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 domingo, 08 de julio de 2007  
Interiores: cordura

Jorge Besso

Es interesante que dos palabras y dos conceptos tan opuestos como cordura y locura suenen tan parecidos de forma que al pronunciar la terminal “ura” uno podría no saber de cuál de los dos opuestos se está hablando. Por su parte la palabra cordura habita en nuestra lengua con un significado al que se le atribuye cuatro notas fundamentales: “Prudencia, buen seso, juicio, hacer reflexión”.

Un humano que muestre prudencia en sus acciones, que le siente bien la metáfora de tener un buen seso, que sea portador y sobre todo demuestre juicio en sus opiniones y decisiones, y que todas estas virtudes desemboquen en la capacidad humana por excelencia que es reflexionar. Y además que a todo esto se le agregue el camino inverso, es decir que su reflexión lo haga circular por la existencia con prudencia , buen seso y muy juicioso, pues en tal caso estamos frente a un humano normal, con toda probabilidad un ejemplar único e irrepetible, en definitiva inexistente, tanto en el pasado, en el presente como en el futuro.

Desde este ángulo se decanta y se desgrana por sí sola la definición de la locura que vendría a ser lo opuesto, es decir un ser muy poco prudente, sin buen seso, mucho menos juicio y sin ninguna capacidad reflexiva. Pero nuevamente estaríamos frente a un ejemplar inexistente porque salvo los casos de todos aquellos desquiciados y desahuciados en cualquiera de los múltiples loqueros, la locura nunca está en las antípodas de la cordura. La cordura no existe sin alguna locura, visible o invisible para los otros, incluso para el propio portador. Esta mezcla en proporciones diversas e imprevisibles de cordura y locura en el ser humano es algo que el arte sabe desde hace mucho (o desde siempre), y que la psicología y el psicoanálisis lo vienen sabiendo desde mucho menos tiempo, ya que son disciplinas tardías en la historia de la humanidad. Entre nosotros, don José María Ramos Mejía, una de las figuras de la célebre generación del 80 con un rol clave en la historia del país, maestro de otro ilustre, José Ingenieros, escribió un extraño y polémico libro “La neurosis de los hombres célebres de la Argentina”, dedicado a Rosas y al almirante Brown (entre otros). Estudioso de las locuras de muchos personajes, incluidos los de la casa real española, Ramos comprendió que la locura no era exactamente el reverso de la razón, sino que las fronteras entre la salud y la enfermedad mental eran más que endebles, en definitiva que el humano era una compleja mezcla de luces y sombras, según su expresión. Estudioso de las locuras individuales, también de las sociales, fue al mismo tiempo un médico de hospital y un hombre de la universidad y de la política con una muy extensa y fructífera trayectoria pública. De nítido linaje patricio y unitario, escribió hace más de 100 años (1899), “Multitudes argentinas”, donde se ocupa de unos de sus temas preferidos que son los inmigrantes, a quiénes odiaba y admiraba alternativamente, y donde hace un significativo diagnóstico de Buenos Aires: “También es cierto que en este gris achatamiento político e intelectual en que vive (Buenos Aires), con ese corte fenicio que va tomando la sociedad metropolitana, el corazón se halla oprimido por el estómago, y el cerebro por los intestinos: esta ciudad tiene todavía demasiado hígado como para que pueda dar cabida a un ideal.” Habría que ver cómo hubiese metabolizado el hígado de don Ramos el resonante triunfo político de Macri, ese hijo exitoso de inmigrantes, de familia tan beneficiaria de ese Estado que Ramos tanto contribuyó a fundar, y que es de esperar que don Mauricio no promueva desmantelar. 108 años marcan la distancia en el tiempo entre la afirmación de Ramos y nuestro presente en los comienzos del siglo XXI en la Argentina y en el mundo. Un posible balance entre las proporciones de cordura y locura en estos tiempos, comparándolos con aquellos, quizás arrojaría un resultado más que incierto. Con todo, una estadística casi imposible, probablemente arrojaría como resultado que la locura ha avanzado bastante más que la cordura, lo que en definitiva quizás no sea el mayor de los problemas, en tanto y en cuanto de ciertas formas de la locura muchas veces ha salido lo mejor de la humanidad.

Más bien la preocupación es que esta es una época en que la cordura se ha vestido o disfrazado de chatura al punto que el hígado de don Ramos Mejía está más que generalizado, tanto aquí como allá, triturando los ideales que supimos idealizar. Cordura, locura, chatura, por compartir la misma desinencia, suenan con un sonido un tanto parecido. Sin embargo lo que importan son las diferencias, sobre todo porque la cordura y la locura van y vienen en la mayoría de los humanos. En cambio la chatura se presenta como un estado más estable, por eso con la capacidad de presentarse y proponerse como normal, y la normalidad no deja de ser la enfermedad social por excelencia.


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