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domingo,
19 de
agosto de
2007 |
Lo que queda en pie de Pisco
Natalia Calisti / Télam (enviada especial)
Pisco (Perú).- En Pisco todo es desolación: casas derrumbadas, paredes vacías, gente que camina con barbijos y hace filas interminables para recibir una ración de comida. La Plaza de las Armas es el centro de un pueblo que no deja de temblar.
Esta enviada especial estuvo en Pisco hace cinco meses y poco queda de lo que era entonces: uno de los pueblos más turísticos de Perú.
Pisco está a pocas horas de la reserva de Paracas y de Ica, otro de los destinos elegidos por los viajeros que visitan el sur del país y donde más se sintió el sismo del miércoles último.
La Plaza de Armas, centro de rescatistas y carpas sanitarias, era uno de los lugares más pintorescos del pueblo y el que elegían los parroquianos para dar una vuelta cuando caía el sol.
A un lado, la Iglesia de la Santísima Compañía de María, que hoy está derrumbada, y al otro la calle comercial con bares y restaurantes donde se ofrecía ceviche, chicha, tiradito de pescado, causa y un dulce con nuez y confitura parecido a las colaciones argentinas.
Nada de eso quedó en pie. Grupos de rescatistas de Defensa Civil y bomberos caminan por el bulevar, que se transformó en una maraña de cables en medio de los escombros.
El olor es fuerte. A pocos metros los equipos, que trabajan en la remoción de un hotel, lograban ayer, al final de la jornada, retirar entre dos y tres cuerpos.
El verano eterno, alimentado por el recambio permanente de turistas, concluyó de golpe.
Se acabaron las excursiones a la reserva natural de Paracas, donde anidan los guanos y los lobos marinos, y los viajes cortos al desierto de la Huacachina, la laguna natural de Ica, la ciudad más cercana a Pisco donde hoy hacen base la mayoría de las organizaciones humanitarias que trabajan en la zona.
Las casas viejas, esas de adobe que el miércoles temblaron hasta desmoronarse, eran la marca personal de este pueblo que por momentos parecía detenido en la historia.
A unas diez cuadras de Las Armas estaba el Mercado Central, donde las cholas desplegaban unas mantas de colores fuertes y vendían frutas, verduras y quesos artesanales y una feria enorme, con puestos atiborrados de ropa, mercadería importada de segunda línea, libros, películas y CD pirateados.
Contraste brutal entre el romanticismo de antaño y la exclusión más cruda que sufren los países en desarrollo donde “lo trucho” es lo único que se puede comprar.
La policía nacional y los militares cerraron los puestos del Central y custodian desde el miércoles la poca mercadería que quedó: la gente fue a buscar a su mercado lo que no tiene y más necesita, que es agua y comida, y como no puede pagarlo, lo toma, mientras los saqueos se multiplicaron a la par de la desesperación.
Pisco, ciudad pequeña, pueblo que crecía de a poco, tranquilo, amable. La recomendación para la prensa internacional es dejar la zona después de las 7 de la tarde, que es cuando empieza a oscurecer, y movilizarse sólo en vehículos militares. Nada es igual después del temblor. (Télam)
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