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 domingo, 08 de julio de 2007  
[nota de tapa] - Pintando la aldea global
Un canto a la tribu humana
El museo Juan B. Castagnino expone una gran retrospectiva de Antonio Seguí. Quince años en la producción de uno de los artistas argentinos más importantes en el mundo

Raúl Santana

La obra de Antonio Seguí ocupa un importante lugar no sólo en nuestro medio argentino sino también en el panorama internacional del arte contemporáneo. Además de los reconocimientos nacionales —entre los que se destaca su exposición retrospectiva (1958-1990) que realizó el Museo Nacional de Bellas Artes— su obra ha tenido gran aceptación en los más heterogéneos escenarios del mundo. Prueba de ello ha sido la reciente exposición individual de su trabajo —verdadera culminación— que llevó a cabo el Centro Georges Pompidou en París, ciudad en la que el artista reside desde los primeros años de la década del 60. Y aunque gran parte de su obra fue realizada en aquella ciudad, Seguí jamás abandonó sus profundos lazos con la Argentina y concretamente con su tierra natal, la provincia de Córdoba, adonde —como tantas veces afirmó el artista— vuelve con regularidad y alegría como a un espacio nutricio.

Por otra parte, conocer y tratar a Seguí, verlo aquí, en cualquier otra parte del mundo o en París, escuchar su imborrable acento cordobés —que mantiene sobre todo en las largas mateadas en su magnífico taller de Arcueil—, ese acento que también se trasluce aun cuando habla francés, basta para darse cuenta hasta qué punto su tierra natal ha marcado definitivamente a este hoy ciudadano del mundo. Y me apresuro a decir que esta condición no es un dato menor para abordar su arte, si tenemos en cuenta que para gestar sus figuraciones, Seguí ha sabido hacer convivir el mundo de su infancia vivo en su memoria, junto a su intensa experiencia de la vida y los ritmos de las grandes ciudades. Me atrevería a decir que una de las claves más significativas de su producción ha sido precisamente esa dialéctica entre lo rural y lo urbano, entre lo regional y lo universal que simultánea o alternadamente se ha manifestado en sus imágenes a lo largo de su camino.



Recapitulando

Comenzada en los años 50, su obra —ese work in progress incesante— hoy configura una compleja trama en la que temas y procedimientos entran, salen, desaparecen y reaparecen como un canto permanente a la tribu humana. Si partimos de aquellos inicios en los que en nuestro medio ya se venía preparando la eclosión de propuestas que irrumpirían en la rica y fecunda década del 60, vemos al incipiente artista deambular por el informalismo, aquella aventura de la materia que en su caso traducía algo de esa visualidad americana que el artista experimentó en el viaje que en 1957 realizara por el continente con el anhelo de conocer sobre todo, aquellos lugares donde lo prehispánico constituye una presencia fresca y cotidiana. Luego de esta primera etapa que duró unos pocos años, el artista asume planteos neofigurativos, donde ya se instala la figura humana, desquiciada, en espacios discontinuos —donde la realidad asume un carácter simbólico— en los que Seguí manifiesta posiciones críticas no exentas de burla y sarcasmo.

Por entonces también irrumpía en nuestro medio el pop-art, que venía a darle jerarquía estética a los lenguajes de los mass-media borrando los límites entre cultura de elite y cultura de masas, lo que sin duda será un importante punto de inflexión en el desarrollo de la obra.

Si excluimos aquellas etapas inaugurales, casi toda su obra posterior va a estar signada por la ironía o por un sutil sentido del humor. Salvo muy pocos momentos entre la década del 70 y la del 80, en los que el artista produce series como los Ejercicios de estilo, en los que con impecable solvencia realista recrea visiones de maestros del pasado, o en la metafísica serie La distancia de la mirada donde pone en juego misteriosas representaciones, es fácil advertir que, por directos u oblicuos caminos, la risa va a ser una constante en su producción.

Ocurre que Seguí posee la capacidad de los grandes dibujantes que le permite capturar en los humanos esa repentina conjunción de enigmáticos procesos casi siempre aliados con el desatino. Basta recorrer su extensísima obra gráfica para comprobar el ejercicio de su mirada que ha repertorizado en las más disímiles situaciones de sus escenas, ese imaginario donde lo solemne se vuelve ridículo o donde lo humano se metamorfosea en fantoche articulado, reducido a un ignoto mecanismo.

(...)La muestra que hoy presenta Antonio Seguí nos remite a los últimos quince años de su producción y propone un recorrido por pinturas, pasteles, tintas, técnicas mixtas y otros procedimientos —como los grabados al carburundum— cuyos efectos, a causa de las manchas y dibujos, ricos en texturas, aparecen todavía más pictóricos que los grabados al aguatinta.

En estas nuevas creaciones el artista sigue ahondando en la ironía, tantas veces protagonista a lo largo de su cuantioso imaginario. Y por supuesto no falta en las actuales obras el hombrecito, ese transeúnte anónimo de las ciudades aparecido en las últimas décadas que, además de expresar una cómica visión de las grandes urbes —comenzadas en el siglo XIX y en continuo crecimiento en el XX— ya constituye un ícono de su producción.

En la abundante obra gráfica que presenta, Seguí sigue indagando con su potente mirada la expresión del hombre, extrayendo la caricatura que cada rostro lleva en sí mismo. Algo de rígido y cuajado en la movilidad de las fisonomías, será el rasgo esencial para desatar lo cómico. Y no escapan a su observación imponderables atributos de otras épocas —como los zapatos blanco y Estos ciudadanos a veces gardelianos y engominados van sumidos con total importancia y seriedad en sus propios rituales como si alguna meta indescifrable moviera los hilos de sus existencias. Y aunque cada uno de estos personajes aspira a la gracia y a la liviandad, pareciera que la materia se resiste obstinadamente, pues toda forma que debiera ser el dibujo de un movimiento es precisamente lo que ha quedado congelado en un instante de objetivación. Es por eso que una vez adentrados en este humor seco y sutil surge la tierna carcajada que nos lleva más allá de la condición humana.



(Fragmento del texto del catálogo

del Centro Cultural Recoleta)


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Un acrílico de Seguí. Una panorámica para apreciar la mirada particular del pintor.

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