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 domingo, 08 de julio de 2007  
Opinión
Una economía en transición requiere políticas articuladas

Martín Redrado (*)

Las crisis económicas severas producen una desviación significativa del sendero de crecimiento de un país en el largo plazo. En los períodos poscrisis, las variables macroeconómicas suelen sobre-reaccionar para luego, de un modo gradual, reacomodarse y converger hacia un escenario perdurable. Así, durante cierto lapso persiste la incertidumbre sobre el “verdadero” valor de equilibrio de los principales agregados, observándose distorsiones en muchas de las variables nominales y reales al tiempo que retornan a sus niveles naturales. Factores como la magnitud de la crisis, el estado de las instituciones fiscales, monetarias y financieras y la sostenibilidad del equilibrio externo alcanzado determinan la duración de esta etapa de normalización.

A partir de las crisis vividas en las últimas décadas en la región se desprende que no todos los países se encuentran en el mismo estadio evolutivo. Así, hay economías que actualmente se encuentran transitando etapas más cercanas a su velocidad crucero de largo plazo, mientras que en otras, el proceso de convergencia es incipiente. Por lo tanto, comparaciones simplistas entre las situaciones de distintas naciones pueden llevarnos a recomendaciones erradas.

En Argentina, pese a la notable mejoría observada, varios rasgos del actual funcionamiento macroeconómico permiten inferir que la economía se encuentra todavía en su trayectoria hacia un nuevo equilibrio de largo plazo.

Estas etapas de transición llevan tiempo y grandes desafíos. La experiencia de países vecinos enseña que la flexibilidad y el gradualismo tanto en el diseño como en la implementación de políticas es la mejor forma de transitarlas.

Vittorio Corbo, presidente del Banco Central de Chile, recientemente resaltó el proceso secuencial que vivió la economía chilena a partir de la crisis de principios de los 80, donde fue clave la consolidación de la solvencia fiscal como herramienta anticíclica, el reestablecimiento de la sustentabilidad externa, la reestructuración de los pasivos y el saneamiento del sistema financiero. Una vez atacados estos frentes se avanzó en la consolidación de un esquema de metas de inflación pleno que hoy goza de credibilidad.

Chile transformó una inflación cercana al 30% al actual 2,9% anual. La transición se caracterizó por un esquema flexible en el uso de los instrumentos que incluyó intervención en el mercado cambiario.

En Argentina, los canales de transmisión de la política monetaria recién se están reconstruyendo pues el crédito al sector privado representa el 10% de la producción nacional, muy por debajo del promedio de América latina. El crédito al consumo tiene una reacción débil frente a movimientos en la tasa. Esto es, el 90% de la economía se maneja en efectivo, por ende, una adopción prematura de determinados instrumentos no sólo sería inútil sino que podría inhibir su utilización futura. No podemos “tomar atajos”, sino reconstruir el poder de las herramientas de política monetaria.



Reglas v. discreción

En determinados contextos macroeconómicos, con rasgos todavía persistentes de dominancia fiscal y condicionantes externos, la política monetaria debe concebirse con un enfoque de equilibrio entre solvencia fiscal, balance monetario y sustentabilidad externa.

En consecuencia, a la hora de diseñar el régimen monetario de la transición, el clásico dilema de reglas versus discreción no puede resolverse mediante opciones extremas. Lejos de “comprar” credibilidad, una regla “dura” de política monetaria podría ser insostenible si los ciudadanos anticipan inconsistencias con el resto de la política macroeconómica. En el otro extremo, la “discrecionalidad sin rumbo” también sería inconducente.

En este marco se apoya nuestro enfoque de política monetaria-financiera que se construye sobre 4 pilares:

  • Política monetaria gradual y consistente que garantice el equilibrio en el mercado monetario.

  • Esquema prudencial anticíclico de acumulación de reservas.

  • Sistema independiente de las necesidades financieras del sector público.

  • Marco normativo que impulsa el crédito a empresas y familias.

    El actual esquema de control de la oferta y demanda de dinero combina las necesarias dosis de prudencia monetaria con flexibilidad. Reglas simples sobre la evolución de la cantidad de dinero proveen la “vigilancia” de la ciudadanía sobre la responsabilidad del hacedor de política.

    Así, se va regenerando la reputación perdida en la crisis sin sacrificar la discrecionalidad necesaria para enfrentar contingencias. A fin de preservar el equilibrio en el mercado de dinero, conducimos una profunda absorción monetaria que acompaña la acumulación de reservas con motivos prudenciales. Esto se viene instrumentando mediante diversos mecanismos que comprenden la emisión de letras y notas, la concertación de operaciones de pase, entre otras.

    Así, se mantiene bajo control el crecimiento de los medios de pago que, por primera vez desde la crisis, se sitúa por debajo del aumento del producto nominal.

    El crédito debe estar focalizado en facilitar las decisiones de consumo e inversión de la comunidad. En los últimos dos años la participación del crédito al gobierno en el total de activos del sistema se redujo significativamente y el crédito a familias y empresas constituye el foco de los bancos.

    Todo esto debe articularse coordinando políticas como condición sine quanon durante la etapa de transición. Los casos más exitosos son los que comprendieron la importancia de compatibilizar objetivos e instrumentos en etapas como ésta, donde las herramientas de política económica, actuando en forma combinada, son las que permitirán alcanzar una reducción gradual y duradera en la tasa de inflación en un contexto de sólido crecimiento con inclusión social.



    (*) Presidente del Banco Central
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    "Argentina se encuentra todavía en su trayectoria hacia un nuevo equilibrio de largo plazo".


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