Parricidio y contrato moral

Quiero felicitar el enfoque que realiza el periodista Hernán Lascano, al tratar el parricidio, protagonizado por el niño de 9 años, el miércoles 27 de junio. La muerte de Miguel Angel Echagüe, de 33 años, en manos de su hijo, también es parte, de la ruptura de nuestra cultura con el contrato moral que la funda. Una cosa es el "mandato" que refiere el niño, cuando el progenitor le plantea: "Me matás o te mato" (según su relato…), y otra distinta es la ejecución del acto homicida. Cuando el niño pone en palabras: "Mi papá era malo", con ejemplos de castigos casi sádicos, abre el diagnóstico a tres posibilidades: fue un acto de obediencia, una compulsión pasional, en estado de miedo y rabia o una mezcla compleja (como todo comportamiento humano) de ambas. "Las pasiones dominan la razón", decía Hume, pero esto se aplica al adulto, no a un niño, lo que permite pensar, que estamos frente a un depravado de la función paterna, aunque el padre haya estado vivo y a su lado. Se necesitan muchas explicaciones para este tipo de ejecuciones, pero algunas están a la vista y al oído... Por ejemplo, los insistentes estímulos, de los medios de comunicación que permanentemente muestran la muerte, o de los inventores de videojuegos que entrenan para ejecutarla de múltiples maneras. Cuantas ilustraciones dispondría hoy Erich Fromm, para su descripción del "síndrome de necrofilia" (atracción por la muerte). Recordemos que se inspiró en el término de Miguel de Unamuno, en 1936, cuando comenzando la Guerra Civil española, alguien gritó "¡Viva la muerte!", en la Universidad de Salamanca. Esta también es una guerra y la sociedad se debe una autocrítica, por haber roto su contrato moral. También debe hacer balance del costo morboso y mortal que implica la falta de función paterna o autoridad afectiva (autora de vida). Mientras tanto, seguiremos contabilizando cada vez más parricidios que, lamentablemente, dejaron de ser simbólicos... y nadie sabe como juzgarlos.

Mirta Guelman de Javkin

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