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domingo,
08 de
julio de
2007 |
[Lecturas] - Factores culturales de la violencia
Los profetas del odio
Rubén Chababo
Ensayo Identidad y violencia, la ilusión del destino , de Amartya Sen. Katz Editores, Buenos Aires, 2007, 256 páginas, $ 36.
Qué es la identidad, de qué modo el énfasis puesto en destacar las pertenencias de clase, de grupo o meramente individuales no puede ser visto como una forma de alentar el diseño de campos o territorios donde se libran enfrentamientos sociales traducidos en violentas disputas cuando no en guerras? ¿De qué sirve o a qué ha contribuido la tendencia cada vez más exacerbada a agrupar a las personas según únicas identidades olvidando el complejo universo de identidades que la conforman? ¿En qué medida el esfuerzo puesto en abroquelarse en grupos identitarios dentro de los cuales se defiende una identidad o singularidad amenazada no puede ser leído más que como un valioso gesto de libertad, en una ciega opción por lo propio y por extensión en desprecio por lo múltiple? Son estas algunas de las preguntas que Amartya Sen se hace y que a lo largo de una decena de capítulos intenta responder apelando de manera alternativa tanto a fuentes teóricas como a situaciones de su propia experiencia personal: nacido en la India en 1933, Sen diseñó un derrotero similar al de decenas de miles de hijos de la Colonia que vieron en Gran Bretaña un lugar de posibilidades.
Ese derrotero es el que entre líneas recorre las páginas de su ensayo y del que abreva para graficar su teoría. “El arte de crear odio se manifiesta invocando el poder de una identidad supuestamente predominante que sofoca toda otra filiación y que, en forma convenientemente belicosa, también puede dominar toda compasión humana o bondad natural que, por lo general, podamos tener”, asegura Sen y para ello señala los casos de Kosovo, Ruanda, Bosnia, Timor, Palestina, Israel o Sudán, lugares donde la idea de una singularidad a defender se ha traducido en catástrofes protagonizadas por sociedades que experimentan la furia de identidades dicotomizadas prestas a infligir penas abominables a la otra parte.
Según Sen, la sola clasificación con que se identifica a los grupos humanos alienta soterradamente la violencia. ¿Quién estaría comprendido, se pregunta, dentro del llamado mundo occidental, cuando en verdad ese mundo —globalización mediante— está integrado por multiplicidades imposibles de definir y clasificar? ¿A qué haría referencia el concepto de mundo islámico cuando una lectura atenta demuestra que es irreductible a las definiciones, por su altísimo grado de diversidad y complejidad identitaria? Sen asegura que esas nominaciones, si bien generan la certeza de pertenecer a una cultura, de no formar parte de aquello que es otro, por otra parte contribuyen a exacerbar las diferencias y estimular conflictos. El ejemplo de Gran Bretaña aparece en estas páginas para demostrar lo absurdo de reducir al mundo musulmán al otro comprensible y decodificable cuando, en verdad, buena parte de los emigrados musulmanes a Occidente han adquirido o comparten una serie de costumbres, hábitos y hasta tradiciones comunes con los ingleses.
No es extraño que uno de los fuertes frentes de crítica de las posturas de Sen esté centrado en la teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington, teoría que alcanzó gran difusión a partir de septiembre de 2001, luego del atentado terrorista a las Torres gemelas. Una visión del presente a la que Sen considera reduccionista: “la dificultad de la tesis de Huntigton comienza mucho antes de llegar a la cuestión de un choque inevitable; comienza con la suposición de la relevancia única de una clasificación singular. De hecho, la pregunta ¿chocan las civilizaciones?, se basa en la suposición de que la humanidad puede clasificarse, principalmente en civilizaciones distintas y discretas (...) El defecto básico de la tesis es muy anterior a la pregunta acerca de si las civilizaciones deben chocar”.
De un fuerte contenido espiritualista, el conjunto de ensayos, más que proyectar una visión esperanzada del futuro, alerta sobre el acelerado proceso de dicotomización social justamente en un momento de la historia en el que la defensa de las singularidades ocupa el primer renglón de las agendas de gran parte de las comunidades humanas, en especial de las minorías. Acaso sea este ir a contramano de lo que el sentido común indica, su énfasis en defender una visión por momentos nada políticamente correcta, lo que haga de “Identidad y violencia” un conjunto de ensayos a tener en cuenta a la hora de pensar los modos en que la violencia se genera y se disemina en el mundo contemporáneo.
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