesivo por la riqueza.

   Como se puede ver en la prensa mundial son días de temblores, no por los magmas que presionan debajo de nuestros pies en el interior del planeta, sino por los temblores en la economía del mundo. Es sabido que el corazón del capitalismo son los mercados, y no la libertad, ni siquiera la pseudo libertad de mercado en tanto y en cuanto libertad y mercado son más bien incompatibles. Y lo son por las variadas determinaciones que los atraviesan que sin embargo en su diversidad producen esencialmente un solo efecto: el crecimiento de la desigualdad.

   De los mercados del capitalismo el más sensible es el bursátil y su corte de bonos muy proclive a espantarse por cualquier “desaguisado” de los humanos. Las bolsas tienen lectores especializados cuya función es leernos a los analfabetos del mundo queriendo explicar los mercados de valores con sus movimientos ciclotímicos. Cuando la cosa se pone fea como en estos días en que los mercados pierden la libertad, que en realidad nunca tuvieron, es cuando los bancos, que vienen a ser los verdaderos templos del capital, inyectan dinero en los infartados mercados para achicar el pánico.

   Es lo que viene sucediendo en estos días al punto que los centros vaticanos del dinero se desprendieron de más de 300.000 millones de dólares que metieron y prendieron en los susodichos mercados, afectados y heridos muy profundamente, en este caso por la crisis del mercado inmobiliario en los EE.UU. donde se dice que patinan las hipotecas, tropiezan ciertas empresas y caen algunas financieras, todo como consecuencia de préstamos de alto riesgo. El alto riesgo en cuestión son las altas tasas de interés por préstamos, que obviamente son riesgosos, pero que pueden dar mayores ganancias que los llamados normales. Claro está que estos préstamos con riesgo alto no es muy probable que estuvieran dirigidos a negros pobres desocupados, porque éstos no clasifican en el segmento bancario ni siquiera en el escalón mínimo.

   En el centro de todos los comentarios la causante fundamental de los temblores de la economía mundial resulta que es la codicia. En particular la codicia de los bancos. Bancos codiciosos y mercados en pánico dan como resultado los espasmos histéricos más o menos recurrentes del capitalismo que, como siempre, afectan un poco más a los llamados “países emergentes” (entre los que estamos nosotros), que son de una emergencia muy curiosa, es decir de una rara emergencia hacia abajo ya que nunca dejamos de estar entre los sumergidos. En esos países habitan 1.500 millones de seres humanos que (¿viven?), según el último informe de Amnesty Internacional con menos de un dólar diario. Un resultado más que manifiesto de la ampliación de la brecha entre ricos y pobres en el mundo que se ha transformado en un abismo.

   Según las estadísticas en los años 90 los ricos tenían 30 veces más que los pobres, mientras que ahora poseen 130 veces más. Estadística terrible y estúpida al mismo tiempo: ¿cuántas veces más tiene el señor Slim, number one del dinero que tiene atesorados 65.000 millones de verdes, comparados con los que tienen menos de un dólar diario y capital 0?

El nuevo Papa tiene chapa de duro, muy intelectual, y desde su lugar de semi Dios bien podría incluir la codicia como el pecado “capital del capital” para que los pobres que nunca llegan al cielo salgan del infierno.
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