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 domingo, 08 de julio de 2007  
[Reedición] - Notable investigación de Jorge Schwartz
Rescate de Oliverio Girondo
Beatriz Viterbo Editora acaba de publicar un volumen que recopila poemas, textos en prosa, retratos y fotos que iluminan la obra del gran poeta. Aquí, uno de los testimonios

Francisco Urondo

Girondo nació en plena avenida 9 de Julio. Es decir, por donde ahora pasa esta avenida: en Lavalle 1035. Gómez de la Serna proponía que se pusiera una placa sobre el asfalto que dijese: “Aquí nació Oliverio Girondo”. (...) “Soy hijo, dice Girondo refiriéndose a su origen, de toda la literatura francesa de ese momento”; complementando este dato, hemos podido averiguar que desciende, por vía paterna, de vascos del Mondragón; su madre, Uriburu Arenales, también descendía de vascos, y de aquel famoso general Arenales, de quien se dice fue hallado moribundo, con una herida de metralla en el cráneo; el capellán que lo encuentra le aplica un mate en la herida y el general sobrevive y pelea durante muchos años. Su descendiente, Oliverio Girondo, recibe una herida similar, pero no en el campo de batalla, sino en la calle, atropellado por un automóvil; como su ascendiente, también supera esa contingencia y, de paso, mantiene el prestigio que los vascos han ido adquiriendo merced a la complexión de sus cabezas.



Amores de estudiante

El período escolar de Girondo está plagado de rabonas, de paseos por el puerto; participa en las primeras huelgas estudiantiles y le tira un huevo de avestruz a don Calixto Oyuela. Confiesa: “Había una maestra morrocotuda, pero no tuve ninguna relación con ella”; viaja a Europa con sus padres y estudia en el colegio Epsom, de Londres, y luego en la escuela Albert le Grand, de Arqueil; cuenta Gómez de la Serna que de allí fue expulsado por arrojar un tintero al profesor de geografía, que un momento antes había hablado de los antropófagos que viven en Buenos Aires, capital del Brasil. Cuando está en edad de ingresar a la Universidad, hace un pacto con su padre: en vez de ir a Mar del Plata a veranear con ellos durante las vacaciones, lo mandaría a Europa; él, a su vez, se compromete a recibirse de abogado. Así conoce a fondo Francia, Italia y España, y se convierte en abogado, profesión que jamás llegaría a ejercer.



El punto sobre la “i”

Antes de seguir adelante, conviene aclarar que Girondo nada tiene que ver con la abogacía; tampoco es un muchacho divertido o pintoresco o raro que deslumbra con actitudes insólitas; es, simplemente, un hombre joven, siempre lo fue, nunca conoció la melancolía, siempre ejerció aquello que tanto valoraba Ibsen; aquel asunto de “la alegría de vivir”. Además, Girondo es un escritor; sin duda el más importante del grupo de Florida, tal vez el más consistente de su generación; así Martín Fierro tiene el tono de su personalidad, el empuje de su entusiasmo, su temperatura. Sin embargo, hay otros escritores de aquella época que son más conocidos. “Por algo debe ser”, comentará alguien insidiosamente. Sí, por algo: Girondo es un poeta —de los pocos con que cuenta nuestra literatura—, no es un figurón; por ello siempre ha estado al margen de las combinaciones “literarias”, por eso ha mantenido siempre una conducta, una prescindencia; no le han interesado el éxito, las alabanzas. Es algo parecido a Macedonio Fernández, que, marginado hasta hace muy poco en toda valoración, ya ha desplazado prácticamente de su sitial a Leopoldo Lugones, poeta oficial por antonomasia, el poeta de aquellos años del Centenario.

Girondo también, comienza a ocupar el lugar que le corresponde, a pesar suyo, merced a la natural gravitación de su obra poética, a su presencia irreversible.



Vida y pasión

Macedonio Fernández era unos veinte años mayor que Girondo y la gente del periódico Martín Fierro; sin embargo, se integró al grupo como uno más, con tanta juventud como cualquiera. Treinta años después, en 1954, es Girondo quien se vincula a los grupos jóvenes que actúan por esos años; es más, se establece entre ellos una amistad, como la que Macedonio pudo establecer en su momento. Del primer poeta de vanguardia argentino, Girondo guarda valiosos recuerdos: las muchachas que Macedonio salía a “relojear” en la calle Lavalle, y que, pese a su cuestionada profesión, nunca llegaron a traicionarlo; su temporada vivida en un invernadero, donde la temperatura agradable lo protegía contra su incapacidad frente al frío: Macedonio usaba permanentemente muchas camisetas superpuestas. Recuerda Girondo que, con motivo de la visita del poeta español Juan Ramón Jiménez, organizó una reunión en su casa. La mucama anuncia que ha llegado el señor Macedonio Fernández; al escuchar esto, los invitados corren a recibirlo y prácticamente abandonan al invitado; Girondo salva la situación cuando logra sentar juntos a Jiménez con el recién llegado. Por ese entonces era difícil encontrar a Macedonio: dormía cuando tenía sueño y comía cuando tenía hambre; así, sus horas de encuentro eran totalmente inverosímiles; también sus horarios de comidas, pero aquí la cosa no era tan directa, era más complicada, cuando uno tiene sueño, duerme pero cuando tiene hambre hay que verificar previamente si es que a uno no le está pareciendo que tiene hambre.

Macedonio odiaba la luz, y en su habitación, a oscuras, cuando era menester buscar algo en el ropero, era preciso apelar a la linterna que allí había para iluminar el interior del mueble y dar con lo buscado. Pero la figura de Macedonio Fernández ha configurado casi una leyenda que necesita consideración especial; también la riqueza de su personalidad. Además ocuparnos de Girondo ya es suficiente tarea para un solo artículo; tal vez excesiva. Sólo quiero recordar estas palabras de Macedonio Fernández, que en alguna medida complican también a Girondo: “Sólo reverencio la Pasión, y tú, joven, eres ella”.



(Fragmento de "Entrevista de

Francisco Urondo" , pp. 156ss.)
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El joven Girondo. Con "Veinte poemas para leer en el tranvía" (1922) señaló un hito.

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