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domingo,
05 de
agosto de
2007 |
Irán ahorca a criminales y opositores al régimen islámico
Las ejecuciones cuentan con apoyo generalizado. La prensa disidente, también en la mira
Farshid Motahari / DPA
Teherán. — Entre la multitud de curiosos que acudió la semana pasada a ver las ejecuciones en el norte de Teherán había mujeres y niños iraníes. Y el que no acudió, podía ver posteriormente las imágenes en el diario de dos de los ahorcados. Un tribunal los condenó a morir en la horca por el asesinato de un vicefiscal hace dos años. “Para que nosotras las mujeres podamos ir por las noches por la calle sin preocuparnos se precisa tolerancia cero con estos malhechores”, dijo una iraní que presenció las ejecuciones. Un policía añadió: “Todos los criminales deberían ser ejecutados públicamente, porque así se disuade a otros”. La pena de muerte es una condena que cuenta con aceptación generalizada del público en la República Islámica de Irán. Ya existía en forma más atenuada antes de que el Shah Reza Pawlevi fuese derrocado (1979) en base a la ley islámica (Sharia).
Delitos tipificados. La organización de derechos humanos Amnistía Internacional registró el año pasado las ejecuciones de más de 177 personas condenadas a muerte en el país. En lo que va de año ya han sido colgadas más de 124. Asesinato, robo a mano armada, tráfico de drogas con más de cinco kilos de estupefaciente, violación, abuso de menores y blasfemia son delitos tipificados con la muerte en el horca.
Con esta condena tienen que contar también los miembros de una banda de matones que han hecho cundir el miedo y el pánico en ciudades iraníes, según la policía. “Para nosotros son como terroristas, porque aterrorizan a la sociedad”, dijo el fiscal general de Teherán, Saaid Mortasawi.
Ante una multitud. Cada vez son más frecuentes las ejecuciones públicas. A diferencia de en las cárceles, a los candidatos a la muerte se les coloca la soga ante el público. La cuerda cuelga de una grúa para que todo el público asistente pueda ver mejor al reo muerto. La ejecución pasa así a ser más dolorosa, pues la muerte es más lenta. “La implementación de la Justicia equivale a mejorar la seguridad”, decía un cartel en las horcas sobre cinco cuerpos que colgaban el miércoles en la ciudad de Mashhad.
Los temores en naciones occidentales de que la oleada de ejecuciones también afecte a críticos del régimen islámico parecen alentarse además con las recientes condenas a penas capitales contra dos periodistas kurdo-iraníes. A ambos se les acusó de “ofensa a Dios y al Islam”. Hasta la fecha no se ha aclarado lo que eso significa en concreto. Fuentes no confirmadas apuntan que los dos acusados no han sido condenados por su actividad periodística, sino por sus relaciones con el proscrito partido kurdo iraní.
Silenciamiento. Aparte de esto, hay indicios sobre una contundente actuación contra los opositores con relaciones en el extranjero y especialmente con Estados Unidos. Así, hay cuatro iraníes que o están en prisión o se les ha prohibido viajar por sospechas de espionaje. Dos de ellos, Haleh Esfandiari, del Centro Wilson en Washington, y Kian Taybajsh, del Instituto George Soros, declararon en la televisión estatal iraní que intentaron debilitar el sistema islámico a través de disidentes e intelectuales. Teherán calificó las afirmaciones como una declaración de su cooperación con su gran enemigo, Estados Unidos, y, consecuentemente, como una confirmación de las acusaciones de espionaje.
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Asesinato, violación, adulterio, robo armado y tráfico de drogas se castigan con la horca.
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